Diálogo segundo. El escéptico
V. –Yo comprendo, caballero, la utilidad del estudio preparativo de que acaba
usted de hablar. Como predisposición personal, le diré que no soy partidario ni enemigo
del Espiritismo; pero el asunto por sí mismo mueve al más alto grado de interés. En el
círculo de mis amigos cuento partidarios y enemigos de él; he oído sobre este particular
argumentos muy contradictorios, y me proponía someter a usted algunas de las objeciones
que se han hecho en presencia mía, y que me parecen tener cierto valor, para mí al
menos, que confieso mi ignorancia.
A. K. –Me es muy placentero responder a las preguntas que se me dirigen
cuando son hechas con sinceridad y sin segunda intención, no vanagloriándome, sin
embargo, de poder resolverlas todas. El Espiritismo es una ciencia que acaba de nacer y en
la cual hay mucho que aprender aún. Y sería mucha presunción por mi parte el pretender
solventar todas las dificultades, porque no puedo decir lo que no sé.
El Espiritismo se relaciona con todas las ramas de la filosofía, de la metafísica,
de la psicología y de la moral. Es un campo inmenso que no podemos recorrer en algunas
horas. Comprenderá usted, pues, que me sería materialmente imposible repetir de viva
voz y a cada uno en particular lo que llevo escrito para uso de todos en este punto. Por
otra parte, en la lectura seria y preparatoria se hallará respuesta a la mayor parte de las
preguntas que naturalmente ocurren. Esta lectura tiene la doble ventaja de evitar
repeticiones inútiles, y de atestiguar un verdadero deseo de instruirse. Si después de esto
quedan dudas o puntos oscuros, la explicación se presenta más fácil, porque se cuenta
con algún apoyo y no se pierde el tiempo en insistir sobre lo más elementales principios.
Si me lo permite, nos limitaremos, pues, hasta nueva orden, a lagunas cuestiones
generales.
V. –Enhorabuena, y le ruego que me llame al orden si de él me separo.
Espiritismo y Espiritualismo
Empezaré
por preguntarle: ¿Qué necesidad había de crear las nuevas palabras
espiritista y Espiritismo, para reemplazar las de espiritualismo y
espiritualista, que
pertenecen al lenguaje común y son comprendidas por todo el mundo? He
oído a
muchos tratar de barbarismos a las nuevas palabras.
A. K. –La palabra espiritualista tiene, desde hace mucho tiempo, una
acepción
bien determinada. Esta es la que nos da la Academia: “Aquél o aquélla
cuya doctrina es
opuesta al materialismo.”2 Todas las religiones están necesariamente
fundadas en el
espiritualismo. Cualquiera que crea que hay en nosotros algo más que
materia, es
espiritualista, lo que no implica la creencia en los espíritus y en sus
manifestaciones.
¿Cómo le distinguiría, pues, del que cree en esto último? Sería preciso
emplear una
perífrasis, y decir: es un espiritualista que cree en los espíritus. Las
cosas nuevas requieren
nuevas palabras, si quieren evitarse equívocos. Si hubiese dado a mi
Revista la calificación
de espiritualista, no hubiese especificado su objeto, porque sin el
título, hubiera podido
no decir una palabra de los espíritus y hasta combatirlos. Leí hace
algún tiempo en un
periódico, a propósito de una obra de filosofía, un artículo en que se
decía que el autor lo
había escrito bajo el punto de vista espiritualista, y los partidarios
de los espíritus se
hubieran llevado un solemne chasco si, en fe de aquella indicación,
hubieran creído
hallar en él la menor concordancia con sus ideas. Si he adoptado, pues,
las palabras
espiritista y Espiritismo, es porque expresan sin anfibología las ideas
relativas a los
espíritus. Todo espirita es necesariamente espiritualista, pero falta
mucho para que todos
los espiritualistas sean espiritistas. Aunque el Espiritismo fuese una
quimera, sería
también útil tener términos especiales para lo que le concierne, porque
las palabras son
necesarias, tanto a las ideas falsas como a las verdaderas.
Estas palabras, por otra parte, no son más bárbaras que todas las que
crean
diariamente las ciencias, las artes y la industria, y seguramente no lo
son las que imaginó
Gall para su nomenclatura de las facultades, tales como secretividad,
amatividad, etc.
Hay personas que por espíritu de contradicción critican todo lo que no
procede
de ellas, y se hacen contumaces en la oposición. Los que se paran en tan
miserables
pequeñeces sólo prueban la estrechez de sus ideas. Fijarse en semejantes
bagatelas es
probar que se anda corto de buenas razones.
Espiritualismo y espiritualista son palabras inglesas empleadas en los
Estados
Unidos desde que empezaron las manifestaciones, y de ellas nos hemos
servido por algún tiempo en Francia; pero desde que aparecieron las de
Espiritismo y espiritista se
comprendió de tal modo su utilidad, que fueron aceptadas inmediatamente
por el
público. Su uso está hoy tan consagrado, que los mismos adversarios, los
primeros que las
calificaron de barbarismos, no emplean otras. Los sermones y circulares
que se fulminan
contra el Espiritismo y los espiritistas no hubieran podido anatematizar
el espiritualismo y
a los espiritualistas sin engendrar confusión en las ideas.
Bárbaras o no, esas palabras han pasado ya a la lengua usual, y a todas
las de
Europa, y son las empleadas en las publicaciones hechas en todos los
países, favorables o
desfavorables al Espiritismo. Han formado la base de la columna de la
nomenclatura de la
nueva ciencia. Para expresar sus fenómenos especiales, necesitaba
términos especiales, y el
Espiritismo tiene hoy su nomenclatura, como la química la suya. 3
Las palabras espiritualismo y espiritualista, aplicadas a las
manifestaciones de los
espíritus, sólo se emplean hoy por los adeptos de la escuela llamada
americana.
2. Nuestra academia dice que es espiritualista el que trata de los
espíritus, o tiene alguna opinión particular sobre ellos.
El vulgo, sin embargo, opina lo mismo que la Academia francesa,
desechando la de la española. (N. del T.)
3. Estas palabras gozan hoy, por otra parte, del derecho de ciudadanía,
están incluidas en el suplemento del Petit
Dictionnaire des Dictionnaires, extractado de Napoleón Landais, de cuya
obra se tiran a miles los ejemplares. En él se encuentra la
definición y la etimología de las palabras:, “erraticidad”,
“medianímico”, “médium”, “mediumnidad”, “periespíritu”,
“Pneumatografía”, “Pneumatofonía”, “psicógrafo”, “psicografía”,
“psicofonía”, “reencarnación” “sematología”, “espírita”,
“Espiritismo”, “exteriorito”, “tiptología,. E igualmente se encuentran
con todas las explicaciones de que son susceptibles en la nueva
edición del Dictionnaire Universal de Mauricio Lachàtre.
Disidencias
V. –La diversidad en la creencia de lo que usted llama una ciencia, me parece su
condenación. Si esta ciencia reposase en los hechos positivos, ¿No debería ser la
misma en América que en Europa?
A. K. –Ante todo responderé que esta divergencia está más en la forma que en
el fondo. Realmente no consiste más que en la manera de considerar algunos puntos de
la doctrina, sin constituir un antagonismo radical en los principios, como pretenden
nuestros adversarios sin haber estudiado la cuestión.
Pero, dígame usted, ¿Qué ciencia al aparecer no ha ocasionado disidencias,
hasta que se han establecido claramente sus principios? ¿No existen aun en las ciencias
mejor constituidas? ¿Están acordes todos los sabios sobre uno mismo punto? ¿No tienen
sus sistemas particulares? ¿Presentan siempre las sesiones del Instituto el cuadro de una
perfecta y cordial inteligencia? ¿No existen en medicina las Escuelas de París y de
Montpellier? ¿No ocasiona cada descubrimiento de una ciencia, un nuevo desacuerdo
entre los que quieren progresar y los que quieren permanecer estacionarios?
Por lo que se refiere al Espiritismo, ¿No era natural que a la aparición de los
primeros fenómenos, cuando aún se ignoraban las leyes que los regían, diese cada uno su
sistema y los considerase a su modo? ¿Pero qué ha ocurrido con todos esos sistemas
primitivos y aislados? Han caído ante una observación más completa de los hechos.
Algunos años han bastado para establecer la unidad grandiosa que prevalece en la
doctrina, y que liga a la inmensa mayoría de los adeptos, con excepción de algunas
individualidades que, en esto como en todo, se atan a las ideas primitivas y mueren con
ellas, ¿Cuál es la ciencia, cuál es la doctrina filosófica o religiosa que ofrezca semejante
ejemplo? ¿Ha presentado nunca el Espiritismo la centésima parte de las divisiones que
desgarraron la iglesia durante muchos siglos, y que actualmente la desgarran aún?
Verdaderamente son dignas de observar las puerilidades de que echan mano los
adversarios del Espiritismo. ¿Y no implica eso la escasez de razones formales? Burlas,
negaciones, calumnias, pero ningún argumento perentorio. Y la prueba de que aún no se
le ha encontrado parte vulnerable es que nada ha detenido su marcha ascendente, y que
al cabo de diez años cuenta con más adeptos que no ha contado nunca ninguna secta al
cabo de muchos. Este es un hecho adquirido por la experiencia y reconocido por sus
mismos adversarios. Para destruirlo, no basta decir: no hay tal cosa, esto es absurdo. Es
necesario probar categóricamente que los fenómenos no existen, y que no pueden existir.
Esto es lo que nadie ha hecho.
Fenómenos espiritistas simulados
V. -¿Y no se ha probado que sin el Espiritismo podían producirse
esos
fenómenos, de donde puede deducirse que no tienen el origen que les
atribuyen los
espiritistas?
A. K. –Por el hecho de que se puede imitar una cosa, ¿Hemos de creer que
no
exista? ¿Qué diría usted de la lógica, del que pretendiese que, porque
no se hace vino de
champagne con agua de seltz, todo el vino de champagne no es más que
agua de seltz? Es
privilegio de todas las cosas notables el originar falsificaciones.
Algunos prestidigitadores
han creído que la palabra Espiritismo, a causa de su popularidad y de
las controversias de
que era objeto, podía apropiarse a la explotación, y para llamar al
público, han simulado
más o menos groseramente algunos fenómenos de mediumnidad, como
simularon en
otro tiempo la clarividencia sonambúlica, viendo lo cual aplauden los
burlones,
exclamando: ¡Ahí tenemos el Espiritismo! Cuando apareció en la escena la
ingeniosa
producción de los espectros, ¿No decían en todas partes que era el golpe
de gracia del
Espiritismo? Antes de pronunciar un fallo tan decisivo, hubieran debido
reflexionar que
las aseveraciones de un escamoteador no son el Evangelio y asegurarse de
si existía
identidad real entre la imitación y la cosa imitada. Nadie compra un
brillante antes
cerciorarse de que no es falso. Un estudio algo detenido les hubiese
convencido de que
los fenómenos espiritistas se presentan en muy distintas condiciones, y
hubieran sabido,
además, que los espiritistas no se ocupan en hacer aparecer espectros,
ni en decir la
buenaventura.
La malevolencia y una insigne mala fe podían sólo asimilar el
Espiritismo a la
magia y a la hechicería, porque él repudia los objetos, las prácticas,
las fórmulas y las
palabras místicas de éstas. Otros no vacilan en comparar las reuniones
espiritistas a las
asambleas del sábado, en que se espera la hora fatal de medianoche para
hacer aparecer
los fantasmas.
Un amigo mío, espiritista, se encontraba un día viendo el Macbeth al
lado de
un periodista a quien no conocía. Llegada la escena de las brujas, oyó
que éste último
decía a su amigo: “¡Bueno! Ahora vamos a asistir a una reunión de
espiritista;
precisamente me falta tema para mi próximo artículo y ahora voy a saber
cómo se verifica
esas cosas. Si hubiese por aquí uno de esos locos, le preguntaría si se
reconoce en ese
cuadro”. “Yo soy uno de ellos –le contestó el espiritista-, y puedo
asegurarle que estoy muy
lejos de reconocerme en él, porque, aunque he asistido a centenares de
reuniones
espiritistas, jamás he visto en las mismas nada semejante, y si es aquí
donde viene usted a
buscar los datos para su artículo, no brillará éste por la veracidad”.
Muchos críticos no cuentan con base más segura. ¿Y sobre quién, sino
sobre los
que se lanzan sin fundamento, cae el ridículo? En cuanto al Espiritismo,
su crédito, lejos de resentirse, ha aumentado por la boga en que lo han
puesto todas esas maquinaciones,
llamando la atención de las personas que no lo conocían. Así han
inducido al examen del
mismo y aumentado el número de los adeptos, porque se ha reconocido que,
en vez de
ser un pasatiempo, es un asunto serio.
Impotencia de los detractores
V. –Convengo en que entre los detractores del Espiritismo haya personas
inconsecuentes, como la de que acaba usted de hablar. Pero, al lado de éstas, ¿No hay
hombres de valía real y de opiniones de peso?
A. K. –No lo niego, y respondo a ello que el Espiritismo cuenta con sus filas con
un buen número de hombres de valía no menos real. Digo más aún, y es que la inmensa
mayoría de los grupos espiritistas se compone de hombres de inteligencia y de estudio, y
sólo la mala fe puede decir que sólo creen en él las mujerzuelas y los ignorantes.
