Diálogo tercero
El sacerdote
El sacerdote. -¿Me permitiría usted, caballero, que a mi vez le dirija
algunas
preguntas?
A. K. –Con mucho gusto. Pero, antes de responderlas, creo útil
manifestarle el
terreno en que espero colocarme para responderle.
Debo manifestarle que de ningún modo pretenderé convertirlo a nuestras
ideas.
Si desea conocerlas detalladamente, las encontrará en los libros donde
están expuestas;
allí las podrá usted estudiar detenidamente, y libre será de rechazarlas
o aceptarlas.
El Espiritismo tiene por objeto combatir la incredulidad y sus funestas
consecuencias, dando pruebas patentes de la existencia del alma y de la
vida futura. Se
dirige, pues, a los que no creen en nada o que dudan, y usted lo sabe,
el número de ellos
es grande. Los que tienen una fe religiosa, y a los que basta esa fe, no
tiene necesidad de
él. Al que dice: “Yo creo en la autoridad de la Iglesia y me atengo a lo
que enseña sin
buscar nada más”, el Espiritismo responde que no se impone a nadie ni
viene a forzar
convicción alguna. La libertad de conciencia es una consecuencia de la
libertad de pensar, que es
uno de los atributos del hombre, y el Espiritismo se pondría en
contradicción con sus
principios de caridad y de tolerancia si no las respetase. A sus ojos,
toda creencia, cuando
es sincera y no induce a dañar al prójimo, es respetable aunque fuese
errónea. Si alguien
se empeña en creer, por ejemplo, que es el Sol el que da vueltas y no la
Tierra, le
diríamos: Créalo usted, si le place; porque eso no impedirá que la
Tierra dé vueltas; pero
del mismo modo que nosotros no procuramos violentar su conciencia, no
procure usted
violentar la de otros. Si convierte usted en instrumento de persecución
una creencia
inocente en sí misma, se trueca en nociva y puede ser combatida.
Tal es, señor sacerdote, la línea de conducta que he observado con los
ministros
de diversos cultos que a mí se han dirigido. Cuando me han interrogado
sobre puntos de
la doctrina, les he dado las explicaciones necesarias, absteniéndome
empero de discutir
ciertos dogmas, de que no debe ocuparse el Espiritismo, ya que cada uno
es libre de
apreciarlos. Pero jamás he ido en busca de ellos con el intento de
destruir su fe por medio
de la coacción. El que a nosotros viene como hermano, como hermano lo
recibimos. Al
que nos rechaza le dejamos en paz. Este es el consejo que no ceso de dar
a los espiritistas,
porque jamás he elogiado a los que se atribuyen la misión de convertir
al clero. Siempre
les he dicho: Sembrad en el campo de los incrédulos, que en él hay
abundante mies que
recoger.
El Espiritismo no se impone, porque, como he dicho, respeta la libertad
de
conciencia. Sabe, por otra parte, que toda creencia impuesta es
superficial y sólo da las
apariencias de fe, pero no la fe sincera. A la vista de todos expone sus
principios, de modo
que pueda cada uno formar opinión con conocimiento de causa. Los que los
aceptan,
laicos o sacerdotes, lo hacen libremente y porque los encuentran
racionales; pero de
ninguna manera abrigamos mala voluntad respecto de los que son de
nuestro parecer. Si
hay lucha entre la Iglesia y el Espiritismo, estamos convencidos de que
no la hemos
provocado nosotros.
S. –Si la Iglesia, al ver surgir una nueva doctrina, encuentra en ella
principios
que, a su modo de ver, debe condenar, ¿Le negará usted el derecho de
discutirlo y
combatirlos, de prevenir a los fieles contra los que considera errores?
A. K. –De ningún modo negamos un derecho que reclamamos para nosotros.
Si
la iglesia se hubiese encerrado en los límites de la discusión, nada
mejor podíamos pedir.
