31. Las personas que, conmovidas al ver que se
manifiestan un ser que les es querido, abrazan la mesa, se ponen en
ridículo, porque es lo mismo,
absolutamente, que si abrazan el bastón de que se sirve un amigo para
dar golpes. Otro
tanto decimos de los que dirigen la palabra a la mesa, como si el
Espíritu estuviese
encerrado en la madera o como si ésta se hubiese trocado en Espíritu.
Cuando la mesa se separa del suelo y se columpia en el espacio sin punto
de
apoyo, no la levanta el Espíritu a fuerza de brazos, sino que la
envuelve en una especie de
atmósfera fluídica que neutraliza el efecto de la gravitación, como el
aire lo hace en los
globos y cometas. El fluido de que se halla penetrada le da
momentáneamente mayor
ligereza específica. Cuando permanece como clavada en el suelo, se
encuentra en un caso
análogo al de la campana neumática después de hecho el vacío. Estas no
pasan de ser
comparaciones para demostrar la analogía de los efectos, pero no la
similitud absoluta de
las causas.
Cuando la mesa persigue a alguien, no es el Espíritu quien corre, pues
puede
permanecer sin moverse en el mismo lugar, sino que la impulsa por medio
de una
corriente fluídica, con cuyo auxilio la hace mover a su antojo.
Cuando oímos golpes en la mesa o en otra parte, no golpea el Espíritu ni
con la
mano, ni con objeto alguno, sino que dirige hacia el punto de donde
parte el ruido un
chorro de fluido que produce el efecto de un choque eléctrico. El
Espíritu modifica el
ruido como pueden alterarse los sonidos producidos por medio del aire.
Se comprende por esto que para el Espíritu no es más difícil levantar
una
persona que una mesa, transportar un objeto de uno a otro lugar que
lanzarlo hacia
alguna parte, fenómenos que se producen por la misma ley.