Por otra parte, hay un hecho perentorio que responde a esa objeción, y es el de
que, a pesar de su saber y de su posición oficial, ninguno ha conseguido detener la
marcha del Espiritismo, y sin embargo, no existe uno solo, desde el más humilde
folletinista, que no se haya hecho la ilusión de asestarle el golpe mortal, consiguiendo
todos sin excepción ayudarle, sin quererlo, en su expansión. Una idea que resiste a tantos
esfuerzos, que avanza, sin titubear, a través de la lluvia de dardos que se le asestan, ¿No
reclama este fenómeno la atención de los pensadores serios? Por eso más de uno se dice
hoy que algo debe haber en el Espiritismo, quizá uno de esos movimientos irresistibles
que, de tiempo en tiempo, remueven las sociedades para transformarlas.
Siempre ha sucedido lo mismo con las nuevas ideas llamadas a revolucionar el
mundo. Encuentran por fuerza obstáculos, porque han de luchar con los intereses, con
las preocupaciones y con los abusos que vienen a destruir, pero como forman parte de los
designios de Dios para realizar la ley del progreso de la Humanidad, nada puede
detenerlas cuando les llega su hora, lo cual prueba que son la expresión de la verdad.
Manifiesta desde luego, según tengo dicho, la impotencia de los adversarios del
Espiritismo, la ausencia de buenos razones, ya que las que le ponen no convencen. Pero
depende también esa impotencia de otra causa que burla todas sus combinaciones. Se
maravillan de sus progresos a pesar de todo lo que hacen para detenerlo, y ninguno
encuentra la causa, porque la buscan donde existe. Los unos la ven en el gran poderío del
diablo que, de ser cierta esta explicación, sería más fuerte que ellos, y hasta más que el
mismo Dios; los otros, en el desarrollo de la locura humana. El error de todos está en
creer que la fuente del Espiritismo es única y que se basa en la opinión de un hombre. De
aquí la idea de que, destruyendo la opinión de un hombre, destruirán el Espiritismo. De
aquí que busquen el origen en la Tierra, y estando ésta en el espacio, no se encuentra en
un punto solo sino en todas partes, porque en todas partes, en todos los países, se
manifiestan los espíritus, lo mismo en los palacios que en las cabañas. La verdadera causa
está, pues, en la naturaleza misma del Espiritismo, que no recibe el impulso de un solo
hombre, sino que permite a cada uno recibir comunicaciones de los espíritus,
confirmándose así en la realidad de los hechos. ¿Cómo persuadir a millones de individuos
que todo eso no es más que charlatanismo, escamoteo y habilidades son ellos los que
obtienen el resultado sin el concurso de nadie? ¿Se les hará creer que son ellos sus propios
ayudantes, y que se entregan al charlatanismo y al escamoteo para sí mismos
únicamente? Esta universalidad de las manifestaciones de los espíritus, que acuden a todas las
partes del globo a desmentir a los detractores y a confirmar los principios de la doctrina,
es una fuerza tan incomprensible para los que no conocen el mundo invisible, como la
rapidez y la transmisión de un telegrama para los que no conocen las leyes de la
electricidad. Y contra esta fuerza se estrellan todas las negaciones, porque equivale a decir
a personas que están recibiendo los rayos del sol, que el sol no existe.
Haciendo abstracción de las cualidades de la doctrina, que satisfacen más que
las que se le oponen, la indicada es la causa de las derrotas que sufren los que intentan
detenerla en su marcha. Para conseguirlo, les sería necesario encontrar el medio de
impedir a los espíritus que se manifiesten. He aquí por qué los espiritistas se cuidan tan
poco de sus maquinaciones. La experiencia y la autoridad de los hechos están de su parte.
Lo maravilloso y lo sobrenatural
V. –El Espiritismo tiende, evidentemente, a resucitar las
creencias fundadas en
lo maravilloso y lo sobrenatural, lo que me parece difícil en nuestro
siglo positivista,
porque equivale a defender las supersticiones y los errores populares
que la razón rechaza.
A. K. –Las ideas son supersticiosas porque son falsas, y cesan de serlo
desde el
momento en que se las reconoce exactas. La cuestión está, pues, en saber
si hay o no
manifestaciones de espíritus, y usted no puede calificarlas de
supersticiones hasta que
haya probado que no existen. Pero usted dirá: mi razón las rechaza; pero
todos los que
creen y que no son unos tontos, invocan también su razón y además los
hechos. ¿Cuál de
las dos razones es superior? El juez supremo en esto es el porvenir,
como lo ha sido en
todas las cuestiones científicas o industriales, calificadas en su
origen de absurdos y de
imposibles. Usted juzga a priori según su razón; nosotros no juzgamos
sino después de
haber visto y observado por mucho tiempo. Añadimos que el Espiritismo
ilustrado, como
el de hoy, tiende, por el contrario, a destruir las ideas
supersticiosas, porque demuestra la
verdad a la falsedad de las creencias populares, y todos los absurdos
que la ignorancia y las
preocupaciones han mezclado con ellos.
Voy más lejos aún, y digo que, precisamente, el positivismo del siglo es
el que
hace adoptar el Espiritismo y a quien debe éste, en parte, su rápida
propagación, y no,
según pretenden algunos, a un recrudecimiento del gusto de lo
maravilloso y
sobrenatural.
Lo sobrenatural desaparece a la luz de la ciencia, de la filosofía y de
la razón,
como los dioses del paganismo desaparecieron a la del cristianismo.
Lo sobrenatural es lo que está fuera de las leyes de la Naturaleza. El
positivismo
nada admite fuera de éstas. ¿Pero las conoce todas? En todos tiempos los
fenómenos cuya
causa era desconocida han sido reputados sobrenaturales. Cada nueva ley
descubierta por
la ciencia ha alejado los límites de aquél, y el Espiritismo viene a
revelar una ley según la
cual la conversación con el Espíritu de un muerto reposa en una ley tan
natural como la
que la electricidad permite establecer entre los individuos, distantes
quinientas leguas el
uno del otro, y así con todos los otros fenómenos espiritistas. El
Espiritismo repudia, en
lo que le concierne, todo efecto maravilloso, es decir, fuera de las
leyes de la Naturaleza.
No hace milagros ni prodigios, pero explica, en virtud de una ley,
ciertos efectos
reputados hasta hoy como milagrosos y prodigiosos, demostrando al mismo
tiempo su
posibilidad. Ensancha así el dominio de la ciencia, bajo cuyo aspecto es
también una
ciencia. Pero originado el descubrimiento de esta nueva ley
consecuencias morales, el
código de aquéllas, hace del Espiritismo una doctrina filosófica. Bajo
este último punto de vista, responde a las aspiraciones del hombre
respecto
del porvenir; pero como apoya la teoría de éste en bases positivas y
racionales, se amolda
al espíritu positivista del siglo, lo que comprenderá usted cuando se
haya tomado el
trabajo de estudiarlo. (El Libro de los Médiums, cap. II de esta obra).
Oposición de la ciencia
V. –Usted, según dice, se apoya en los hechos, pero le
oponen la opinión de los
sabios que los niegan, o que los explican de distinta manera. ¿Por qué
no se han ocupado
ellos del fenómeno de las mesas giratorias? Si en el hubiesen visto algo
serio, me parece
que se hubiesen guardado de descuidar tan extraordinarios hechos, y
menos aún
rechazarlos con desdén, mientras que todos están en contra de usted. ¿No
son los sabios
la antorcha de las naciones, y no es su deber el de difundir la luz?
¿Cómo quiere usted
que la hubiesen apagado, presentándoseles tan buena ocasión de revelar
al mundo una
nueva fuerza?
A. K. –Usted acaba de trazar de un modo admirable el deber de los
sabios.
Lástima que lo hayan olvidado más de una vez. Pero antes de contestar a
esta juiciosa
observación, debo rectificar un grave error en que ha incurrido usted,
diciendo que todos
los sabios están en contra de nosotros.
Como he dicho antes, el Espiritismo hace sus prosélitos precisamente en
la clase
ilustrada, y en todos los países del mundo: cuenta con un gran número de
ellos entre los
médicos, de todas las naciones, y los médicos son hombres de ciencia,
los magistrados, los
profesores, los artistas, los literatos, los militares, los altos
funcionarios, los eclesiásticos,
etc., que se acogen a su bandera son personas a las cuales no puede
negarse cierta dosis de
ilustración, puesto que no solamente hay sabios en la ciencia oficial y
en las corporaciones
constituidas. El hecho de que el Espiritismo no tenga un derecho de
ciudadanía en la
ciencia oficial, ¿Es motivo para condenarle? Si la ciencia jamás se
hubiese engañado, su
opinión podría pesar en la balanza; pero desgraciadamente, la
experiencia prueba lo
contrario. ¿No ha rechazado como quimeras una multitud de
descubrimientos que, más
tarde, han ilustrado la memoria de sus autores? El verse privada Francia
de la iniciativa
del vapor, ¿No está relacionada con la primera de nuestras corporaciones
sabias? Cuando
Fulton vino al campo de Bolonia a presentar su sistema a Napoleón I,
quien recomendó
su examen inmediato al Instituto, ¿No dijo éste que semejante sistema
era un sueño
impracticable, y que no había lugar para ocuparse de él? ¿Ha de
concluirse de aquí que los
miembros del Instituto son ignorantes? ¿Justifica esto los epítetos
triviales que se
complacen ciertas personas en prodigarles? Seguramente que no, y ninguna
persona
sensata deja de hacer justicia a su eminente saber, reconociendo, sin
embargo, que no
son infalibles, y que su juicio no es decisivo, sobre todo en cuanto a
ideas nuevas.
V. –Enhorabuena, convengo en que no son infalibles. Pero no es menos
cierto
que, a causa de su saber, su opinión vale algo, y que si usted los
tuviese a favor suyo, daría
esto mucho prestigio a su sistema.
A. K. –También admitirá usted que nadie es buen juez más que en los
asuntos
de su competencia. Si quisiera usted edificar una casa, ¿Se dirigiría a
un médico? Si
estuviese malo, ¿Se haría cuidar por un arquitecto? Si tuviese un
pleito, ¿Tomaría parecer
de un bailarín? En fin, si tratase de una cuestión de teología, ¿La
haría usted resolver por
un químico o por un astrónomo? No, a cada uno lo suyo. Las ciencias
vulgares descansan
sobre las propiedades de la materia que puede manipularse a nuestro
antojo; los
fenómenos que la materia produce tienen por agentes fuerzas materiales.
Los fenómenos del Espiritismo tienen por agentes inteligencias
independientes, dotadas de libre albedrío,
y no sometidas a nuestro capricho. De este modo se sustraen a nuestro
procedimiento de
laboratorio y a nuestros cálculos, y por tanto, no son del dominio de la
ciencia
propiamente dicha.
Las ciencia, pues, se ha extraviado cuando ha querido experimentar a los
espíritus como con una pila voltaica. Ha fracasado, y así debía suceder,
porque operaba
obedeciendo a una analogía que no existe, y luego, sin tomarse mayor
trabajo, ha
proferido la negativa: juicio temerario, que el tiempo se encarga de
reformar cada día,
como ha reformado muchos otros, y los que lo han pronunciado pasarán por
la vergüenza
de haberse revelado, harto ligeramente, contra la potencia infinita del
Creador.
Las corporaciones sabias no tienen, ni tendrán nunca que decidirse en
esta
cuestión. No es de su incumbencia, como no lo es determinar si Dios
existe, siendo por
consiguiente erróneo el querer hacerlas jueces. El Espiritismo es una
cuestión de creencia
personal que no puede depender del voto de una asamblea, porque, aunque
le fuese
favorable, no puede forzar las conciencias. Cuando la opinión pública se
haya formado
sobre este particular, los sabios, como individuos, lo aceptarán,
obedeciendo a la fuerza de
las cosas. Deje que pase una generación, y con ella, las preocupaciones
del amor propio
que se subleva, y verá usted que sucede con el Espiritismo lo que con
otras verdades que
se han combatido, acerca de las cuales sería actualmente ridícula la
duda. Hoy se trata de
locos a los creyentes, mañana los locos serán los incrédulos, al igual
como en otro tiempo
se trataba de locos a los que creían en el movimiento de la Tierra.
Pero todos los sabios no han emitido el mismo juicio, y entiendo por
sabios los
hombres de estudio y de ciencia, con o sin título oficial. Muchos han
hecho el
razonamiento siguiente:
“No hay efecto sin causa y los más vulgares efectos pueden conducirnos a
los
más graves problemas. Si Newton hubiese despreciado la caída de la
manzana; si Galvani
hubiese rechazado a su criada tratándola de loca y visionaria, cuando le
hablaba de las
ranas que bailan en el plato, quizá estaríamos aún sin conocer la
admirable ley de la
gravitación universal y las fecundas propiedades de la pila. El fenómeno
que se conoce
con el nombre burlesco de danza de las mesas, no es más ridículo que el
de la danza de las
ranas, y quizá encierra también alguno de esos secretos de la Naturaleza
que revolucionan
a la humanidad cuando se tiene la clave de ello”
Se ha dicho además: “Puesto que tantas personas se ocupan de él, puesto
que
hombres serios lo han estudiado, preciso es que haya algo en todo eso:
una ilusión, una
moda si se quiere, no puede tener ese carácter de generalidad. Puede
seducir a un círculo,
a un corrillo, pero no pasear el mundo entero. Guardémonos, pues, de
negar la
posibilidad de lo que no comprendemos, no sea que tarde o temprano
recibamos un
mentís poco favorable a nuestra perspicacia”.