Pero lea usted la mayor parte de los escritos emanados de sus miembros o
publicados en
nombre de la religión, y los sermones que han sido predicados, y verá
usted la injuria y la
calumnia rebosando en todas partes, y los principios de la doctrina
indigna y
maliciosamente desfigurados. ¿No se ha oído calificar desde lo alto del
púlpito de
enemigos de la sociedad y del orden público a los espiritistas? ¿No han
visto
anatematizados y arrojados de la iglesia, a los que el Espiritismo ha
atraído a la fe, dando
por razón que más vale ser incrédulo que creer en Dios y en el alma por
medio del
Espiritismo? ¿No se han echado de menos para ellos las hogueras de la
inquisición? En
ciertas localidades, ¿No se les ha señalado a la animadversión de sus
conciudadanos, hasta
hacer que se les persiguiese e injuriase en las calles? ¿No se ha
conjurado a todos los fieles
a que se huyese de ellos, como a los apestados, e inducido a los criados
a que no entrasen
a su servicio? ¿No se ha solicitado de las mujeres que se separasen de
sus maridos, y de los
maridos que se separasen de sus mujeres por causa del Espiritismo? ¿No
se ha hecho
perder su plaza a los empleados, retirar a los obreros el pan del
trabajo, y el de la caridad a
los desgraciados porque eran espiritistas? Hasta los mismos ciegos han
sido echados de los
hospitales, porque no quisieron abjurar de su creencia. Y dígame usted,
señor sacerdote,
¿Es ésta una discusión leal? ¿Acaso han vuelto injuria por injuria, y
mal por mal los
espiritistas? No. A todo han opuesto la calma y la moderación. La
conciencia, pues, les ha
hecho ya la justicia de decir que no han sido ellos los agresores.
S. –Todo hombre sensato deplora tales excesos, pero la Iglesia no puede
ser
responsable de abusos cometidos por algunos de sus miembros poco
ilustrados.
A. K. –Convengo en ello, ¿Pero son miembros poco ilustrados los
príncipes de
la Iglesia? Vea usted la pastoral del obispo de Argel y de algunos
otros. ¿Y no fue un
obispo el que decretó el auto de fe de Barcelona? La autoridad superior
eclesiástica, ¿No
tiene poder omnímodo sobre sus subordinados? Si, pues, tolera sermones
indignos de la
cátedra evangélica, si favorece la publicación de escritos injuriosos y
difamatorios para
una clase de ciudadanos, si no se opone a la persecución ejercidas en
nombre de la
religión, es porque aprueba todo eso.
En resumen, rechazando sistemáticamente la Iglesia a los espiritistas
que a ella
volvían, les ha obligado a replegarse sobre sí mismos, y por la
naturaleza y violencia de sus
ataques ha ensanchado la discusión trayéndola a otro terreno. El
Espiritismo no era más
que una simple doctrina filosófica; la Iglesia es quien lo ha
engrandecido, presentándolo
como un enemigo terrible, quien, en fin, la ha proclamado una nueva
religión. Esta era
una falta de destreza, pero la pasión no reflexiona.
Un librepensador. –Hace un momento proclamó usted la libertad de
pensamiento y de conciencia, y declaró que toda creencia sincera es
respetable. El
materialismo es una creencia como otra cualquiera, ¿Por qué no ha de
gozar de la libertad
que concede usted a las otras?
A. K. –Seguramente cada uno es libre de creer lo que le plazca o de no
creer en
nada, y no legitimamos una persecución contra el que cree en la nada
después de la
muerte, y como tampoco la dirigida contra un cismático de una religión
cualquiera.
Combatiendo el materialismo, atacamos no a los individuos, sino a una
doctrina que, si
bien es inofensiva para la sociedad cuando se cierra en el foro interno
de la conciencia de
las personas ilustradas, es una llaga social si se generaliza. La
creencia de que todo acaba
para el hombre después de la muerte, de que toda solidaridad cesa con la
vida, le conduce
a considerar el sacrificio del bienestar presente en provecho de otro
como una tontería, y
de aquí la máxima: Cada uno para sí, durante la vida, puesto que nada
hay después de
ésta. La caridad, la fraternidad, la moral, en una palabra, no tienen
ninguna base,
ninguna razón de ser. ¿Por qué molestarse, reprimirse, privarse hoy,
cuando acaso
mañana no existiremos? La negación del porvenir, la simple duda sobre la
vida futura, son
los mayores estímulos del egoísmo, manantial de la mayor parte de los
males de la
humanidad. Se necesita gran virtud para ser retenido en la pendiente del
vicio y del
crimen, sin otro freno que la fuerza de su voluntad. El respeto humano
puede detener al
hombre de mundo, pero no aquel para quien el temor de la opinión es
nulo.
