No basta, pues, decir: patentízame tal hecho, y creeré.
Es necesario tener la voluntad de la
perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente, sin pretender
forzarles o dirigirlos. Aquel que usted desea será precisamente quizá el que no obtendrá.
Pero se presentarán otros, y el anhelo aparecerá cuando menos se lo espere. A los ojos del
observador atento y asiduo, surge de las masas que corroboran las unas a las otras. Pero el
que cree que basta mover el manubrio para hacer funcionar la máquina, se engaña
completamente. ¿Qué hace el naturalista que quiere estudiar las costumbres de un
animal? ¿Le manda por ventura que haga tal o cual cosa para tener la comodidad de
observarle a su gusto? No, porque sabe perfectamente que no le obedecerá: espía las
manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las acoge al vuelo. El simple
sentido común demuestra que en mayor razón debe hacerse lo mismo con los espíritus,
que son inteligencias de muy distinto modo independientes que la de los animales.
Es un error creer que la fe sea necesaria; pero la buena fe ya es otra cosa, y
escépticos hay que niegan hasta la evidencia, y a quienes no convencerían los prodigios.
¿Cuántos hay que después de haber visto pretenden explicar los hechos a su manera,
diciendo que nada prueban? Esas gentes no sirven más que para perturbar las reuniones,
sin lograr provecho alguno. Por esto se le aleja de ellas, y no se pierde el tiempo. También
hay otros que se verían muy contrariados si hubiesen de creer forzosamente, porque su
amor propio se ofendería teniendo que confesar que se habían engañado. Y, ¿Qué
responder a personas que no ven en todo más que ilusiones y charlatanismo? Nada, es
preciso dejarlas tranquilas y permitirles que digan, tanto como quieran, que nada han
visto y hasta que nada se ha podido o querido hacerles ver.
Al lado de esos escépticos endurecidos, se encuentran los que desean ver a su
manera, quienes, habiéndose formado una opinión, quieren referirlo todo a la misma.
No comprenden que ciertos fenómenos pueden dejar de obedecerles, y no saben o no
quieren ponerse en las indispensables condiciones. El que desea observar de buena fe no
debe creer porque se le ha dicho, pero sí despojarse de toda idea preconcebida,
desistiendo de asimilar cosas incompatibles. Debe esperar, persistir y observar con una
paciencia infatigable, condición favorable para los adeptos, pues prueba que su
convicción no se ha formado a la ligera. ¿Tiene usted semejante paciencia? No, me
responde usted, no tengo tiempo para eso. Entonces, pues, no se ocupe del asunto, pero
tampoco de él, nadie le obliga a ello.