V. –Perfectamente; he aquí un sabio que razona con sabiduría y
prudencia, y yo,
sin serlo, pienso como él. Pero observe usted que nada afirma: duda,
duda únicamente,
¿Y sobre qué basar la creencia en la existencia de los espíritus y,
sobre todo, la posibilidad
de comunicarse con ellos?
A. K. –Esta creencia se apoya en los razonamientos y en hechos. Yo mismo
lo la
adopté hasta después de haberla examinado detenidamente. Habiendo
adquirido en el
estudio de las ciencias exactas costumbres positivas, he sondeado y
escudriñado esta
nueva ciencia en sus más ocultos repliegues; he querido darme cuenta de
todo: porque no
acepto una idea hasta no conocer el porqué y cómo de la misma. He aquí
el razonamiento
que me hacía un ilustre médico, incrédulo en otro tiempo y hoy adepto
ferviente:
ALLAN KARDEC
21
“Se dice que se comunica seres invisibles; y, ¿Por qué no? Antes de la
invención
del microscopio, ¿Sospechábamos la existencia de esos millares de
animalitos que tantos
trastornos causan en nuestro cuerpo? ¿Dónde está la imposibilidad
material de que haya
en el espacio seres inaccesibles a nuestros sentidos? ¿Tendremos acaso
la ridícula
pretensión de saberlo todo y decir a Dios que nada más puede enseñarnos
ya? Si esos
seres invisibles que nos rodean son inteligentes, ¿Por qué no han de
comunicarse con
nosotros? Si están en relación con los hombres, deben desempeñar un
papel en el destino
y en los acontecimientos. ¿Quién sabe? Acaso constituyen uno de los
poderes de la
Naturaleza, una de esas fuerzas ocultas que nosotros no sospechamos.
¡Qué nuevo
horizonte ofrece todo eso al pensamiento! ¡Qué vasto campo de
observaciones! El
descubrimiento del mundo de los invisibles sería muy distinto del de los
infinitamente
pequeños; más que un descubrimiento, sería una revolución en las ideas.
¡Cuántas cosas
misteriosas explicaría! Los que en ellos creen son puestos en ridículo,
¿Pero qué prueba
esto? ¿No ha sucedido lo mismo con todos los grandes descubrimientos?
¿No se rechazó a
Cristóbal Colón, saciándole de disgustos y tratándole de insensato?
Semejantes ideas, se
dice, son tan extrañas que no pueden admitirse; pero el que hubiese
afirmado, hace
medio siglo únicamente, que en algunos minutos podría establecerse
correspondencia del
uno al otro extremo del mundo; que en algunas horas se podría atravesar
Francia; que
con el humo de un poco de agua hirviendo caminaría un buque a pesar del
viento de
proa; que se sacarían del agua los medios de alumbrarse y calentarse;
que podría
iluminarse París en un instante con un solo receptáculo de una sustancia
invisible; al que
todo o algo de esto hubiese afirmado, repito, ¿No se le hubieran reído a
carcajadas? ¿Y es
por ventura más prodigioso que esté poblado el espacio de seres
inteligentes que, después
de haber vivido en la Tierra, han dejado la envoltura material? ¿No se
encuentra en este
hecho la explicación de una multitud de creencias que se refieren a la
más remota
antigüedad? Semejantes cosas vale la pena de que las profundicemos”.
He aquí las reflexiones de un sabio, pero de un sabio sin pretensiones;
palabras
que son también las de una multitud de hombres ilustrados. Han visto, no
superficialmente y con prevención; han estudiado seriamente y sin estar
prevenidos en
contra, han tenido la modestia de no decir: no lo comprendo, luego no es
cierto; han
formado su convicción por medio de la observación y el razonamiento. Si
esas ideas
hubiesen sido quiméricas, ¿Cree usted que semejantes hombres las
hubiesen adoptado?
¿Qué por tanto tiempo hubieran sido juguete de una ilusión?
No hay, pues, imposibilidad material de que existan seres invisibles
para
nosotros y de que pueblen el espacio; consideración que por sí sola
debiera inducir a
mayor circunspección. ¿Quién en otro tiempo hubiese pensado que una gota
de agua
clara encierra millares de seres, cuya pequeñez confunde nuestra
imaginación? Pues digo
que más difícil era a la razón el concebir seres provistos de tan
diminutos órganos y
funciones como nosotros, que admitir lo que llamamos espíritus.
V. –Sin duda alguna, pero de la posibilidad de que exista una cosa, no
se
deduce que realmente exista.
A. K. –De acuerdo; pero usted convendrá en que desde el momento en que
no
es imposible, se ha dado un gran paso, porque nada en ella repugna a la
razón. Resta,
pues, evidenciarla por la observación de los hechos, observación que no
es nueva.
La historia, tanto sagrada como profana, prueba la antigüedad y la
universalidad
de esta creencia, que se ha perpetuado a través de todas las vicisitudes
del mundo, y que,
en estado de ideas innatas e intuitivas se encuentran grabada en el
pensamiento de los
pueblos más salvajes, así como la del Ser Supremo y la de la vida
futura. El Espiritismo no es, pues, de creación moderna ni mucho menos;
todo prueba que los antiguos lo
conocían tan bien o quizá mejor que nosotros, con la única diferencia de
que se enseñaba
mediante ciertas precauciones misteriosas que lo hacían inaccesibles al
vulgo,
abandonando intencionalmente en el lodazal de la superstición.
Con respecto a los hechos, son de dos naturalezas: los unos espontáneos,
y
provocados los otros. Entre los primeros, debemos colocar las visiones y
apariciones, que
son muy frecuentes; los ruidos, alborotos y perturbaciones de objetos
sin causa material, y
multitud de efectos insólitos que se catalogaban como sobrenaturales, y
que hoy nos
parecen sencillos. Porque, para nosotros, nada hay sobrenatural, ya que
todo entra en las
leyes inmutables de la Naturaleza. Los hechos provocados son los
obtenidos con el auxilio
de los médiums.
Falsas explicaciones de los fenómenos
V.
–Los fenómenos provocados son especialmente los que más se critican.
Pasemos por alto toda suposición de charlatanismo, y admitamos una
completa buena fe.
¿No podríamos pensar que los médiums son juguete de una alucinación?
A. K. –Que yo sepa, aún no se ha explicado claramente el mecanismo de la
alucinación. Tal como se la conoce es, sin embargo, un efecto muy raro y
muy digno de
estudio. ¿Cómo, pues, los que pretenden darse cuenta, por este medio, de
los fenómenos
espiritistas, no pueden explicar su aplicación? Por otra parte, hay
hechos que rechazan
esta hipótesis, cuando una mesa u otro objeto se mueve, se levanta y
golpea; cuando a
nuestra voluntad se pasea por la sala sin el contacto de nadie; cuando
se separa del suelo y
se mantiene en el espacio sin punto de apoyo; cuando, en fin se rompe al
caer, no son
ciertamente estos efectos producidos por una alucinación. Suponiendo que
el médium, a
consecuencia de su imaginación, crea ver lo que no existe, ¿Es probable
que toda una
sociedad padezca el mismo vértigo, que se repita esto en todas partes y
en todos los países?
La alucinación, en semejante caso, sería más prodigiosa que el hecho
mismo.
V. –Admitiendo la realidad del fenómeno de las mesas giratorias y
golpeadoras,
¿No es más racional atribuirlo a la acción de un fluido cualquiera, del
magnético, por
ejemplo?
A. K. –Tal fue el primer pensamiento, y yo, como otros, lo tuve. Si los
efectos se
hubiesen limitado a efectos materiales, sin duda alguna podrían
explicarse por este
medio. Pero cuando los movimientos y golpes dieron pruebas de
inteligencia, cuando se
reconoció que respondían con entera libertad al pensamiento, se sacó
esta consecuencia:
Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente tiene una causa
inteligente. ¿Puede
ser esto efecto de un fluido, a menos que no se diga que éste es
inteligente? Cuando usted
ve que los brazos del telégrafo hacen señas y que transmiten el
pensamiento, usted sabe
perfectamente que no son esos brazos de madera o de hierro los
inteligentes, sino que es
una inteligencia quien los hace mover. Lo mismo sucede con las mesas.
¿Hay o no efectos
inteligentes? Esta es la cuestión. Los que lo niegan son personas que no
lo han visto todo
y que se apresuran a fallar según sus propias ideas, y partiendo de una
observación
superficial.
V. –A esto se responde que, si hay un efecto inteligente, no es otro que
la propia
inteligencia, ya del médium, ya del interrogador, ya de los asistentes,
porque, se dice, la
respuesta está siempre en el pensamiento de alguno.
A. K. –También esto es un error producido por una falta de observación.
Si los
que piensan de este modo se hubiesen tomado el trabajo de estudiar el
fenómeno en
todas sus fases, hubieran reconocido a cada paso la independencia
absoluta de la
inteligencia que se manifiesta. ¿Cómo puede conciliarse esta tesis con
las respuestas que
están fuera del alcance intelectual y de la instrucción del médium, que
contradice sus
ideas, sus deseos y sus opiniones, o que difieren completamente de las
previsiones de los
asistentes? ¿Cómo conciliarla con los médiums que escriben en un idioma
que no
conocen, o en el suyo propio sin saber leer ni escribir? A primera
vista, esta opinión no
tiene nada de irracional, convengo en ello, pero está desmentida por
hechos tan
numerosos y concluyentes, que hacen imposible la duda.
Por lo demás, admitida esta teoría, el fenómeno, lejos de simplificarse,
sería por
el contrario prodigioso. ¡Qué! ¿Se reflejaría el pensamiento en una
superficie, como la luz,
el sonido, el calor? Ciertamente mucho tendría que ver en esto la
sagacidad de la ciencia.
Y por otra parte, lo que no es menos maravillo es que de veinte personas
reunidas, se
reflejara precisamente el de tal, y no el de cual. Semejante sistema es
insostenible. Es
verdaderamente curioso ver a los contradictores buscar causas cien veces
más
extraordinarias y difíciles de comprender que las que se les señalan.
V. -¿Y no podría admitirse, según la opinión de algunas personas, que el
médium se encuentra en un estado de crisis, gozando de una lucidez que
le da la
percepción sonambúlica o una especie de doble vista, lo cual explicaría
la extensión
momentánea de las facultades intelectuales, y que, como se dice, las
comunicaciones
obtenidas a través de los médiums no sobre pujan a las que se obtienen
por medio de los
sonámbulos?
A. K. –Tampoco resiste semejante sistema a un examen profundo. El médium
no está en crisis, ni duerme, sino que se halla perfectamente despierto,
obrando y
pensando como otro cualquiera, sin experimentar nada extraordinario.
Ciertos efectos
particulares han podido dar lugar a esta equivocación. Pero cualquiera
que no se limite a
juzgar las cosas por la observación de uno solo de sus aspectos,
reconocerá, sin trabajo,
que el médium está dotado de una facultad particular que no permite
confundirle con el
sonámbulo, y la completa independencia de su pensamiento está probada
por los hechos
de todo punto evidentes. Haciendo abstracción de las comunicaciones
escritas, ¿Cuál es el
sonnámbulo que ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Cuál
es el que
ha producido apariciones visibles y hasta tangibles? ¿Cuál el que ha
podido mantener un
cuerpo sólido suspendido en el espacio sin punto de apoyo? ¿Acaso por un
efecto
sonambúlico, en mi casa, y en presencia de veinte testigos, un médium
dibujó el retrato
de una joven, muerta hacía dieciocho meses y a quien no había conocido,
retrato en el
cual reconoció a aquélla su padre, que estaba presente en la sesión?
¿Acaso por un efecto
sonambúlico responde con precisión una mesa a las preguntas que se le
dirigen,
preguntas mentales en ciertas ocasiones? Seguramente, si se admite que
el médium se
encuentra en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa
sea sonámbula.
Se dice también de los médiums que sólo hablan con claridad de las cosas
conocidas. ¿Pero cómo explicar entonces el hecho siguiente y cien otros
del mismo
género? Un amigo mío, excelente, médium escribiente, preguntó a un
Espíritu si una
persona, a quien no había visto hacía quince años, estaba aún en el
mundo. “Sí, vive aún
–se le respondió-. Se encuentra en París, calle tal, número tal.” Mi
amigo fue, y encontró a
la persona en cuestión en el mismo sitio que se le había indicado. ¿Es
esto una ilusión? Su
pensamiento podía sugerirle quizá esta respuesta, porque dada la edad de
la persona, las
probabilidades inducían a pensar que ya no existía. Si en ciertos casos
se ha encontrado
que las respuestas estaban conformes con el pensamiento, ¿Es racional
concluir que sea esto una ley general? En esto, como en todo, los
juicios precipitados son peligrosos,
porque pueden ser contrariados por hechos no observados.
Los incrédulos no pueden ver para convencerse
V. –Hechos positivos son los que quisieran ver los incrédulos, los
cuales piden y
la mayor parte de las veces no pueden proporcionárseles. Si todos
pudiesen ser testigos de
semejantes hechos, no sería lícito dudar. ¿Cómo es, pues, que tantas
personas, a pesar de
su buena voluntad, nada han podido ver? Se les opone, según dicen, la
falta de fe, y a esto
contestan con razón que no le es posible tener una fe anticipada, y que
si se quiere que
crean, es preciso darles los medios de creer.
A. K. –La razón es muy sencilla. Quieren sujetar los hechos a su
mandato, y los
espíritus no obedecen semejante mandato, es preciso esperar su buena
voluntad.
No
basta, pues, decir: patentízame tal hecho, y creeré.
Es necesario tener la voluntad de la
perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente, sin pretender
forzarles o dirigirlos. Aquel que usted desea será precisamente quizá el que no obtendrá.