La creencia de la vida futura, demostrando la perpetuidad de las
relaciones entre
los hombres, establece entre ellos una solidaridad que no se detiene en
la tumba,
cambiando así el curso de las ideas. Si esta creencia no fuera más que
un vano espantajo,
sólo en una época hubiese existido. Pero como su realidad es un hecho de
experiencia, es
un deber propagarla y combatir la creencia contraria en interés del
orden social. Esto es lo
que hace el Espiritismo, lo hace con éxito, porque da pruebas, y porque
en definitiva el
hombre percibe la certeza de vivir dichoso en un mundo mejor, en
compensación de las
miserias terrestres, que creer que se muere para siempre. El pensamiento
de verse
anonadado perpetuamente, de creer a los hijos y a los seres que nos son
queridos
perdidos sin esperanza, sonríe, créalo usted, a un número de personas
muy reducido. Y de
aquí depende que los ataques dirigidos contra el Espiritismo en nombre
de la
incredulidad tengan tan poco éxito, y no lo han hecho vacilar un
instante.
S. –La religión enseña todo eso; hasta el presente ha sido ella
suficiente, ¿Hay
por ventura necesidad de una nueva doctrina?
A. K. –Si basta la religión, ¿Por qué hay tantos incrédulos,
religiosamente
hablando? La religión nos lo enseña, es cierto, nos dice que creamos en
ello, ¡Pero hay
tantas personas que no creen si no se les prueba lo que se les dice! El
Espiritismo prueba y
hace ver lo que la religión enseña teóricamente. ¿Y de dónde proceden
semejantes
pruebas? De la manifestación de los espíritus. Es probable, pues, que
sólo con permiso de
Dios se manifiesten, y si Dios en su misericordia envía tal recurso a
los hombres, para
sacarlos de la incredulidad, es una impiedad rechazarlo.
S. –No me negará usted, sin embargo, que el Espiritismo no está conforme
en
todos sus puntos con la religión.
A. K. –Por Dios, señor sacerdote, todas las religiones pueden decir lo
mismo: los
protestantes, los judíos, los musulmanes, lo mismo que los católicos.
Si el Espiritismo negase la existencia de Dios, del alma, su
individualidad y su
inmortalidad, las penas y las recompensas futuras, el libre albedrío del
hombre. Si
enseñase que cada uno vive en la Tierra y que sólo en sí debe pensar,
sería contrario no
sólo a la religión católica, sino a todas las religiones del mundo;
sería la negación de todas
las leyes morales, base de las sociedades humanas, lejos de esto, los
espíritus proclaman
un Dios único, soberanamente justo y bueno; dicen que el hombre es libre
y responsable
de sus actos, remunerando y castigado según el bien o el mal que haya
hecho; ponen por
encima de todas las virtudes la caridad evangélica, y esta regla sublime
enseñada por
Cristo: Hacer a los otros lo que quisiéramos que nos hicieran a
nosotros. ¿No son esto los
fundamentos de la religión? Hacen más aún: Nos inician en los misterios
de la vida
futura, que no es ya para nosotros una abstracción, sino una realidad,
porque los mismos
a quienes conocíamos son los que nos vienen a reflejarnos su situación o
decirnos cómo y
por qué sufren o son dichosos. ¿Qué hay en esto de antirreligioso? Esta
certeza en el
porvenir de encontrar a los que hemos amado, ¿No es un consuelo? La
grandiosidad de la
vida espiritual, que es su esencia, comparada con las mezquinas
preocupaciones de la vida
terrestre, ¿No es a propósito para elevar nuestra alma y para estimular
al bien?
S. –Convengo en que respecto de las cuestiones generales el Espiritismo
está
conforme con las grandes verdades del cristianismo, ¿Pero sucede lo
mismo en cuanto a
los dogmas? ¿Acaso no contradice ciertos principios que nos enseña la
Iglesia?
A. K. –El Espiritismo es ante todo una ciencia y no se ocupa en
cuestiones
dogmáticas. Esta ciencia, como todas las filosóficas, tiene
consecuencias morales, ¿Son
buenas o malas? Puede juzgarse de ellas por los principios generales que
acabo de
recordar. Algunas personas se han equivocado sobre el verdadero carácter
del Espiritismo,
y esta cuestión es bastante seria, para que nos merezca algún
desarrollo.
