Los médiums y los hechiceros
V.
–Desde el momento en que la mediumnidad consiste en establecer
relaciones
con los poderes ocultos, me parece que las palabras médiums y hechiceros
son poco
menos que sinónimas.
A. K. –En todas las épocas ha habido médiums naturales o inconscientes
que,
por el hecho de que producían fenómenos insólitos y no comprendidos,
eran calificados de hechiceros y de tener pacto con el diablo, lo cual
ha sucedido también con la mayor
parte de los sabios que poseían conocimientos superiores a los del
vulgo. La ignorancia ha
exagerado su poder y ellos mismos han abusado con frecuencia de la
credulidad pública
explotándola, y de aquí la justa reprobación de que han sido objeto.
Basta comparar el
poder atribuido a los hechiceros con la facultad de los verdaderos
médiums para
establecer la diferencia pero la mayor parte de los críticos no se toman
este trabajo. El
Espiritismo, lejos de resucitar la hechicería, la destruye para siempre,
despojándola de su
pretendido poder sobrenatural, de sus pretendidas fórmulas, hechizos,
amuletos y
talismanes, reduciendo los fenómenos posibles a su justo valor, sin
salir de las leyes
naturales.
La asimilación que ciertas personas pretenden establecer, procede del
error en
que se encuentran de que los espíritus están a disposición de los
médiums. Repugna a su
razón que pueda depender del primer antojadizo el hacer venir a su gusto
y en el
momento determinado, al Espíritu de tal o cual persona, más o menos
ilustre. En esto
creen la verdad, y si, antes de censurar el Espiritismo, se hubiesen
molestado en
informarse, hubieran sabido que dice terminantemente que los espíritus
no están sujetos
a los caprichos de nadie, y que nadie puede hacerles venir a su antojo y
a pesar de ellos,
de donde se deduce que los médiums no son hechiceros.
V. –Según esto, todos los efectos que ciertos médiums acreditados
obtienen por
su voluntad y en público son para usted sofisticaciones.
A. K. – No lo digo de un modo absoluto. Ciertos fenómenos no son
imposibles,
porque hay espíritus de grado inferior que pueden prestarse a ellos, y
que con ellos se
divierten, habiendo quizá hecho ya, durante su vida, el oficio de
charlatanes, y habiendo
también médiums especialmente propios para este género de manifestación.
Pero el
sentido común más vulgar rechaza la idea de que los espíritus elevados,
por poco que lo
estén, vengan a participar en la comedia y a hacer alardes de fuerza
para divertir a los
curiosos.
La obtención de estos fenómenos al antojo del que los obtiene, y sobre
todo en
público, es siempre sospechosa; en semejante caso, la mediumnidad y la
prestidigitación
andan tan cerca, que con frecuencia es muy difícil distinguirlas. Antes
de ver en aquéllos
la acción de los espíritus, se requieren minuciosas observaciones y
tener en cuenta, bien el
carácter y antecedentes del médium, bien una multitud de circunstancias
que sólo un
profundo estudio de la teoría de los fenómenos espiritistas puede hacer
apreciar. Es de
notar que este género de mediumnidad, si es en efecto mediumnidad, está
limitada a la
producción del mismo fenómeno, con ligeras variaciones, lo que no es muy
a propósito
para disipar las dudas. Un absoluto desinterés sería la mejor garantía
de sinceridad.
Cualquiera que sea la realidad de dichos fenómenos, como efectos
medianímicos, producen un buen resultado, cuales el de poner en boga la
idea espiritista.
La controversia que sobre este particular se establece induce a muchas
personas un
estudio más profundo. No es, ciertamente, a esos lugares donde debe irse
en busca de
instrucciones serias acerca del Espiritismo, ni de la filosofía de la
doctrina, pero es un
medio de llamar la atención a los indiferentes y obligar a que hablen de
él a los más
recalcitrantes.