Pero se presentarán otros, y el anhelo aparecerá cuando menos se lo espere. A los ojos del
observador atento y asiduo, surge de las masas que corroboran las unas a las otras. Pero el
que cree que basta mover el manubrio para hacer funcionar la máquina, se engaña
completamente. ¿Qué hace el naturalista que quiere estudiar las costumbres de un
animal? ¿Le manda por ventura que haga tal o cual cosa para tener la comodidad de
observarle a su gusto? No, porque sabe perfectamente que no le obedecerá: espía las
manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las acoge al vuelo. El simple
sentido común demuestra que en mayor razón debe hacerse lo mismo con los espíritus,
que son inteligencias de muy distinto modo independientes que la de los animales.
Es un error creer que la fe sea necesaria; pero la buena fe ya es otra cosa, y
escépticos hay que niegan hasta la evidencia, y a quienes no convencerían los prodigios.
¿Cuántos hay que después de haber visto pretenden explicar los hechos a su manera,
diciendo que nada prueban? Esas gentes no sirven más que para perturbar las reuniones,
sin lograr provecho alguno. Por esto se le aleja de ellas, y no se pierde el tiempo. También
hay otros que se verían muy contrariados si hubiesen de creer forzosamente, porque su
amor propio se ofendería teniendo que confesar que se habían engañado. Y, ¿Qué
responder a personas que no ven en todo más que ilusiones y charlatanismo? Nada, es
preciso dejarlas tranquilas y permitirles que digan, tanto como quieran, que nada han
visto y hasta que nada se ha podido o querido hacerles ver.
Al lado de esos escépticos endurecidos, se encuentran los que desean ver a su
manera, quienes, habiéndose formado una opinión, quieren referirlo todo a la misma.
No comprenden que ciertos fenómenos pueden dejar de obedecerles, y no saben o no
quieren ponerse en las indispensables condiciones. El que desea observar de buena fe no
debe creer porque se le ha dicho, pero sí despojarse de toda idea preconcebida,
desistiendo de asimilar cosas incompatibles. Debe esperar, persistir y observar con una
paciencia infatigable, condición favorable para los adeptos, pues prueba que su
convicción no se ha formado a la ligera. ¿Tiene usted semejante paciencia? No, me
responde usted, no tengo tiempo para eso. Entonces, pues, no se ocupe del asunto, pero
tampoco de él, nadie le obliga a ello.
Buena o mala voluntad de los espíritus para convencer
V. –Los espíritus, sin embargo, deben desear hacer prosélitos, ¿Por qué no se
prestan más de lo que lo hacen, a los medios de convencer a ciertas personas, cuya
opinión sería de gran influencia?
A. K. –Es que aparentemente y por ahora no están dispuestos a convencer a
ciertas personas, cuya importancia no reputan tan grande como ellas mismas se figuran.
Esto es poco lisonjero, convengo en ello, pero nosotros no gobernamos la opinión de
aquéllos. Los espíritus tienen un modo de juzgar las cosas que no es siempre igual al
nuestro; ven, piensan y obran contando con otros elementos; mientras que nuestra vista
está circunscrita por la materia limitada por el círculo estrecho, en cuyo centro nos
encontramos, los espíritus abrazan el conjunto; el tiempo, que tan largo nos parece, es
para ellos un instante; la distancia, un paso; ciertos pormenores, que nos parecen a
nosotros de suma importancia, son puerilidades a sus ojos, juzgando por el contrario,
importantes ciertas cosas cuya conveniencia nos pasa desapercibida. Para comprenderlos,
es preciso elevarse con el pensamiento por encima de nuestro horizonte material y moral,
y colocarnos en su punto de vista. No es e ellos a quienes corresponde descender hasta
nosotros, sino nosotros elevarnos hasta ellos, y a esto es a donde nos conducen el estudio
y la observación.
Los espíritus aprecian a los observadores asiduos y concienzudos, para quienes
multiplican los raudales de luz. No es la duda producida por la ignorancia la que les aleja,
es la fatuidad de esos pretendidos observadores que nada observan, que pretenden
ponerles en el banquillo y hacerles maniobrar como a títeres, y sobre todo el sentimiento
de hostilidad y de denigración que alimentan, sentimiento que está en su pensamiento,
cuando no se revela en sus palabras. Nada hacen por ello los espíritus y se ocupan muy
poco de lo que pueden decir o pensar, porque a éstos también les llegará su día. He aquí
por qué he dicho que no es la fe lo que se necesita, sino buena fe.
Origen de las ideas espiritistas modernas
V. –Lo que desearía saber, caballero, es el punto
originario de las ideas
espiritistas modernas; ¿Son resultado de una revelación espontánea de
los espíritus o de
una creencia anterior a su existencia? Usted comprenderá la importancia
de mi pregunta
porque, en último caso, podría creerse que la imaginación no es extraña a
semejantes
ideas.
A. K. –Esta pregunta, como usted dice, caballero, es importante bajo
este punto
de vista, aunque sea difícil admitir –suponiendo ya que las ideas
nacieron de una creencia
anticipada- que la imaginación haya podido producir todos los resultados
materialmente
observados. En efecto, si el Espiritismo estuviese fundado en la idea
preconcebida de la
existencia de los espíritus, se podría, con alguna apariencia de razón,
dudar de su
realidad, porque si la causa es una quimera, también deben ser quimeras
las
consecuencias. Pero las cosas no han pasado así.
Observe usted, ante todo, que este proceder sería completamente ilógico.
Los
espíritus son una causa y no un efecto. Cuando se nota un efecto, puede
inquirirse su
causa, pero no es natural imaginar una causa antes de haber visto los
efectos. No se podía,
pues concebir la idea de los espíritus si no se hubiesen presentado
ciertos efectos, que
encontraban probable explicación en la existencia de seres invisibles.
Pues probable
explicación en la existencia de seres invisibles. Pues bien, ni de este
modo fue sugerido semejante pensamiento, es decir, que no fue una
hipótesis imaginada para explicar ciertos
fenómenos. La primera suposición que se hizo fue la de que la causa era
material. Así
pues, lejos de haber sido los espíritus una idea preconcebida, se partió
del punto de vista
materialista. Pero no siendo esto bastante para explicarlo todo, la
observación, y sólo la
observación, condujo a la causa espiritual. Hablo de las ideas
espiritistas modernas,
porque ya sabemos que esta creencia es tan antigua como el mundo. He
aquí la evolución
de las cosas.
Se produjeron ciertos fenómenos espontáneos, tales como ruidos extraños,
golpes, movimientos de objetos, etc., sin causa ostensible conocida,
fenómenos que
pudieron ser reproducidos bajo la influencia de ciertas personas. Hasta
entonces nada
autorizaba a buscar otra causa que la acción de un fluido magnético o de
otra naturaleza,
cuyas propiedades nos eran desconocidas. Pero no se tardó en reconocer
en los ruidos y
movimientos un carácter intencional e inteligente, de donde se dedujo,
según tengo
dicho, que: si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente
tiene una causa
inteligente. Esta inteligencia no podía residir en el objeto mismo,
porque la materia no es
inteligente. ¿Era reflejo de la persona o personas presentes? Al
principio, como también
tengo dicho, se pensó así. Sólo la experiencia podía decidir, y la
experiencia ha
demostrado con pruebas irrecusables, y no en pocas ocasiones, la
completa independencia
de esta inteligencia. Era, pues, independiente del objeto y de la
persona. ¿Quién era? Ella
misma respondió; declaró pertenecer al orden de seres incorpóreos
designados con el
nombre de espíritus. La idea de los espíritus no ha preexistido, pues no
han sido
consecutiva tampoco. En una palabra, no ha salido del cerebro: ha sido
dada por los
mismos espíritus, y ellos son los que nos han enseñado todo lo que
después hemos sabido
sobre ellos.
Revelada la existencia de los espíritus y establecidos los medios de
comunicación, se pudieron tener conversaciones continuadas y reseñas
sobre la
naturaleza de aquellos seres, las condiciones de su existencia y su
misión en el mundo
visible. Si de este modo pudieron ser interrogados los seres del mundo
de los
infinitamente pequeños, ¡Cuántas cosas curiosas no se sabrían acerca de
ellos!
Supongamos que antes del descubrimiento de América hubiese existido un
hilo
eléctrico del Atlántico, y que en el, extremo correspondiente a Europa
se hubiese notado
señales inteligentes, ¿No se hubiese deducido que en el otro extremo
existían seres
inteligentes que procuraban comunicarse? Se les hubiera preguntado
entonces y ellos
hubieran respondido, adquiriéndose de tal modo la certeza, el
conocimiento de sus
costumbres, de sus hábitos y de su manera de ser, sin nunca haberlos
visto. Otro tanto ha
sucedido con las relaciones del mundo invisible: las manifestaciones
materiales han sido
como señales, como advertencias que nos han manifestado comunicaciones
más regulares
y más seguidas. Y, cosa notable, a medida que hemos tenido a nuestro
alcance medios
más fáciles de comunicación, los espíritus abandonan los primitivos,
insuficientes e
incómodos, como el mudo que recobra la palabra renuncia al lenguaje de
los signos.
¿Quiénes eran los habitantes de ese mundo? ¿Eran seres excepcionales,
fuera de
la humanidad? ¿Buenos o malos? También la experiencia se encargó de
resolver estas
cuestiones, pero hasta que numerosas observaciones hicieron luz sobre
este asunto, estuvo
abierto al campo de las conjeturas y de los sistemas, y bien sabe Dios
que no faltaron.
Unos vieron espíritus superiores en todos, otros sólo demonios. Por sus
palabras y por sus
actos podía juzgárseles. Supongamos que de los habitantes trasatlánticos
desconocidos de
que hemos hablado, hubiesen dicho los unos muy buenas cosas, mientras
que otros se
hubiesen hecho notar por el cinismo de su lenguaje, hubiérase deducido
sin duda que los
había entre ellos buenos y malos. Esto es lo que ha sucedido con los
espíritus,
reconociéndose entre los mismos todos los grados de bondad y de maldad,
de ignorancia
y de ciencia. Instruidos a cerca de los defectos y excelencias de
aquéllos, nos correspondía
a nosotros separar lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, en las
relaciones que con
ellos mantuviésemos, lo mismo que hacemos con los hombres.
No sólo nos ha esclarecido la observación sobre las cualidades de los
espíritus,
sino que también sobre su naturaleza y sobre los que pudiéramos llamar
su estado
fisiológico. Se supo por ellos mismos que los unos eran muy venturosos, y
muy
desgraciados los otros; que no son excepcionales, ni de distinta
naturaleza, sino que son
las mismas almas de los que han vivido en la Tierra, en la que dejaron
su envoltura
corporal; que pueblan los espacios, nos rodean e incesantemente se
codean con nosotros,
y entre ellos, pudo cada uno reconocer por señales incontestables a sus
parientes, amigos
y conocidos de la Tierra. Se les pudo seguir en todas las fases de su
existencia de
ultratumba, desde el instante en que abandonan el cuerpo, y observar sus
situación según
su género de muerte y el modo como habían vivido en la Tierra. Se supo
por fin que no
eran seres abstractos, inmateriales en el sentido absoluto de la
palabra: que tienen una
envoltura a la que damos en nombre de periespíritu, especie de cuerpo
fluídico, vaporoso,
diáfano, visible en estado normal, pero que, en ciertos casos y por un
especie de
condensación o disposición molecular, pueden hacerse visibles y hasta
tangibles
momentáneamente, y así se explicó el fenómeno de las apariciones y de
los contactos.
Esta envoltura existe durante la vida del cuerpo: es el lazo entre el
espíritu y la
materia. Muerto el cuerpo, el alma o el Espíritu, que es lo mismo, no se
despoja más que
de la envoltura grosera, conservando la otra como cuando nos quitamos
una pieza
sobrepuesta para conservar la interior, como el germen del fruto se
despoja de la
envoltura cortical, conservando únicamente el periespermo. Esta
envoltura semimaterial
del Espíritu es el agente de los diferentes fenómenos, por cuyo medio
manifiestan su
presencia.
Así es, caballero, en pocas palabras, la historia del Espiritismo. Ya ve
usted, y
aún mejor lo reconocerá cuando lo estudie con profundidad, que todo es
en el
Espiritismo el resultado de la observación, y no de un sistema
preconcebido.
Medios de comunicación
V.
–Me ha hablado usted de medios de comunicación; ¿Podría darme una idea
de ellos, puesto que es difícil comprender cómo esos seres invisibles
pueden conversar
con nosotros?
A. K. –Con mucho gusto. Seré, sin embargo, breve, porque este punto
exigiría
largas digresiones que encontrará usted especialmente en El Libro de los
Médiums. Pero
lo poco que le diré bastará para indicarle el mecanismo, y, sobre todo,
para hacerle
comprender mejor algunos experimentos a que podría asistir, mientras
espera su
completa iniciación.