Citemos ante todo una comparación: estando en la Naturaleza la
electricidad,
ha existido en todos los tiempo, produciendo los efectos que conocemos y
muchos otros
que no conocemos aún. Los hombres, ignorando la verdadera causa, han
explicado
aquellos efectos de una manera más o menos extravagante. El
descubrimiento de la
electricidad y de sus propiedades vino a destruir una multitud de
absurdas teorías
iluminando más de un misterio de la Naturaleza. Lo que la electricidad y
las ciencias
físicas en general han hecho en ciertos fenómenos, lo hace el
Espiritismo en fenómenos
de otro orden.
El Espiritismo está fundado en la existencia de un mundo invisible
formado de
seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros que las
almas de los que han
vivido en la Tierra o en otros globos, donde han dejado su envoltura
material. Estos son
los seres que designamos con el nombre de Espíritu; nos rodean sin cesar
y ejercen en los
hombres, a pesar de éstos, una gran influencia; desempeñan un papel muy
activo en el
mundo moral, y hasta cierto punto en el físico. El Espiritismo está,
pues, en la Naturaleza,
y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como
lo es la electricidad
y la gravitación bajo otro punto de vista. Los fenómenos cuyo origen
está en el mundo
invisible, han debido producirse y se han producido, en efecto, en todos
los tiempos. He
aquí por qué la historia de todos los pueblos hace mención de ellos.
Únicamente en su
ignorancia, como para la electricidad, los hombres han atribuido esos
fenómenos a causas
más o menos racionales, dando, bajo este concepto, libre curso a su
imaginación. El
Espiritismo, mejor observado después de que se ha vulgarizado, ilumina
una multitud de
cuestiones hasta hoy irrecusables o mal comprendidas, su verdadero
carácter es, pues, el
de una ciencia y no de una religión; y la prueba está en que cuenta
entre sus adeptos
hombres de todas las creencias, sin que por esto hayan renunciado a sus
convicciones;
católicos fervientes, que no dejan de practicar todos los deberes de su
culto, cuando no
son rechazados por la Iglesia, protestantes de todas sectas, israelitas,
musulmanes y hasta
budistas y brahmanistas. Está basado, pues, en principios independientes
de toda
cuestión dogmática. Sus consecuencias morales están implícitamente en el
Cristianismo,
porque de todas las doctrinas el Cristianismo es la más digna y la más
pura, y por esto, de
todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos
para comprenderlo
en toda su verdadera esencia. ¿Puede reprochársele por esto? Sin duda
puede cada uno
hacerse una religión de sus opiniones, interpretar a su gusto las
religiones conocidas, pero
de aquí a la constitución de una nueva Iglesia hay gran distancia.
S. ¿No hace usted, sin embargo, las evocaciones según una fórmula
religiosa?
A. K. –Seguramente nos anima un sentimiento religioso en las evocaciones
y en
nuestras reuniones, pero no existe una fórmula sacramental; para los
espíritus el
pensamiento lo es todo, y nada la forma. Los llamamos en nombre de Dios
porque
creemos en Dios y sabemos que nada se cumple en este mundo sin su
permiso, y porque
si Dios no les permitiese venir no vendrían. En nuestros trabajos
procedemos con calma y
recogimiento, porque es una condición necesaria para las observaciones, y
en segundo
lugar porque conocemos el respeto que se debe a los que ya no viven en
la Tierra,
cualquiera que sea su condición feliz o desgraciada en el mundo de los
espíritus. Hacemos
un llamamiento a los buenos espíritus, porque sabiendo que los hay
buenos y malos,
procuramos que estos últimos no vengan a mezclarse fraudulentamente en
las
comunicaciones que recibimos. ¿Qué prueba todo esto? Que no somos ateos,
pero esto no
implica de ningún modo que seamos religionarios.
S. -Pues bien, ¿Qué dicen los espíritus superiores en lo tocante a la
religión? Los
buenos deben aconsejarnos y guiarnos. Supongamos que yo no tengo ninguna
religión, y
quiero escoger una. Si les pregunto: me aconsejáis que me haga católico,
protestante,
anglicano, cuákero, judío, mahometano o mormón, ¿Qué responderán?
