71. La obsesión presenta tres grados bien caracterizados: la obsesión simple, la
fascinación y la subyugación. En la primera, el médium tiene conciencia perfecta de que
no obtiene nada bueno; no se hace ilusión alguna sobre la naturaleza del Espíritu que se
obstina en manifestársele y de quién desea deshacerse. Este caso no ofrece ninguna
gravedad: es un sencillo contratiempo y el médium queda libre cesando de escribir
momentáneamente. El Espíritu, cansado de que no se le oiga, acaba por retirarse.
La fascinación obsesional es mucho más grave, porque el médium está
completamente fascinado. El Espíritu que le domina se apodera de su confianza hasta
paralizar su propio juicio respecto de las comunicaciones, y hasta hacerle encontrar
sublime lo más absurdo.
El carácter distintivo de este género de obsesión es el de provocar en el médium
una excesiva susceptibilidad, haciéndole que no encuentre bueno, justo y verdadero, más
que lo que él escribe, y rechazar, hasta tomar con desagrado, todo consejo u observación
crítica. Le induce también a malquistarse con sus amigos antes de convenir en que es
engañado, a concebir celos de los otros médiums, cuyas comunicaciones son juzgadas
mejores que las suyas, a querer imponerse en las reuniones espiritistas, de las que se aleja
cuando no puede dominar. Llega en fin a sufrir una dominación tal, que el Espíritu
puede arrastrarle a las más ridículas y comprometedoras determinaciones.