La existencia de esa envoltura semimaterial, el periespíritu, es ya una
clave que
explica muchas cosas y demuestra la posibilidad de ciertos fenómenos. En
cuanto a los
medios, son muy variados, y dependen, ya de la naturaleza más o menos
pura del Espíritu,
ya de las disposiciones particulares de las personas que le sirven de
intermediarios. El más
vulgar, el que puede llamarse universal, consiste en la intuición, es
decir, en las ideas y
pensamientos que nos sugieren; pero este medio es muy poco apreciable en
la generalidad
de los casos, y hay otros más materiales. Ciertos espíritus se comunican
por medio de golpes, respondiendo por sí o por no, o designando las
letras que deben formar las
palabras. Los golpes pueden obtenerse por el movimiento bascular de un
objeto, una
mesa, por ejemplo, que golpea con uno de sus pies. A menudo se producen
en la
sustancia misma de los cuerpos, sin movimiento de éstos. Este modo
primitivo es
prolongado y se presta con dificultad a los desenvolvimientos de cierta
extensión: le ha
reemplazado la escritura, que se obtiene de diferentes maneras. Al
principio se empleó, y
a veces se emplea aún, un objeto móvil, como una planchita, una caja, a
la cual se adapta
un lápiz cuya punta corre por el papel. La naturaleza y la sustancia del
objeto son
indiferentes. El médium pone la mano sobre aquél, al cual transmite la
influencia que
recibe del Espíritu, y el lápiz traza los caracteres. Pero este objeto,
propiamente hablando,
no es más que una especie de apéndice de la mano, como un lapicero. Más
tarde se
reconoció la utilidad de semejante intermediario, que no es más que una
complicación
del mecanismo, cuyo único mérito es el de evidenciar de una manera más
material la
independencia del médium, que puede escribir tomando él mismo el lápiz.
Los espíritus
se manifiestan también y pueden transmitir sus pensamientos por sonidos
articulados que
retumban bien en el espacio, bien en el oído; por la voz del médium, por
la vista, por el
dibujo, por la música y por otros medios que un completo estudio hace
conocer. Los
médiums tienen para esto diferentes aptitudes especiales procedentes de
su organización.
Así pues tenemos médiums para efectos físicos, es decir, aptos para
producir fenómenos
materiales, como golpes, movimientos de cuerpos, etcétera; médiums
auditivos, parlantes,
dibujantes, músicos, escribientes. Esta última facultad es la más común,
la que mejor se
desarrolla con el ejercicio, y también es la más preciosa, porque
permite comunicaciones
más seguidas y más rápidas.
El médium escribiente presenta numerosas variedades, de las cuales dos
son
muy notables. Para comprenderlas, es preciso darse cuenta del modo como
se opera el
fenómeno. A veces el Espíritu obra sobre la mano del médium, a la cual
da un impulso
completamente independiente de la voluntad, y sin que éste tenga
conciencia de lo que
escribe: este es el médium escribiente mecánico. Otras veces, obra sobre
el cerebro; su
pensamiento penetra el del médium, quien, aunque escribiendo
involuntariamente, tiene
conciencia más o menos clara de lo que obtiene: este es el médium
intuitivo; su papel es
exactamente el de un intérprete que transmite un pensamiento que no es
el suyo,
pensamiento que, sin embargo, debe comprender. Aunque, en este caso, el
pensamiento
del Espíritu y el del médium se confunden a veces, la experiencia enseña
a distinguirlos
fácilmente. Por ambos géneros de mediumnidad se obtiene buenas
comunicaciones. La
ventaja de los mecánicos es para las personas que no están aún
convencidas. Por lo
demás, la cualidad esencial de un médium está en la naturaleza de los
espíritus que le
asisten y las comunicaciones que recibe, más que en los medios de
ejecución.
V. –El procedimiento me parece de los más sencillos. ¿Me será posible
experimentarlo?
A. K. –Sin ningún inconveniente, y añado que si usted estuviese dotado
de la
facultad medianímica, sería éste el mejor medio para convencerse, porque
no podría
usted sospechar de su propia buena fe. Tan sólo le recomiendo vivamente
que no se
entregue a ninguna prueba antes de haber estudiado con detención. Las
comunicaciones
de ultratumba están rodeadas de más dificultades de las que generalmente
se cree. No
están exentas de inconvenientes ni de peligros para los que no tienen la
experiencia
necesaria. Sucede a éste lo que al que quisiera hacer manipulaciones
químicas sin saber
química: correría riegos de quemarse los dedos.
V. -¿Puede conocerse esta aptitud por alguna señal?
ALLAN KARDEC
29
A. K. –Hasta el presente ningún diagnóstico se conoce para la
mediumnidad.
Todos los que se habían considerado como tales carecen de valor. Por lo
demás, los
médium son muy numerosos, y es muy raro que, si no lo es uno mismo, no
se encuentre
alguno entre su familia o conocidos. El sexo, la edad y el temperamento
son indiferentes:
se encuentran médiums entre hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y
enfermos.
Si la mediumnidad se tradujese por una señal exterior cualquiera,
implicaría
esto la permanencia de la facultad, mientras que ésta es esencialmente
móvil y fugitiva. Su
causa física está en la asimilación, más o menos fácil, de los fluidos
periespirituales del
encarnado y del Espíritu desencarnado. Su causa moral es la voluntad del
Espíritu en
comunicarse cuando le place y no a nuestro antojo, de donde resulta: 1º
Que todos los
espíritus no pueden comunicarse indiferentemente; y 2º Que todo médium
puede perder,
o tener suspendida, la facultad cuando menos la espera. Estas palabras
bastan para
demostrar a usted que este punto es un vasto campo de estudio, para
poderse dar cuenta
de las variaciones que presentan el fenómeno.
Sería, pues, erróneo el creer que todo espíritu puede venir al
llamamiento que
se le hace, y comunicarse con el primer médium que se presente. Para que
un Espíritu se
comunique, es preciso, ante todo, que le convenga hacerlo; en segundo
lugar, que su
posición a sus ocupaciones se lo permita; y tercero, que encuentre en el
médium un
instrumento propicio, apropiado a su naturaleza.
El principio, se puede comunicar con los espíritus de todos los órdenes,
con sus
parientes y amigos, tanto con los espíritus más vulgares como los más
elevados. Pero
independientemente de las condiciones individuales de posibilidad,
vienen más o menos
voluntariamente según las circunstancias, y sobre todo en razón de sus
simpatías hacia las
personas que les llaman, y no al llamamiento del primer antojadizo que
tuviese al
capricho de evocarlos por un sentimiento de curiosidad. En semejante
caso, no se hubiese
molestado durante la vida, y tampoco lo hace después de la muerte.
Los espíritus serios sólo concurren a las reuniones formales, donde son
llamados
con recogimiento y por motivos formales. No se prestan a ninguna
pregunta de
curiosidad, de prueba fútil, ni ningún experimento.
Los espíritus ligeros se encuentran en todas partes, pero en las
reuniones
formales guardan silencio y se mantienen ocultos para oír, como lo haría
un estudiante en
una asamblea ilustrada. En las reuniones frívolas toman la revancha, se
divierten con
todos, se burlan con frecuencia de los concurrentes y responden a todo
sin cuidarse de la
verdad.
Los espíritus que se llaman golpeadores, y por regla general todos los
que
producen manifestaciones físicas, son de orden inferior, sin que por
ello sean
esencialmente malos: tienen en cierta manera una aptitud especial para
los efectos
materiales. Los espíritus superiores no se ocupan de semejantes asuntos,
como nuestros
sabios no se ocupan de sutilezas: si tienen necesidad de aquellos
efectos, emplean esta
clase de espíritus, como nosotros nos servimos del jornalero para la
parte material de la
obra.
Médiums interesados
V. –Antes de consagrarse a un largo estudio, ciertas personas quisieran tener la
certeza de no perder el tiempo, certeza obtenida por un hecho concluyente, y que
comprarían a peso de oro. A. K. –El que no quiere tomarse el trabajo de estudiar, tiene más curiosidad que
deseo real de instruirse, y los espíritus no aprecian más que yo a los curiosos. Por otra
parte, la codicia les es esencialmente antipática, y no se prestan a nada que puede
satisfacerla. Sería preciso sería formarse de ellos una idea muy falsa para creer que
espíritus superiores, como Fenelón, Bossuet, Pascal y San Agustín, por ejemplo, se ponga
a las órdenes de un advenedizo, a tanto por hora. No caballero, las comunicaciones de
ultratumba son muy serias y requieren mucho respeto para ser puesta en exhibición.
Sabemos, por otra parte, que los fenómenos espiritistas no marchan como las
ruedas de un mecanismo, puesto que dependen de la voluntad de los espíritus. Aun
admitiendo la aptitud medianímica, nadie puede responder de obtenerlos en un
momento determinado. Si los incrédulos son dados a sospechar de la buena de los
médiums en general, peor sería si se notase en ellos el estímulo del interés. Y con razón
podría sospecharse que el médium retribuido simularía el fenómeno cuando no lo
produjese el Espíritu, porque ante todo le sería preciso ganar su dinero. Puesto que el
desinterés más absoluto es la mejor garantía de sinceridad, repugnaría a la razón el hacer
venir por interés a las personas que nos son queridas, suponiendo que consintiesen en
ello, lo cual es más que dudoso: en todo caso, sólo se prestarían a este cálculo espíritus de
baja ralea, poco escrupuloso acerca de los medios e indignos de confianza, y aun éstos se
gozan en el censurable placer de burla las combinaciones y los cálculos de sus panegiristas.
La naturaleza de la facultad medianímica se opone, pues, a que se la convierta
en una profesión, porque depende de una voluntad extraña al médium que podría
faltarle en el momento en que más la necesitase, a menos que no se la suplicase por la
astucia. Pero aun admitiendo una completa buena fe, desde el momento en que los
fenómenos no se obtienen a voluntad, sería efecto de la casualidad el que, en la sesión
retribuida, se produjese precisamente el hecho deseado para el convencimiento. Bien
puede usted dar cien mil francos a un médium, seguro de que no obtendrá de los
espíritus lo que éstos no quieran hacer. Este cebo, que desnaturalizaría la intención,
transformándola en un violento deseo de lucro, sería, por el contrario, un motivo de que
no lo obtuviese. Si se está bien persuadido de la verdad de que el afecto y la simpatía son
los más poderosos móviles de atracción para los espíritus, se comprenderá que no pueden
ser solicitados por el pensamiento de emplearlos en el lucro.
Aquel, pues, que tenga necesidad de hechos para convencerse, debe probar a los
espíritus su buena voluntad con una observación seria y paciente, si quiere ser secundado
por ellos. Pero si es verdad que la fe no se impone, no lo es menos que tampoco se
compra.
V. –Comprendo este razonamiento desde el punto de vista moral; ¿Pero no es
justo que el que emplea su tiempo en interés de la causa sea indemnizado, impidiéndole
aquel empleo el trabajo para vivir?
A. K. –Ante todo, ¿Lo hace precisamente en interés de la causa o en interés
propia? Si ha dejado su estado, es porque no estaba satisfecho de él y porque esperaba
ganar más con el nuevo oficio o trabajar menos. Ningún mérito tiene emplear el tiempo
cuando se hace para lograr provecho. Esto es absolutamente como decir que el panadero
fabrica el pan en provecho de la humanidad. La mediumnidad no es el único recurso, y
de no existir ella, los médiums interesados se verían obligados a ganarse la vida de otro
modo. Los médiums verdaderamente formales y desinteresados buscan los medios de vivir
en el trabajo cotidiano, y no abandonan sus ocupaciones cuando necesitan de éstas para
subsistir: sólo consagran a la mediumnidad el tiempo que sin perjuicio puedan ocuparle;
si se dedican a ella en sus ratos de ocio y de reposo, existe entonces verdadero desinterés,
por el cual se les ve agraciados y son objeto de aprecio y respeto.
Por otra parte, la multiplicidad de médiums en las familias hace inútiles los de
profesión, aun suponiendo que estos últimos ofreciesen todas las garantías apetecibles, lo
cual es muy raro. Sin el descrédito en que ha caído esta clase de explotación, y yo me
felicito de haber contribuido grandemente a ello, hubieránse visto pulular los médums
mercenarios, y abundar sus reclamaciones en los periódicos, y por uno que hubiese
podido ser leal hubiéranse encontrado cien charlatanes que, abusando de una facultad
real o simulada, hubiesen perjudicado enormemente al Espiritismo. Es, pues, un
principio, que todos los que ven en el Espiritismo algo más que una exhibición de
fenómenos curiosos, que comprenden y aprecian la dignidad, la consideración y los
verdaderos intereses de la doctrina, reprueban toda especie de especulación bajo
cualquier forma o disfraz con que se presente. Los médiums serios y sinceros, y doy este
nombre a los que comprenden la santidad del mandato que Dios les ha confiado, evitan
hasta las apariencias de lo que pudiera hacer recaer sobre ellos la menor sospecha de
codicia: la acusación de obtener un provecho cualquiera de su facultad sería considerada
por tales médiums como una injuria. Convenga usted, caballero, por incrédulo que sea,
en que un médium en semejantes condiciones le impresionaría de muy distinto modo
que si hubiese pagado su localidad para verle trabajar o, aunque hubiese obtenido una
entrada gratis, si supiese que detrás de todo ello había una cuestión de interés. Convenga
usted en que viendo el primero animado de un verdadero sentimiento religioso,
únicamente estimulado por la fe y no por el cebo de la ganancia, involuntariamente le
impondría respeto, aunque fuese el más humilde proletario, inspirándole también más
confianza, porque no tendría motivos para sospechar de su lealtad. Pues bien, caballero,
como el médium indicado encontrará usted mil por uno, y ésta es una de las causas que
han contribuido más poderosamente al crédito y propagación de la doctrina, mientras
que si no hubiese tenido más que intérpretes interesados, no contaría ni con la cuarta
parte de los adeptos con que hoy cuenta.