A. K. –En todas las religiones hay que considerar dos puntos: los
principios
generales, comunes a todas, y los peculiares de cada una. Los primeros
son los que
acabamos de mencionar, y éstos los proclaman todos los espíritus,
cualquiera que sea su
rango. En cuanto a los segundo, los espíritus vulgares, sin ser malos,
pueden tener
preferencias, opiniones. Pueden preconizar tal o cual forma. Pueden,
pues, inducir a
ciertas prácticas, ya por convicción personal, ya porque conservan las
ideas de la vida
terrestre, ya por prudencia a fin de no lastimar las conciencias
timoratas. ¿Cree usted, por
ejemplo, que un espíritu ilustrado, aunque fuese el mismo Fenelón,
dirigiéndose a un
musulmán, le diría con poco tacto que Mahoma es un impostor, y que se
condenará si no
se hace cristiano? Se guardará muy bien, porque sería rechazado.
Los espíritus superiores, en general, cuando no son solicitados por
ninguna
consideración especial, no se ocupan de pormenores, y se limitan a
decir: “Dios es bueno
y justo, sólo quiere el bien; la mejor, pues, de todas las religiones es
la que sólo enseña lo
que está conforme con la bondad y la justicia de Dios; la que da de Él
la idea más grande,
más sublime y no lo rebaja atribuyéndole las pequeñeces y pasiones de la
humanidad, la
que hace a los hombres buenos y virtuosos y les enseña a amarse todos
como hermanos; la
que condena todo mal hecho al prójimo; la que bajo ninguna forma ni
pretexto autoriza
la justicia; la que no prescribe nada contrario a las leyes inmutables
de la naturaleza,
porque Dios no puede contrariarse; aquella cuyos ministros dan el mejor
ejemplo de
bondad, caridad y moralidad; la que más tiende a combatir el egoísmo y
menos
contemporice con el orgullo y vanidad de los hombres; aquella, en fin,
en cuyo nombre
menos mal se comete, porque una buena religión no puede ser pretexto de
mal alguno:
no debe dejar ninguna puerta abierta ni directamente, ni por
interpretación. “Ved, juzgad
y escoged”.
S. –Supongamos que ciertos puntos de la doctrina católica sean negados
por los
espíritus que usted considera superiores; supongo que esos pueden ser
erróneos; aquel
que con razón o sin ella los crea artículos de fe y que obra en
consecuencia, ¿Se verá
perjudicado en su salvación, según los espíritus, por semejante
creencia?
A. K. –No ciertamente, si ella no le impide el hacer el bien y al
contrario si a él
le impele; mientras que la creencia más fundada le perjudicará si es
para él ocasión de
hacer el mal, de no ser caritativo con su prójimo, si le hace duro y
egoísta, porque no obra
entonces según la ley de Dios, y Dios mira antes el pensamiento que los
actos. ¿Quién se
atreverá a sostener lo contrario?
¿Cree usted, por ejemplo, que sería provechoso la fe a un hombre que
creyese
perfectamente en Dios, y que en nombre de Dios cometiese actos inhumanos
o contrarios
a la caridad? ¿No es acaso mucho más culpable, porque tiene más medios
de estar
ilustrado?
S. –Así, el católico ferviente que cumple escrupulosamente los deberes
de su
culto, ¿No es censurado por los espíritus?
A. K. –No, si esto es para él cuestión de conciencia y si lo hace con
sinceridad;
sí, mil veces, si es hipócrita y si su piedad es aparente.
Los espíritus superiores, los que tienen por misión el progreso de la
humanidad,
se levantan contra todos los abusos que puedan retardar el progreso,
cualquiera que sea la
naturaleza de aquéllos, y los individuos y las clases de la sociedad que
de ellos se
aprovechan. Y usted no negará que la religión no siempre se ha visto
exenta de los
mismos. Si entre sus ministros los hay que cumplen su misión con
abnegación cristiana,
que la hacen grande, bella y respetable, no puede usted dejar de
convenir que notados
han comprendido la santidad de su ministerio. Los espíritus combaten el
mal
dondequiera que se encuentre; señalar los abusos de la religión,
¿Equivale a atacarla? No,
pues tiene mayores enemigos que los difunden; porque estos abusos son
los que hacen
nacer la idea de que con algo mejor puede sustituírsela. Si algún
peligro corriese la
religión, sería preciso atribuirlo a los que dan de ella una idea falsa,
haciendo de la misma
arma de pasiones humanas, y que la explotan en provecho de su ambición.
S. –Usted dice que el Espiritismo no discute los dogmas, y sin embargo
admite
ciertos puntos combatidos por la Iglesia, tales, por ejemplo, la
reencarnación, la presencia
del hombre en la Tierra antes de Adán, y niega la eternidad de las
penas, la existencia de
los demonios, el purgatorio y el fuego del infierno.
