Elementos de convicción
V. –Convengo, caballero, en que desde el punto de vista filosófico la doctrina
espiritista es perfectamente racional, pero queda siempre la cuestión de las
manifestaciones que sólo los hechos pueden resolver, y la realidad de semejantes hechos
es la que niegan muchas personas, por lo cual no debe usted extrañar el deseo que se
experimenta de presenciarlos.
A. K. –Lo encuentro natural, pero como busco el provecho que puedan dar,
explico las condiciones en que conviene colocarse para observarlos mejor, y sobre todo
para comprenderlos. El que a ello no quiere someterse indica que no tiene serios deseos
de ilustrarse, y entonces es inútil perder el tiempo con él.
También convendrá usted, caballero, en que sería extraño que una filosofía
racional hubiese salido de hechos ilusorios y falsos. En buena lógica, la realidad del efecto
implica la realidad de la causa; si es verdadero el uno, no puede ser falsa la otra, porque
no habiendo árbol, no se pueden cosechar frutos.
Cierto es que todo el mundo no ha podido evidenciar los hechos, porque no
todos se han puesto en las condiciones requeridas para observarlos, ni han tenido en ellos
la paciencia y perseverancia necesarias. Pero esto sucede como en todas las ciencias: lo que
no hacen unos lo hacen otros, y todos los días se admite el resultado de cálculos
astronómicos por aquellos que no los han hechos.
Como quiera que sea, si usted encuentra buena la filosofía, puede aceptarla
como otra cualquiera, reservándose su opinión sobre los senderos y medios que a ella han
conducido, o como máximo admitiéndolos a título de hipótesis hasta que tenga más
amplia demostración.
Los elementos de convicción no son los mismos para todos; lo que convence a
los unos no causa impresión ninguna a los otros, y de aquí que sea necesario un poco de
todo. Pero es un error creer que los experimentos físicos son el único medio de
convencimiento. He visto algunos a quienes los más notables fenómenos no han podido
convencer y de quienes ha triunfado una simple respuesta por escrito. Cuando se ve un
hecho que no se comprende, parece más sospechoso cuanto más extraordinario es, y el
pensamiento le busca siempre una causa vulgar; si nos damos cuenta de él, lo admitimos
mucho más fácilmente, porque tiene una razón de ser: lo maravilloso y lo sobrenatural
desaparecen entonces. Es indudable que las explicaciones que acabo de dar a usted en
este diálogo están lejos de ser completas, pero estoy persuadido de que, sumarias como
son, le darán que pensar, y si las circunstancias le hacen a usted testigo de algunas
manifestaciones, las verá con menos prevención, porque podrá fundar su razonamiento
sobre una base. Hay dos cosas en el Espiritismo: la parte experimental de las
manifestaciones y la doctrina filosófica; y todos los días me visitan personas que nada han
visto y que creen tan firmemente como yo, únicamente por el estudio que han hecho de
la parte filosófica. Para ellas el fenómeno de las manifestaciones es lo accesorio; el fondo,
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la doctrina, la ciencia, la encuentran tan grande y tan racional, que hallan en la misma
todo lo que puede satisfacer sus aspiraciones interiores, haciendo abstracción del hecho
de las manifestaciones, y concluyen, de aquí, que aun suponiendo que éstas no existen,
no deja de ser la doctrina que mejor resuelve una multitud de problemas creídos
insolubles. ¡Cuántos son los que me han dicho que estas ideas habían germinado en su
cerebro, aunque de una manera confusa! El Espiritismo ha venido a formularla o darles
un cuerpo, siendo para ellos un rayo de luz. Esto explica el número de adeptos que ha
hecho la sola lectura de El Libro de los Espíritus. ¿Cree usted que hubiese sucedido esto si
nos hubiéramos concretado a las mesas giratorias y parlantes?
V. –Tiene usted razón en decir, caballero, que de las mesas giratorias ha salido
una doctrina filosófica, y lejos estaba yo desospechar las consecuencias que podían surgir
de un hecho que se miraba como un simple objeto de curiosidad. Ahora veo cuán vasto
es el campo abierto por su sistema.
A. K. –Dispense usted, caballero; usted me honra mucho atribuyéndome ese
sistema, pero no me pertenece. Todo él está deducido de la enseñanza de los espíritus. Yo
he visto, observado, coordinado, y procurado hacer comprender a los otros lo que yo
comprendo; he aquí toda la parte que me toca. Entre el Espiritismo y los otros sistemas
filosóficos hay esta diferencia capital, que los últimos son obra de hombres más o menos
esclarecidos, mientras que en el que usted me atribuye no tengo el mérito de haber
inventado un solo principio. Se dice: la filosofía de Platón, de Leibnitez; pero no se dirá:
la doctrina de Allan Kardec, y esto es lógico; porque, ¿Qué peso ha de tener un hombre
en cuestión tan seria? El Espiritismo tiene auxiliares mucho más preponderantes y a cuyo
lado somos átomos.