Esto se ha comprendido también, que los médiums profesionales son
excesivamente raros, en Francia por lo menos, y desconocidos en la mayor parte de los
centros espiritistas de provincia, donde la reputación de mercenarios bastaría para
excluirlos de todos los grupos serios, en los cuales no les sería lucrativo el oficio, a
consecuencia del crédito que sobre ellos recaería y de la competencia de los médiums
desinteresados, que se encuentran en todas partes.
Para suplir, ya la facultad que les falta, ya la insuficiencia de la clientela, existen
médiums sedicentes, que la obtienen con el juego de cartas, la bola de cristal, etcétera, a
fin de satisfacer todos los gustos, esperando por este medio atraer, a falta de espiritistas, a
los que creen aún en esas estupideces. Si no se perjudicasen más que a sí mimos, el mal
sería poca cosa: pero hay personas que sin profundizar más confunden el abuso con la
realidad, aparte de los mal intencionados que de ello se aprovechan para decir que en eso
consiste el Espiritismo. Ya ve usted, caballero, que conduciendo la explotación de la
mediumnidad a abusos perjudiciales para la doctrina, el Espiritismo serio tiene razón de
rechazarla y repudiarlas como auxiliar.
V. –Convengo en que todo esto es muy lógico, pero los médiums desinteresados
no están a la disposición de todos, y no puede uno permitirse incomodarlos, mientras
que no se tiene reparo en los retribuidos, porque de sabe que no se les hace peder el
tiempo. La existencia de médiums públicos sería una ventaja para las personas que
quisieran convencerse.
A. K. –Pero si los médiums públicos, como usted los llama, no ofrecen las
garantías apetecidas, ¿Qué utilidad pueden prestar para el convencimiento? El
inconveniente que usted señala no destruye los otros más serios que yo he presentado. Se
recurriría a ellos más por diversión o por conocer la buenaventura que para instruirse. El
que verdaderamente desea convencerse, tarde o temprano encuentra medios si tiene en
ello perseverancia y buena voluntad; pero si no está preparado, no se convencerá con
asistir a una sesión. Si a ella acude con impresión desfavorable, con peor impresión
saldrá, y quizá se sentirá disgustado de proseguir un estudio en el que nada formal habrá
visto, hecho probado ya por la existencia.
Pero al lado de las condiciones morales, los progresos de la ciencia espiritista
nos patentizan hoy una dificultad material en la que no se pensaba al principio,
haciéndonos conocer mejor las condiciones en que se producen las manifestaciones. Esta
dificultad se refiere a las afinidades fluídicas que deben existir entre el Espíritu evocado y
el médium.
Paso por alto los pensamientos de fraude y superchería, suponiendo la más
completa lealtad. Para que un médium de profesión pudiese ofrecer perfecta seguridad a
las personas que fuesen a consultarle, sería preciso que apoyase una facultad permanente
y universal, es decir, que pudiese comunicarse fácilmente con cualquier Espíritu y en
cualquier momento, para estar así constantemente a disposición del público, como un
médico, y satisfacer a todas las evocaciones que se pidieran. Y esto no sucede con ningún
médium, tanto en los interesados como en los otros, por acusas independientes de la
voluntad del Espíritu, causas que no puedo desarrollar en este momento, porque no estoy
dando a usted un curso de Espiritismo. Me limitaré a decirle que las afinidades fluídicas,
que son el principio de las facultades medianímicas, son individuales y no generales, que
pueden existir en un médium para con tal Espíritu y no para con tal otro; que sin esas
afinidades, cuyos matices son muy variados, las comunicaciones son incompletas, falsas o
imposibles; que, con mucha frecuencia, la asimilación fluídica entre el Espíritu y el
médium no se establece más que con el tiempo, y que sólo una de cada diez veces se
establece completamente desde el primer momento. La mediumnidad, como usted ve,
caballero, está subordinada a las leyes, hasta cierto punto, orgánicas, a las cuales obedece
todo médium, y no puede negarse que no sea esto un escollo para la mediumnidad
profesional, ya que la posibilidad y exactitud de las comunicaciones se relacionan con
causas independientes del médium y del Espíritu. (Véase más, cap. II, De los Médiums.)
Si rechazamos, pues, la explotación de la mediumnidad, no es por capricho ni
por sistema, sino porque los mismos principios que rigen las relaciones con el mundo
invisibles se componen a la regularidad y a la precisión necesarias al que se pone a la
disposición del público, y porque el deseo de satisfacer a una clientela que paga, conduce
al abuso. No deduzco de aquí que todos los médiums sean charlatanes, pero digo que el
cebo de la ganancia conduce al charlatanismo y autoriza, si no justifica, la sospecha de
fraude. El que quiere convencerse debe buscar ante todo elementos de sinceridad.
Los médiums y los hechiceros
V.
–Desde el momento en que la mediumnidad consiste en establecer
relaciones
con los poderes ocultos, me parece que las palabras médiums y hechiceros
son poco
menos que sinónimas.
A. K. –En todas las épocas ha habido médiums naturales o inconscientes
que,
por el hecho de que producían fenómenos insólitos y no comprendidos,
eran calificados de hechiceros y de tener pacto con el diablo, lo cual
ha sucedido también con la mayor
parte de los sabios que poseían conocimientos superiores a los del
vulgo. La ignorancia ha
exagerado su poder y ellos mismos han abusado con frecuencia de la
credulidad pública
explotándola, y de aquí la justa reprobación de que han sido objeto.
Basta comparar el
poder atribuido a los hechiceros con la facultad de los verdaderos
médiums para
establecer la diferencia pero la mayor parte de los críticos no se toman
este trabajo. El
Espiritismo, lejos de resucitar la hechicería, la destruye para siempre,
despojándola de su
pretendido poder sobrenatural, de sus pretendidas fórmulas, hechizos,
amuletos y
talismanes, reduciendo los fenómenos posibles a su justo valor, sin
salir de las leyes
naturales.
La asimilación que ciertas personas pretenden establecer, procede del
error en
que se encuentran de que los espíritus están a disposición de los
médiums. Repugna a su
razón que pueda depender del primer antojadizo el hacer venir a su gusto
y en el
momento determinado, al Espíritu de tal o cual persona, más o menos
ilustre. En esto
creen la verdad, y si, antes de censurar el Espiritismo, se hubiesen
molestado en
informarse, hubieran sabido que dice terminantemente que los espíritus
no están sujetos
a los caprichos de nadie, y que nadie puede hacerles venir a su antojo y
a pesar de ellos,
de donde se deduce que los médiums no son hechiceros.
V. –Según esto, todos los efectos que ciertos médiums acreditados
obtienen por
su voluntad y en público son para usted sofisticaciones.
A. K. – No lo digo de un modo absoluto. Ciertos fenómenos no son
imposibles,
porque hay espíritus de grado inferior que pueden prestarse a ellos, y
que con ellos se
divierten, habiendo quizá hecho ya, durante su vida, el oficio de
charlatanes, y habiendo
también médiums especialmente propios para este género de manifestación.
Pero el
sentido común más vulgar rechaza la idea de que los espíritus elevados,
por poco que lo
estén, vengan a participar en la comedia y a hacer alardes de fuerza
para divertir a los
curiosos.
La obtención de estos fenómenos al antojo del que los obtiene, y sobre
todo en
público, es siempre sospechosa; en semejante caso, la mediumnidad y la
prestidigitación
andan tan cerca, que con frecuencia es muy difícil distinguirlas. Antes
de ver en aquéllos
la acción de los espíritus, se requieren minuciosas observaciones y
tener en cuenta, bien el
carácter y antecedentes del médium, bien una multitud de circunstancias
que sólo un
profundo estudio de la teoría de los fenómenos espiritistas puede hacer
apreciar. Es de
notar que este género de mediumnidad, si es en efecto mediumnidad, está
limitada a la
producción del mismo fenómeno, con ligeras variaciones, lo que no es muy
a propósito
para disipar las dudas. Un absoluto desinterés sería la mejor garantía
de sinceridad.
Cualquiera que sea la realidad de dichos fenómenos, como efectos
medianímicos, producen un buen resultado, cuales el de poner en boga la
idea espiritista.
La controversia que sobre este particular se establece induce a muchas
personas un
estudio más profundo. No es, ciertamente, a esos lugares donde debe irse
en busca de
instrucciones serias acerca del Espiritismo, ni de la filosofía de la
doctrina, pero es un
medio de llamar la atención a los indiferentes y obligar a que hablen de
él a los más
recalcitrantes.
Diversidad de los espíritus
V. –Usted habla de espíritus buenos o malos, serios o ligeros, y le
confieso que
no me explico esta diferencia. Me parece que, al dejar su envoltura
corporal, deben despojarse de las imperfecciones inherentes a la
materia; que debe para ellos hacerse la luz
sobre todas las verdades que nos están ocultas, y que deben verse libres
de las
preocupaciones terrestres.
A. K. –Sin duda alguna se encuentran libres de las imperfecciones
físicas, es
decir, de las enfermedades y flaquezas del cuerpo, pero las
imperfecciones morales se
refieren al Espíritu y no al cuerpo. Entre ellos los hay que están más o
menos adelantados
intelectual y moralmente. Sería erróneo creer que los espíritus, al
dejar su cuerpo material
reciben súbitamente la luz de la verdad. ¿Cree usted, por ejemplo que
cuando muera no
habrá ninguna diferencia entre el Espíritu de usted y el de un salvaje o
el de un
malhechor? Si así fuera, ¿De qué le serviría haber trabajado para
instruirse y mejorarse,
puesto que un cualquiera sería tanto como usted después de la muerte?
Sólo gradual, y
algunas veces muy lentamente, se verifica el progreso de los espíritus.
Entre ellos,
dependiendo esto de su purificación, los hay que ven las cosas bajo un
punto de vista
más exacto que durante su vida. Otros, por el contrario, tienen aún las
mismas pasiones,
las mismas preocupaciones y los mismos errores, hasta que el tiempo y
nuevas pruebas les
hayan permitido perfeccionarse.
Note usted bien que lo dicho es el resultado de la experiencia, porque
del modo
indicado se nos presenta en sus comunicaciones. Es, pues, un principio
elemental de
Espiritismo que entre los espíritus los hay de todos los grados de
inteligencia y moralidad.
V. –Pero entonces, ¿Por qué no son perfectos todos los espíritus? ¿Dios,
pues,
los crea de todas categorías?
A. K. –Eso vale tanto como preguntar, porque todos los discípulos de un
colegio
no cursan filosofía. Todos los espíritus tienen el mismo origen y el
mismo destino. Las
diferencias que entre ellos existen no constituyen diferentes especies,
sino grados diversos
de adelanto.
Los espíritus no son perfectos, porque son las almas de los hombres, y
los
hombres no son perfectos, porque son la encarnación de espíritus más o
menos
adelantados. El mundo corporal y el mundo espiritual alternan
incesantemente; por la
muerte del cuerpo, el mundo corporal ofrece su contingente al mundo
espiritual; por el
nacimiento, el espiritual alimenta a la humanidad. En cada nueva
existencia, el Espíritu
realiza un progreso más o menos grande, y cuando ha adquirido en la
Tierra la suma de
conocimientos y de elevación moral de que es susceptible nuestro globo,
lo deja para
pasar a otro mundo más elevado, donde aprende cosas nuevas.
Los espíritus que forman la población invisible de la Tierra son hasta
cierto
punto reflejo del mundo corporal. Se encuentran en ellos los mismos
vicios y las mismas
virtudes; los hay sabios, ignorantes, falsos sabios, prudentes y
atolondrados; filósofos,
razonadores y sistemáticos; no habiéndose desprendido todos de sus
preocupaciones,
todas las opiniones políticas y religiosas tienen entre ellos sus
representantes; cada uno
habla según sus ideas, y a menudo lo que dicen no es más que su opinión
personal, y he
aquí por qué no se debe dar ciegamente crédito a todo lo que dicen los
espíritus.
V. –Si esto es así, descubro una inmensa dificultad, pues en semejante
conflicto
de opiniones diversas, ¿Cómo distinguir el error de la verdad? No
comprendo que nos
sirvan de mucho los espíritus ni lo que ganamos con sus conversaciones.
A. K. –Aunque sólo sirviesen los espíritus para enseñarnos que los hay
que son
las almas de los hombres, ¿No sería ya esto muy importante para los que
dudan de si la
tienen, y que ignoran lo que será de ellos después de la muerte?
Como todas las ciencias filosóficas, la espiritista requiere largos
estudios y
minuciosas observaciones. Así es como se aprende a distinguir la verdad
de la impostura, y como se obtienen los medios de alejar a los espíritus
mentirosos. Por encima de la turba
de baja ralea, están los espíritus superiores, que no tienen otra mira
que el bien, y cuya
misión es conducir a los hombres por el buen sendero. Nos corresponde a
nosotros saber
apreciarlos y comprenderlos. Éstos nos enseñan magníficas cosas; pero no
crea usted que
el estudio de los otros sea inútil, dado que para conocer un pueblo es
preciso estudiarlo
bajo todas sus fases.
Usted mismo es prueba de esta verdad: creía usted que bastaba a los
espíritus el
dejar su envoltura corporal para despojarse de sus imperfecciones, y las
comunicaciones
con ellos nos han enseñado lo contrario, haciéndonos conocer el
verdadero estado del
mundo espiritual, que a todos nos interesa en extremo, ya que a él
debemos ir todos. En
cuanto a los errores que pueden nacer de la divergencia de opinión entre
los espíritus,
desaparecen por sí mismos a medida que aprendemos a distinguir los
buenos de los
malos, los sabios de los ignorantes, los sinceros de los hipócritas, ni
más ni menos que
entre nosotros. Entonces el sentido común hace justicia a las falsas
doctrinas.