A. K. –Esos puntos se han discutido desde hace mucho tiempo, y no es el
Espiritismo quien los ha puesto en tela de juicio; opiniones son esas de
las cuales son
algunas controvertidas por la misma teología y que juzgará el porvenir. A
todas las
domina un principio: la práctica del bien, que es la ley superior, la
condición sine qua non
de nuestro porvenir, como lo prueba el estado de los espíritus que con
nosotros se
comunican. En tanto que se haga para usted la luz sobre estas
cuestiones, crea, si lo
quiere, en las llamas y en los tormentos materiales si esto le puede
alejar del mal: la
creencia de usted no los hará más reales si es que no existen. Crea
usted, si le place, que
no tenemos más que una existencia corporal; esto no le impedirá renacer
aquí o en otra
parte, a pesar de usted, si así debe ser. Crea usted que el mundo entero
y verdadero fue
hecho en seis veces veinticuatro horas, si tal es su opinión: esto no
impedirá que la Tierra
tenga escritas en sus capas geológicas las pruebas de lo contrario. Crea
usted, si así lo
quiere, que Josué detuvo el Sol: esto no impedirá que la Tierra gire.
Crea usted que sólo
seis mil años hace que el hombre está en la Tierra; esto no impedirá que
los hechos
demuestren la imposibilidad de esa creencia. ¿Y que diría usted si el
día menos pensado la
inexorable geología viniese a demostrar, con patentes vestigios, la
anterioridad del
hombre, como ha demostrado tantas otras cosas? Crea usted lo que quiera,
hasta en el
diablo, si esta creencia puede hacerle bueno, humano y caritativo para
con sus semejantes.
El Espiritismo, como doctrina moral, sólo impone una cosa: la necesidad
de hacer el bien
y de no practicar el mal. Es una ciencia de observación, con que, vuelvo
a repetirlo, tiene
consecuencias morales, y éstas son la confirmación y la prueba de los
grandes principios
de la religión. En cuanto a los puntos secundarios, los deja a la
conciencia de cada uno.
Pero note usted, caballero, que el Espiritismo no niega, en principio,
algunos de
los puntos divergentes de que usted acaba de hablar. Si hubiese usted
leído todo lo que yo
he escrito sobre este particular, hubiera visto que se limita a darles
una interpretación más
lógica y más racional que la vulgarmente admitida, así es que no niego
el purgatorio, por
ejemplo; demuestra por el contrario su necesidad y su justicia; pero
hace más aún, lo
define, el infierno ha sido descrito como una hoguera inmensa; ¿Pero es
así como lo
entiende la alta teología? No, evidentemente: dice que es una figura,
que el fuego en que
se abrasan los condenados es un fuego moral, símbolo de lo más grandes
dolores.
En cuanto a la eternidad de las penas, si fuese posible pedirles su
parecer para
conocerles su opinión íntima, a todos los hombres en disposición de
razonar y
comprender, aun los más religiosos, se vería de qué parte está la
mayoría, porque la idea
de la eternidad, de los suplicios, es la negación de la infinita
misericordia de Dios.
Por lo demás, he aquí lo que dice la doctrina espiritista sobre este
particular: la
duración del castigo está subordinada al mejoramiento del Espíritu
culpable. Ninguna
condenación se ha pronunciado contra él por un tiempo determinado. Lo
que Dios le
exige para poner un término a sus sufrimientos es el arrepentimiento, la
expiación y la
reparación; en una palabra, un mejoramiento serio, efectivo, y una
vuelta sincera al bien.
El Espíritu es así el árbitro de su propia suerte; puede prolongar sus
sufrimientos por su
persistencia en el mal, y aplacarlos o abreviarlos con sus esfuerzos
para hacer el bien.
Estando la duración del castigo subordinada al arrepentimiento, resulta
que el
Espíritu culpable que no se arrepiente ni mejorase nunca, sufriría
siempre, siendo para él eterna la pena. La eternidad de las penas, pues,
debe entenderse en sentido relativo, y no
en sentido absoluto.
Una condición inherente a la inferioridad de los espíritus es la de no
ver el
término de su situación y creer que sufrirán siempre; esto es para ellos
un castigo. Pero en
cuanto se abre en su alma el arrepentimiento, Dios le hace entrever un
rayo de esperanza.
