Olvido del pasado
V. –No me explico cómo puede aprovecharse el hombre de la
experiencia
adquirida en las anteriores existencias si no conserva el recuerdo de
las mismas; porque,
desde el momento que no las recuerda, cada existencia viene a ser como
la primera, lo
cual equivale a empezar siempre. Supongamos que al despertarnos cada día
perdiésemos
la memoria de lo que habíamos hecho en el anterior. Es indudable que no
estaríamos
más adelantados a los sesenta que a los diez años, mientras que
recordando nuestras
faltas, nuestras fragilidades y los castigos recibidos, procuraríamos no
volver a incurrir en
ellas. Sirviéndome de la comparación hecha por usted del hombre en la
Tierra con el
alumno de un colegio, no comprendería que este último pudiese aprovechar
las lecciones
del quinto año, por ejemplo, si no recordase las aprendidas en el
cuarto. Estas soluciones
de continuidad en la vida del Espíritu interrumpen todas las relaciones,
haciendo de él
un ser nuevo hasta cierto punto, de donde puede concluirse que nuestros
pensamientos
mueren en cada existencia, para renacer sin conciencia de lo que hemos
sido. Esto es una
especie de anonadamiento.
A. K. –De cuestión en cuestión me conducirá a usted a hacer un curso
completo
de Espiritismo. Todas las objeciones que usted hace son naturales en el
que nada sabe en
este asunto, y que encontraría, en un estudio profundo, una solución
mucho más
explícita que la que puedo dar en una explicación sumaria, que por sí
misma debe
provocar incesantemente nuevas cuestiones. Todo se encadena en el
Espiritismo, y
cuando se estudia el conjunto, se ve que los principios se desprenden
los unos de los
otros apoyándose mutuamente, y lo que parecía entonces una anomalía
contraria a la
justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación
de esa sabiduría
y de esta justicia de Dios, parece completamente natural y viene en
confirmación de esa
sabiduría y de esa justicia.
Tal es el problema del olvido del pasado que se relaciona con cuestiones
de igual
importancia, por lo cual no haré más que desbrozarle. Si a cada nueva
existencia se corre un velo sobre el pasado, nada pierde el
Espíritu de lo que ha adquirido en aquél; olvida únicamente la manera
como lo ha
adquirido. Sirviéndome de la comparación del alumno, poco le importa
recordar dónde,
cómo y con qué profesores cursó el cuarto año, al entrar en que quinto,
sabe lo que se
aprende en el cuarto. ¿Qué le importa saber que fue castigado por su
pereza o por su
insubordinación, si tales castigos le han hecho estudioso y dócil? De
este modo, el
hombre, al reencarnarse, trae instintivamente y como ideas innatas lo
que ha adquirido
en ciencia y en moralidad. Digo en moralidad, porque si durante una
existencia se ha
mejorado, si ha aprovechado las lecciones de la experiencia, cuando se
reencarne será
instintivamente mejor; su Espíritu, robustecido en la escuela del
sufrimiento y del trabajo,
tendrá más solidez; lejos de tener que empezar, posee un abundante
fondo, en el que se
apoya para adquirir más y más.
La segunda parte de su objeción, respecto del anonadamiento del
pensamiento,
no es menos infundada, porque semejante olvido sólo tiene lugar durante
la vida
corporal. Al dejarla, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado: puede
entonces juzgar del
camino recorrido y del que aún le falta recorrer; de modo que no hay
solución de
continuidad en la vida espiritual, que es la normal del Espíritu.
El olvido temporal es un beneficio de la providencia, ya que la
experiencia se
adquiere a menudo por las rudas pruebas y expiaciones terribles, cuyo
recuerdo sería muy
penoso, viniendo a juntarse a las angustias de las tribulaciones de la
vida presente. Si
parecen largos los sufrimientos de la vida, ¿Qué no parecerían si se
aumentase su
duración con el recuerdo de los sufrimientos del pasado? Usted, por
ejemplo, caballero,
es hoy un hombre honrado, pero acaso lo debe a los rudos castigos
sufridos por faltas que
hoy repugnarían a su conciencia; ¿Le gustaría a usted recordar el haber
sido ahorcado
alguna vez? ¿No le perseguiría constantemente la vergüenza, pensando que
el mundo sabe
el mal por usted cometido? ¿Qué le importa a usted lo que haya podido
hacer y lo que
haya sufrido para expiarlo, si es usted actualmente un hombre
apreciable? A los ojos del
mundo, es usted un nuevo hombre. A los de Dios, un Espíritu
rehabilitado. Libre del
recuerdo de un pasado importuno, obra con más libertad; la vida actual
es un nuevo
punto de partida; las deudas anteriores de usted están satisfechas, le
corresponde ahora
no encontrar otras nuevas.
¡Cuántos hombres quisieran poder, durante su vida, correr un velo sobre
sus
primeros años! ¡Cuántos se han dicho al fin de su existencia!: “Si
volviese a empezar, no
haría lo que he hecho”. “Pues bien, lo que no pueden deshacer en esta
vida, lo desharán
en otra; en una nueva existencia, su Espíritu traerá consigo, en estado
de intuición, las
buenas resoluciones tomadas. Así se realiza gradualmente el progreso de
la Humanidad.
Supongamos aún, lo que es muy ordinario, que entre sus relaciones, en su
misma familia, se encuentre un individuo del cual está usted quejoso,
que quizá le ha
arruinado o deshonrado en otra existencia, y que viene arrepentido a
encarnarse junto a
usted, a unírsele por lazos de familia para reparar los agravios por
medio de su interés y
afecto, ¿No se encontrarían ustedes mutuamente en la posición más falsa,
si ambos
recordaran sus enemistades? En lugar de apaciguarse éstas, se
eternizarían los odios.
Deduzca usted de todo esto que el recuerdo del pasado perturbaría las
relaciones sociales y sería una traba al progreso. ¿Quiere usted una
prueba de actualidad?
Si un hombre condenado a presidio tomase la firme resolución de ser
honrado, ¿Qué
sucedería a su salida? Sería rechazado por la sociedad y esta repulsión
casi siempre volvería
a arrastrarle hacia el vicio. Si suponemos, por el contrario, que todo
el mundo ignora sus antecedentes, sería bien recibido, y si él mismo
pudiese olvidarlo, no sería menos
honrado y podría caminar alta la frente, en vez de bajarla a la
vergüenza del recuerdo.
Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus acerca de
los
mundos superiores al nuestro. En ellos, donde sólo el bien reina, el
recuerdo del pasado
no es nada penoso, y por eso sus habitantes recuerdan la existencia
precedente como
nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a lo que ha
podido hacerse en los
mundos inferiores, viene a ser como un sueño pasado.