V. –Mi observación subsiste siempre respecto de las cuestiones
científicas y de
otras que pueden someterse a los espíritus. La divergencia de sus
opiniones sobre las
teorías que separan a los sabios nos deja en la incertidumbre. Comprendo
que, no
estando todos en el mismo grado de instrucción, no pueden saberlo todo;
pero entonces,
¿De qué peso puede ser para nosotros la opinión de los que saben, si no
podemos
evidenciar quién tiene razón y quién no? Tanto vale, pues, dirigirse a
los hombres como a
los espíritus.
A. K. –También esta reflexión es una consecuencia de la ignorancia del
verdadero carácter del Espiritismo. El que crea encontrar en él un medio
fácil de saberlo y
descubrirlo todo, está en un grave error. Los espíritus no están
encargados de traernos la
ciencia perfecta; esto sería en efecto muy cómodo, no tener más que
pedir para ser
servidos, evitándonos así el trabajo de las investigaciones. Dios quiere
que trabajemos,
que nuestro pensamiento se ejercite: sólo a este precio adquirimos la
ciencia. Los espíritus
no vienen a librarnos de esa necesidad: son lo que son: el Espiritismo
tiene por objeto el
estudio, a fin de saber, por analogía, lo que seremos algún día, y no de
hacernos conocer
lo que nos debe estar oculto, o revelarnos las cosas antes de tiempo.
Tampoco son los espíritus los anunciadores de la buenaventura, y
cualquiera
que se haga la ilusión de obtener de ellos ciertos secretos, se prepara
extrañas decepciones
de parte de los espíritus burlones; en una palabra, el Espiritismo es
una ciencia de
observación y no una ciencia de adivinación o de especulación. La
estudiamos para
conocer el estado de las individualidades del mundo invisible, las
relaciones que entre
ellos y nosotros existen, su acción oculta sobre el mundo visible, y no
por la utilidad
material que de ella podemos obtener. Bajo este punto de vista, no hay
Espíritu cuyo
estudio no sea útil. Con todos aprendemos algo; sus imperfecciones, sus
defectos, su
insuficiencia, su misma ignorancia son otros tantos asuntos de
observación que nos
inician en la naturaleza íntima de ese mundo, y cuando no son ellos los
que nos instruyen
con sus enseñanzas, somos nosotros los que nos instruimos estudiándolos,
como sucede
cuando observamos las costumbres de un pueblo que no conocemos.
Respecto de los espíritus ilustrados, nos enseñan mucho, pero en los
límites de
las cosas posibles, y no debe preguntárseles lo que no pueden o no deben
revelar; hemos
de contentarnos con lo que nos dicen; querer ir más allá es exponerse a
las mistificaciones
de los espíritus ligeros, dispuestos siempre a responder a todo. La
experiencia nos enseña
a juzgar el grado de confianza que podemos concederles.
Utilidad práctica de las manifestaciones
V. –Supongamos que este punto sea ya evidente y que el Espiritismo haya sido
reconocido por una realidad; ¿Cuál puede ser su utilidad práctica? Hasta ahora hemos
pasado sin él, y me parece que podríamos continuar del mismo modo viviendo muy
tranquilamente.
A. K. –Otro tanto pudiera decirse de los ferrocarriles y del vapor, sin los cuales
se vivía muy bien.
Si por la utilidad práctica entiende usted los medios de vivir bien, de hacer
fortuna, de conocer el porvenir, de descubrir minas de carbón o tesoros ocultos, de
recobrar herencias y de esquivar el trabajo de las investigaciones, para nada sirve el
Espiritismo, que no puede hacer alzar o bajar la Bolsa, ni ser reducido a acciones, ni
siquiera ofrecer inventos perfectos, a punto de ser explotados. Bajo este punto de vista,
¡Cuántas ciencias serían inútiles! Cuántas hay que nos ofrecerían ventaja alguna,
comercialmente hablando. Los hombres se encontraban perfectamente antes del
descubrimiento de todos los planetas; antes de que se supiera que es la Tierra, y no el Sol,
la que gira; antes de que se hubiesen calculado los eclipses; antes de que se conociese el
mundo microscópico y antes de otras mil cosas. Para hacer crecer el trigo, no tiene
necesidad el labrador de saber lo que es un cometa; ¿Por qué, pues, los sabios se entregan
a estas investigaciones, y quién se atreverá a decir que pierden el tiempo en ellas?
Todo lo que sirve para levantar una punta del velo contribuye al desarrollo de la
inteligencia, ensancha el círculo de las ideas, haciéndonos penetrar en las leyes de la
Naturaleza. En virtud de una de ellas, existe el mundo de los espíritus. El Espiritismo
hace que la conozcamos; nos enseña la influencia que el mundo invisible ejerce en el
visible y las relaciones que entre ambos existen, como la astronomía nos enseña las
relaciones de los astros con la Tierra; nos lo presenta como una de las fuerzas que
gobiernan al Universo y contribuyen al mantenimiento de la armonía general. Su
pongamos que se limite a esto su utilidad, ¿No sería ya mucho la revelación de semejante
poder, haciendo abstracción de toda doctrina moral? ¿No es nada la revelación de todo
un mundo nuevo, sobre todo si el conocimiento del mismo nos lleva a la resolución de
una multitud de problemas insolubles hasta ahora; si nos inicia en los misterios de
ultratumba, que algo nos interesan, puesto que todos cuantos somos debemos tarde o
temprano dar el paso fatal? Pero otra utilidad más positiva tiene el Espiritismo, que es la
influencia que ejerce por la fuerza misma de las cosas. El Espiritismo es la prueba patente
de la existencia del alma, de su individualidad después de la muerte, de su inmortalidad y
de su suerte verdadera. Es, pues, la destrucción del materialismo, no con razonamiento,
sino con hechos.
No debe pedirse al Espiritismo más de lo que puede dar, ni buscar en él otro fin
que el providencial. Antes de los progresos formales de la astronomía se creía en la
astrología. ¿Sería razonable asegurar que para nada sirve la astronomía porque ya no
puede descubrirse en la influencia de los astros el pronóstico del destino? Del mismo
modo que la astronomía destronó a los astrólogos, el Espiritismo destrona a los adivinos,
a los hechiceros y a los anunciadores de la buenaventura. Es a la magia lo que la
astronomía a la astrología, y la química a la alquimia.
Locura, suicidio, obsesión
V. –Ciertas personas consideran las ideas espiritistas
como capaces de turbar las
facultades mentales, y por este motivo encuentran prudente detenerlas en
su curso.
A. K. –Ya sabe usted conocer el proverbio: achaques quiere la muerte. No
es,
pues, de sorprender que los enemigos del Espiritismo procuren apoyarse
en todos los
pretextos. El indicado les ha parecido a propósito para despertar
temores y
susceptibilidades, y se han apoderado de él con solicitud. Pero
desaparece ante el más
ligero examen. Oiga usted, pues, sobre esta locura, el razonamiento de
un loco.
Todas las grandes preocupaciones del Espíritu pueden ocasionar la
locura; las
ciencias, las artes, la misma religión, ofrecen su contingente. La
locura tiene por principio
un estado patológico del cerebro, instrumento del pensamiento:
desorganizado el cerebro
queda alterado el pensamiento. La locura es, pues, un efecto
consecutivo, cuya causa
primera es una predisposición orgánica que hace al cerebro más o menos
accesible a
ciertas impresiones, y esto es tan cierto que verá usted personas que
piensan muchísimo
sin volverse locos, y otros que pierden el juicio bajo la influencia de
la más pequeña
sobreexcitación. Dada la predisposición a la locura, ésta tomará el
carácter de la
preocupación principal, que se convertirá entonces en una idea fija.
Ésta podrá ser la de
los espíritus en quien de ellos se haya ocupado, como pudiera ser la de
Dios, de los
ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una
ciencia, de la maternidad,
de un sistema político o social.
Es problema que el loco religioso lo hubiera sido espiritista, si el
Espiritismo
hubiese sido su preocupación dominante. Cierto es que un periódico ha
dicho que en
una sola localidad de América, cuyo nombre no recordamos, se contaban
cuatro mil casos
de locura espiritista. Pero ya sabemos que en nuestros adversarios es
una idea fija el
creerse dotados exclusivamente de razón, lo cual no deja de ser una
manía como otra
cualquiera.
Para ellos, todos nosotros somos dignos de un manicomio, y por
consiguiente,
los cuatro mil espiritistas de la localidad en cuestión deben ser otros
tantos locos. Bajo
este concepto, los Estados Unidos cuentan con centenares de miles, y un
mayor número
aún todos los países del mundo. Esta broma pesada comienza a caer en
desuso desde que
la indicada locura se hace paso en las más elevadas esferas de la
sociedad. Mucho ruido se
hace con un ejemplo conocido, el de Víctor Hennequín; pero se echa al
olvido que, antes
de ocuparse de los espíritus, había dado ya pruebas de excentricidad en
las ideas. Si las
mesas giratorias no hubiesen aparecido –las cuales, según un ingenioso
juego de palabras
de nuestros adversarios, le hicieron perder el juicio,- su locura
hubiera tomado otro
carácter.
Digo, pues, que el Espiritismo no goza de ningún privilegio en este
punto, y aún
más, bien comprendido, preserva de la locura y del suicidio.
Entre las más numerosas causas de sobreexcitación cerebral, deben
contarse las
decepciones, las desgracias, los afectos contrarios, causas que son
también las más
frecuentes de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas
de este mundo desde
un punto de vista tan elevado, que las tribulaciones no son para él más
que incidentes
desagradables. Lo que en otros produciría una violenta emoción, le
afecta medianamente.
Sabe por otra parte que los pesares de la vida son pruebas que conspiran
a su adelanto si
los sufre sin murmurar, porque será recompensado según el valor con que
las haya
soportado. Estas convicciones le dan, pues, una resignación que le
preserva de la
desesperación, y por consiguiente, de una causa incesante de locura y de
suicidio. Sabe, además, por el espectáculo que le dan las
comunicaciones de los espíritus, la deplorable
suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es
bastante para hacerle
reflexionar, por lo cual es considerable el número de los que por él han
sido detenidos en
la funesta pendiente. Este es uno de los resultados del Espiritismo.
En el número de las causas de locura, debe colocarse también el miedo, y
el que
se tiene al diablo ha descompuesto a más de un cerebro. ¿Se sabe por
ventura el número
de víctimas producidas al impresionar las imaginaciones débiles con este
cuadro que se
procura hacer más horroroso por medio de horribles pormenores? Se dice
que el diablo
no espanta más que a los chiquillos, que es un freno para hacerles
prudentes; sí, como la
bruja y el coco, pero cuando no les tienen ya miedo, son peores que
antes. Y por este
magnífico resultado, se olvida el número de epilepsias acusadas a un
cerebro delicado.
No debe confundirse la locura patológica, con la obsesión. Ésta no
procede de
ninguna lesión cerebral, sino de la subyugación ejercida por los
espíritus maléficos sobre
ciertos individuos, y tiene, a veces, las apariencias de la locura
propiamente dicha. Esta
afección, que es muy frecuente, es independiente de la creencia en el
Espiritismo y ha
existido en todos los tiempos. En este caso, la medicina general es
impotente y hasta
nociva. El Espiritismo, haciendo conocer esta nueva causa de turbación
en el estado del
ser, ofrece, al mismo tiempo, el medio de curarla obrando no en el
enfermo, sino en el
Espíritu obsesor. Es el remedio y no la causa de la enfermedad.
Olvido del pasado
V. –No me explico cómo puede aprovecharse el hombre de la
experiencia
adquirida en las anteriores existencias si no conserva el recuerdo de
las mismas; porque,
desde el momento que no las recuerda, cada existencia viene a ser como
la primera, lo
cual equivale a empezar siempre. Supongamos que al despertarnos cada día
perdiésemos
la memoria de lo que habíamos hecho en el anterior. Es indudable que no
estaríamos
más adelantados a los sesenta que a los diez años, mientras que
recordando nuestras
faltas, nuestras fragilidades y los castigos recibidos, procuraríamos no
volver a incurrir en
ellas. Sirviéndome de la comparación hecha por usted del hombre en la
Tierra con el
alumno de un colegio, no comprendería que este último pudiese aprovechar
las lecciones
del quinto año, por ejemplo, si no recordase las aprendidas en el
cuarto. Estas soluciones
de continuidad en la vida del Espíritu interrumpen todas las relaciones,
haciendo de él
un ser nuevo hasta cierto punto, de donde puede concluirse que nuestros
pensamientos
mueren en cada existencia, para renacer sin conciencia de lo que hemos
sido. Esto es una
especie de anonadamiento.
A. K. –De cuestión en cuestión me conducirá a usted a hacer un curso
completo
de Espiritismo. Todas las objeciones que usted hace son naturales en el
que nada sabe en
este asunto, y que encontraría, en un estudio profundo, una solución
mucho más
explícita que la que puedo dar en una explicación sumaria, que por sí
misma debe
provocar incesantemente nuevas cuestiones. Todo se encadena en el
Espiritismo, y
cuando se estudia el conjunto, se ve que los principios se desprenden
los unos de los
otros apoyándose mutuamente, y lo que parecía entonces una anomalía
contraria a la
justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación
de esa sabiduría
y de esta justicia de Dios, parece completamente natural y viene en
confirmación de esa
sabiduría y de esa justicia.