Esta doctrina está evidentemente más conforme con la justicia de Dios,
quien
castiga mientras persistimos en el mal, y que perdona cuando entramos en
el buen
camino. ¿Quién la ha imaginado? ¿Nosotros? No; son los espíritus que la
enseñan y
prueban, por los ejemplos que diariamente nos ofrecen.
Los espíritus no niegan, pues, las penas futuras, puesto que describen
sus
propios sufrimientos, y este cuadro nos conmueve más que el de las
llamas eternas,
porque es perfectamente lógico. Se comprende que esto es posible, que
debe ser así, que
esa situación es consecuencia natural de las cosas. Puede ser aceptada
por el pensamiento
del filósofo, porque nada de ello repugna a la razón. He aquí por qué
las creencias
espiritistas han conducido al bien a una multitud de personas,
materialistas algunas, a
quienes no había detenido el temor del infierno tal como se nos
describe.
S. –Sin dejar de admitir su razonamiento, ¿No creer usted que el vulgo
necesita
más imágenes plásticas que una filosofía que no puede comprender?
A. K. –Este es un error que ha producido más de un materialista; o por
lo
menos separado de la religión a más de un hombre. Viene un momento en
que estas
imágenes no impresionan, y entonces las personas que no profundizan, con
la parte
rechazan el todo, porque se dicen: si se me ha enseñado como verdad
incontestable un
punto falso, si se me ha dado una imagen, una figura en vez de la
realidad, ¿Quién me
asegura que el resto es más verdadero? La fe se fortifica, por el
contrario, si
desarrollándole la razón, nada rechaza. La religión ganará siempre
siguiendo el progreso
de las ideas, y si hubiese de peligrar algún día, sería porque, habiendo
adelantado los
hombres, permaneciese ella estacionaria. Es equivocar la época creer que
hoy puede
conducirse a los hombres por el temor al demonio y a los sufrimientos
eternos.
S. –La iglesia reconoce hoy, efectivamente, que el infierno material es
una
figura; pero esto no excluye la existencia de los demonios. Sin ellos,
¿Cómo explicar la
influencia del mal que no puede venir de Dios?
A. K. –El Espiritismo no admite los demonios, en el sentido vulgar de la
palabra, pero admite los malos espíritus, que no valen mucho más y que
causan tanto mal
como ellos sugiriendo malos pensamientos. Únicamente dice que no son
seres
excepcionales, creados para el mal y perpetuamente destinados a él,
especie de parias de la
Creación y verdugos del género humano. Son seres atrasados, imperfectos
aún, pero a los
cuales reserva Dios el porvenir. Esté en esto conforme con la iglesia
católica griega que
admite la conversión de Satanás, alusión al mejoramiento de los malos
espíritus. Note
usted también, que la palabra demonio sólo implica la idea de Espíritu
malo en la acepción
moderna que se le ha dado, porque la palabra griega daimon significa
genio, inteligencia.
Como quiera que sea, hoy sólo se le admite a mala parte. Admitir la
comunicación de los
malos espíritus es reconocer en principio la realidad de las
manifestaciones. La cuestión
está en saber si sólo son ellos los que se comunican, según afirma la
Iglesia, para motivar
la prohibición de comunicar con los espíritus. Aquí invocamos el
razonamiento y los
hechos. Si algunos espíritus, cualesquiera que sean, se comunican, sólo
es con permiso de
Dios; ¿Y por qué comprenderse que sólo a los malos se les permite? ¿Cómo
daría a éstos
amplia libertad para venir a engañar a los hombres, y prohibiría a los
buenos el venir a
hacerles la oposición, a neutralizar sus perniciosas doctrinas? Creer
que es así, ¿No sería poner en duda su poder y su bondad y hacer de
Satanás un rival de la Divinidad? La
Biblia, el Evangelio, los Padres de la Iglesia reconocen perfectamente
la posibilidad de
comunicar con el mundo invisible, del cual no están excluidos los
buenos. ¿Por qué, pues,
habrían de estarlo hoy? Por otra parte, al admitir la Iglesia la
autenticidad de ciertas
apariciones y comunicaciones de los santos, rechaza por lo mismo la idea
de que sólo
tengamos que habérnoslas con malos espíritus.
Ciertamente, cuando sólo buenas cosas encierran las comunicaciones,
cuando
sólo en ellas se predica la más pura y sublime moral evangélica, la
abnegación, el
desinterés y el amor al prójimo, cuando en ellos se censura el mal,
cualquiera de sea el
traje en que se disfrace, ¿Es racional creer que el Espíritu maligno
venga de tal manera a
hacer su propia acusación?
