Prohibición del Espiritismo
V. –Una pregunta final, se lo suplico a usted. El Espiritismo tiene poderosos
enemigos; ¿No podrían éstos prohibir el ejercicio de aquél y las sociedades espiritistas,
deteniendo de este modo su propagación?
A. K. –Medio sería éste de perder la partida más pronto porque la violencia es el
argumento de los que no tienen razones que oponer. Si el Espiritismo es una quimera
caerá por sí mismo sin que nadie se tome el trabajo de destruirlo. Si le persiguen es
porque se le teme, y sólo lo grave infunde temor. Si es una realidad, está, según tengo
dicho, en la Naturaleza, y no se revocan de un plumazo las leyes de la Naturaleza.
Si las manifestaciones espiritistas fuesen privilegio de un solo hombre, no hay
duda que, deshaciéndose de él, se pondría fin a las manifestaciones. Desgraciadamente
para sus adversarios, no son un misterio para nadie; nada hay secreto en ellas, nada
oculto, todo se realiza a la luz del día; están a la disposición de todo el mundo y se les
emplea en el palacio y en la cabaña. Puede prohibirse el ejercicio público, pero ya
sabemos que no es precisamente en público donde mejor se producen, sino en la
intimidad, y pudiendo cada uno ser médium, ¿Quién impedirá, a una familia en el
interior de su casa, a un individuo en el silencio de su gabinete, al prisionero entre sus
cadenas, tener comunicaciones con los espíritus, a pesar y a las barbas de sus esbirros?
Admitamos, sin embargo, que un gobierno fuese bastante fuerte para impedirlas en su
estado, ¿Las impediría en los Estados vecinos, en el mundo entero, ya que no hay un solo
país en ambos continentes donde no se encuentran médiums?
El Espiritismo, por otra parte, no tiene su germen en los hombres. Es obra de
los espíritus, que no pueden ser quemados, ni encarcelados. Consiste en la creencia
individual y no en las sociedades, que en manera alguna son necesarias. Si se llega a
destruir todos los libros espiritistas (y eso que existen ya algunos miles), los espíritus los
dictarían de nuevo.