Tal es el problema del olvido del pasado que se relaciona con cuestiones
de igual
importancia, por lo cual no haré más que desbrozarle. Si a cada nueva
existencia se corre un velo sobre el pasado, nada pierde el
Espíritu de lo que ha adquirido en aquél; olvida únicamente la manera
como lo ha
adquirido. Sirviéndome de la comparación del alumno, poco le importa
recordar dónde,
cómo y con qué profesores cursó el cuarto año, al entrar en que quinto,
sabe lo que se
aprende en el cuarto. ¿Qué le importa saber que fue castigado por su
pereza o por su
insubordinación, si tales castigos le han hecho estudioso y dócil? De
este modo, el
hombre, al reencarnarse, trae instintivamente y como ideas innatas lo
que ha adquirido
en ciencia y en moralidad. Digo en moralidad, porque si durante una
existencia se ha
mejorado, si ha aprovechado las lecciones de la experiencia, cuando se
reencarne será
instintivamente mejor; su Espíritu, robustecido en la escuela del
sufrimiento y del trabajo,
tendrá más solidez; lejos de tener que empezar, posee un abundante
fondo, en el que se
apoya para adquirir más y más.
La segunda parte de su objeción, respecto del anonadamiento del
pensamiento,
no es menos infundada, porque semejante olvido sólo tiene lugar durante
la vida
corporal. Al dejarla, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado: puede
entonces juzgar del
camino recorrido y del que aún le falta recorrer; de modo que no hay
solución de
continuidad en la vida espiritual, que es la normal del Espíritu.
El olvido temporal es un beneficio de la providencia, ya que la
experiencia se
adquiere a menudo por las rudas pruebas y expiaciones terribles, cuyo
recuerdo sería muy
penoso, viniendo a juntarse a las angustias de las tribulaciones de la
vida presente. Si
parecen largos los sufrimientos de la vida, ¿Qué no parecerían si se
aumentase su
duración con el recuerdo de los sufrimientos del pasado? Usted, por
ejemplo, caballero,
es hoy un hombre honrado, pero acaso lo debe a los rudos castigos
sufridos por faltas que
hoy repugnarían a su conciencia; ¿Le gustaría a usted recordar el haber
sido ahorcado
alguna vez? ¿No le perseguiría constantemente la vergüenza, pensando que
el mundo sabe
el mal por usted cometido? ¿Qué le importa a usted lo que haya podido
hacer y lo que
haya sufrido para expiarlo, si es usted actualmente un hombre
apreciable? A los ojos del
mundo, es usted un nuevo hombre. A los de Dios, un Espíritu
rehabilitado. Libre del
recuerdo de un pasado importuno, obra con más libertad; la vida actual
es un nuevo
punto de partida; las deudas anteriores de usted están satisfechas, le
corresponde ahora
no encontrar otras nuevas.
¡Cuántos hombres quisieran poder, durante su vida, correr un velo sobre
sus
primeros años! ¡Cuántos se han dicho al fin de su existencia!: “Si
volviese a empezar, no
haría lo que he hecho”. “Pues bien, lo que no pueden deshacer en esta
vida, lo desharán
en otra; en una nueva existencia, su Espíritu traerá consigo, en estado
de intuición, las
buenas resoluciones tomadas. Así se realiza gradualmente el progreso de
la Humanidad.
Supongamos aún, lo que es muy ordinario, que entre sus relaciones, en su
misma familia, se encuentre un individuo del cual está usted quejoso,
que quizá le ha
arruinado o deshonrado en otra existencia, y que viene arrepentido a
encarnarse junto a
usted, a unírsele por lazos de familia para reparar los agravios por
medio de su interés y
afecto, ¿No se encontrarían ustedes mutuamente en la posición más falsa,
si ambos
recordaran sus enemistades? En lugar de apaciguarse éstas, se
eternizarían los odios.
Deduzca usted de todo esto que el recuerdo del pasado perturbaría las
relaciones sociales y sería una traba al progreso. ¿Quiere usted una
prueba de actualidad?
Si un hombre condenado a presidio tomase la firme resolución de ser
honrado, ¿Qué
sucedería a su salida? Sería rechazado por la sociedad y esta repulsión
casi siempre volvería
a arrastrarle hacia el vicio. Si suponemos, por el contrario, que todo
el mundo ignora sus antecedentes, sería bien recibido, y si él mismo
pudiese olvidarlo, no sería menos
honrado y podría caminar alta la frente, en vez de bajarla a la
vergüenza del recuerdo.
Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus acerca de
los
mundos superiores al nuestro. En ellos, donde sólo el bien reina, el
recuerdo del pasado
no es nada penoso, y por eso sus habitantes recuerdan la existencia
precedente como
nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a lo que ha
podido hacerse en los
mundos inferiores, viene a ser como un sueño pasado.
Elementos de convicción
V. –Convengo, caballero, en que desde el punto de vista filosófico la doctrina
espiritista es perfectamente racional, pero queda siempre la cuestión de las
manifestaciones que sólo los hechos pueden resolver, y la realidad de semejantes hechos
es la que niegan muchas personas, por lo cual no debe usted extrañar el deseo que se
experimenta de presenciarlos.
A. K. –Lo encuentro natural, pero como busco el provecho que puedan dar,
explico las condiciones en que conviene colocarse para observarlos mejor, y sobre todo
para comprenderlos. El que a ello no quiere someterse indica que no tiene serios deseos
de ilustrarse, y entonces es inútil perder el tiempo con él.
También convendrá usted, caballero, en que sería extraño que una filosofía
racional hubiese salido de hechos ilusorios y falsos. En buena lógica, la realidad del efecto
implica la realidad de la causa; si es verdadero el uno, no puede ser falsa la otra, porque
no habiendo árbol, no se pueden cosechar frutos.
Cierto es que todo el mundo no ha podido evidenciar los hechos, porque no
todos se han puesto en las condiciones requeridas para observarlos, ni han tenido en ellos
la paciencia y perseverancia necesarias. Pero esto sucede como en todas las ciencias: lo que
no hacen unos lo hacen otros, y todos los días se admite el resultado de cálculos
astronómicos por aquellos que no los han hechos.
Como quiera que sea, si usted encuentra buena la filosofía, puede aceptarla
como otra cualquiera, reservándose su opinión sobre los senderos y medios que a ella han
conducido, o como máximo admitiéndolos a título de hipótesis hasta que tenga más
amplia demostración.
Los elementos de convicción no son los mismos para todos; lo que convence a
los unos no causa impresión ninguna a los otros, y de aquí que sea necesario un poco de
todo. Pero es un error creer que los experimentos físicos son el único medio de
convencimiento. He visto algunos a quienes los más notables fenómenos no han podido
convencer y de quienes ha triunfado una simple respuesta por escrito. Cuando se ve un
hecho que no se comprende, parece más sospechoso cuanto más extraordinario es, y el
pensamiento le busca siempre una causa vulgar; si nos damos cuenta de él, lo admitimos
mucho más fácilmente, porque tiene una razón de ser: lo maravilloso y lo sobrenatural
desaparecen entonces. Es indudable que las explicaciones que acabo de dar a usted en
este diálogo están lejos de ser completas, pero estoy persuadido de que, sumarias como
son, le darán que pensar, y si las circunstancias le hacen a usted testigo de algunas
manifestaciones, las verá con menos prevención, porque podrá fundar su razonamiento
sobre una base. Hay dos cosas en el Espiritismo: la parte experimental de las
manifestaciones y la doctrina filosófica; y todos los días me visitan personas que nada han
visto y que creen tan firmemente como yo, únicamente por el estudio que han hecho de
la parte filosófica. Para ellas el fenómeno de las manifestaciones es lo accesorio; el fondo,
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la doctrina, la ciencia, la encuentran tan grande y tan racional, que hallan en la misma
todo lo que puede satisfacer sus aspiraciones interiores, haciendo abstracción del hecho
de las manifestaciones, y concluyen, de aquí, que aun suponiendo que éstas no existen,
no deja de ser la doctrina que mejor resuelve una multitud de problemas creídos
insolubles. ¡Cuántos son los que me han dicho que estas ideas habían germinado en su
cerebro, aunque de una manera confusa! El Espiritismo ha venido a formularla o darles
un cuerpo, siendo para ellos un rayo de luz. Esto explica el número de adeptos que ha
hecho la sola lectura de El Libro de los Espíritus. ¿Cree usted que hubiese sucedido esto si
nos hubiéramos concretado a las mesas giratorias y parlantes?
V. –Tiene usted razón en decir, caballero, que de las mesas giratorias ha salido
una doctrina filosófica, y lejos estaba yo desospechar las consecuencias que podían surgir
de un hecho que se miraba como un simple objeto de curiosidad. Ahora veo cuán vasto
es el campo abierto por su sistema.
A. K. –Dispense usted, caballero; usted me honra mucho atribuyéndome ese
sistema, pero no me pertenece. Todo él está deducido de la enseñanza de los espíritus. Yo
he visto, observado, coordinado, y procurado hacer comprender a los otros lo que yo
comprendo; he aquí toda la parte que me toca. Entre el Espiritismo y los otros sistemas
filosóficos hay esta diferencia capital, que los últimos son obra de hombres más o menos
esclarecidos, mientras que en el que usted me atribuye no tengo el mérito de haber
inventado un solo principio. Se dice: la filosofía de Platón, de Leibnitez; pero no se dirá:
la doctrina de Allan Kardec, y esto es lógico; porque, ¿Qué peso ha de tener un hombre
en cuestión tan seria? El Espiritismo tiene auxiliares mucho más preponderantes y a cuyo
lado somos átomos.
Sociedad espiritista de París
V. –Sé que dirige usted una sociedad que se ocupa en estos estudios; ¿Me sería
posible ingresar en ella?
A. K. –Por ahora ciertamente que no: porque si para ingresar en la misma no se
necesita ser doctor en Espiritismo, es preciso por lo menos tener sobre este particular
ideas más fijas que las de usted. Como no quiere ser turbada en sus estudios, no puede
admitir a los que le harían perder el tiempo en cuestiones elementales, ni a los que, no
simpatizando con sus principios y convicciones, introducirían el desorden con
discusiones intempestivas o por Espíritus de contradicción. Ella es una sociedad
científica, como otras muchas, que se ocupa en profundizar los diferentes puntos de la
ciencia espiritista, procurando esclarecerlos. Es el centro donde convergen las enseñanzas
de todas las partes del mundo, y donde se elaboran y coordinan las cuestiones que se
refieren al progreso de la ciencia, pero no una escuela, ni una enseñanza elemental, más
tarde, cuando las convicciones de usted están formadas por el estudio, se verá si hay lugar
a admitirle. En el ínterin, podrá usted como máximo asistir una o dos veces como oyente,
con la condición de no hacer reflexión alguna que pueda ofender a nadie, pues de lo
contrario, yo, que le abría presentado a usted, sufriría los reproches de mis colegas, y a
usted se le cerraría la puerta para siempre. Verá usted una reunión de hombres serios y de
buen trato, cuya mayor parte se recomienda por la superioridad de su saber y de su
posición social, y que no permitirían que aquellos a quienes admite la sociedad se
separasen lo más mínimo de los buenos modales; porque no se figura usted que ella invite
al público, y que llame a sus sesiones al primer transeúnte. Como no hace demostraciones
para satisfacer la curiosidad, huye cuidadosamente de los curiosos. Los que creyesen,
pues, encontrar en ella una distracción o un espectáculo, se llevarían chasco y harían muy
bien en no presentarse a la misma. He aquí por qué no admite, ni siquiera como simples
oyentes, a los que no conocen o a aquellos cuyas disposiciones hostiles son notorias.
Prohibición del Espiritismo
V. –Una pregunta final, se lo suplico a usted. El Espiritismo tiene poderosos
enemigos; ¿No podrían éstos prohibir el ejercicio de aquél y las sociedades espiritistas,
deteniendo de este modo su propagación?
A. K. –Medio sería éste de perder la partida más pronto porque la violencia es el
argumento de los que no tienen razones que oponer. Si el Espiritismo es una quimera
caerá por sí mismo sin que nadie se tome el trabajo de destruirlo. Si le persiguen es
porque se le teme, y sólo lo grave infunde temor. Si es una realidad, está, según tengo
dicho, en la Naturaleza, y no se revocan de un plumazo las leyes de la Naturaleza.
Si las manifestaciones espiritistas fuesen privilegio de un solo hombre, no hay
duda que, deshaciéndose de él, se pondría fin a las manifestaciones. Desgraciadamente
para sus adversarios, no son un misterio para nadie; nada hay secreto en ellas, nada
oculto, todo se realiza a la luz del día; están a la disposición de todo el mundo y se les
emplea en el palacio y en la cabaña. Puede prohibirse el ejercicio público, pero ya
sabemos que no es precisamente en público donde mejor se producen, sino en la
intimidad, y pudiendo cada uno ser médium, ¿Quién impedirá, a una familia en el
interior de su casa, a un individuo en el silencio de su gabinete, al prisionero entre sus
cadenas, tener comunicaciones con los espíritus, a pesar y a las barbas de sus esbirros?
Admitamos, sin embargo, que un gobierno fuese bastante fuerte para impedirlas en su
estado, ¿Las impediría en los Estados vecinos, en el mundo entero, ya que no hay un solo
país en ambos continentes donde no se encuentran médiums?
El Espiritismo, por otra parte, no tiene su germen en los hombres. Es obra de
los espíritus, que no pueden ser quemados, ni encarcelados. Consiste en la creencia
individual y no en las sociedades, que en manera alguna son necesarias. Si se llega a
destruir todos los libros espiritistas (y eso que existen ya algunos miles), los espíritus los
dictarían de nuevo.