S. –El evangelio nos enseña que el ángel de las tinieblas, o Satanás, se
transforma en ángel de luz para seducir a los hombres.
A. K. –Satanás, según el Espiritismo y la opinión de muchos filósofos
cristianos,
no es un ser real, sino la personificación del mal, como en otro tiempo
lo era Saturno del
tiempo. La Iglesia interpreta literalmente esta figura alegórica; asunto
de opinión es éste
que no discutiré. Admitamos por un instante que Satanás sea un ser real;
la Iglesia, a
fuerza de exagerar su poder con intención de atemorizar, llega a un
resultado
diametralmente opuesto, es decir, a la destrucción no ya de todo temor,
sino de toda
creencia en su persona, por el proverbio de que quien quiere probar
mucho nada prueba.
Se representa como eminentemente sagaz, mañoso y astuto, y en la
cuestión del
Espiritismo le hace desempeñar el papel de un tonto o de un torpe.
Puesto que el objeto de Satanás es alimentar el infierno con sus
víctimas y robar
almas a Dios, se comprende que se dirija a los que están en el bien para
inducirles al mal,
y que para ellos se transforme, según la bella alegoría, en ángel de
luz, es decir, que simule
hipócritamente la virtud. Pero lo que no se comprende es que deje
escapar a los que tiene
ya entre sus garras. Los que no creen en Dios ni en el alma, los que
desprecian la oración
y están sumidos en el vicio son, tanto como pueden serlo, del diablo, y
nada hay ya que
hacer para hundirlos más en el lodazal. Luego, incitarlos a volver a
Dios, a rogarle, a
someterse a su voluntad, animarlos a renunciar al mal, pintándolos la
felicidad de los
elegidos y la triste suerte que espera a los malvados, sería propio de
un negado más
estúpido que si se diese libertad a un pájaro prisionero con la idea de
volverlo a coger
enseguida.
Hay, pues, en la doctrina de la comunicación exclusiva de los demonios
una
contradicción que puede apreciar todo hombre sensato, y por esto no se
persuadirá nunca
de que los espíritus que vuelven a Dios a los que le negaban, al bien a
los que hacían el
mal, que consuelan a los afligidos, que dan fuerza y a ánimo a los
débiles, que por la
sublimidad de su enseñanza elevan el alma por encima de la vida
material, son emisarios
de Satanás, y que por este motivo debe prescindirse de toda revelación
con el mundo
invisible.
S. –Si la Iglesia prohíbe las comunicaciones con los espíritus de los
muertos, es
porque son contrarias a la religión y por estar formalmente condenadas
por el Evangelio y
por Moisés. Al pronunciar este último la pena de muerte contra
semejantes prácticas,
prueba lo reprensibles que son a los ojos de Dios.
A. K. –Dispense usted, esa prohibición no se encuentra en parte alguna
del
Evangelio; sólo se halla en la ley mosaica. Se trata, pues, de saber si
la Iglesia pone la ley
mosaica por encima de la evangélica, o de otro modo, de si es más Judía
que cristiana: es
digno de notarse que, de todas las religiones, la que menos oposición ha
hecho al
Espiritismo es la judaica, y que no ha invocado contra las evocaciones
la ley de Moisés en
que se apoya las sectas cristianas. Si las prescripciones bíblicas son
el código de la fe
cristiana, ¿Por qué se prohíbe la lectura de la Biblia? ¿Qué se diría si
se prohibiese a un
ciudadano estudiar el código de las leyes de su país?
La prohibición dictada por Moisés tenía su razón de ser, porque el
legislador
hebreo quería que su pueblo rompiese con todas las costumbres tomadas de
los egipcios,
y porque la de que tratamos era objeto de abusos. No se evocaba a los
muertos por
respeto y afecto hacia ellos, ni por sentimiento de piedad, sino que era
aquel un medio de
adivinación, objeto de un tráfico vergonzoso explotado por el
charlatanismo y la
superstición. Moisés tuvo, pues, razón en prohibirlo. Si pronunció
contra semejante
abuso una penalidad severa, fue porque se necesitaba medios rigurosos
para gobernar
aquel pueblo indisciplinado, motivo por el cual la pena de muerte se
prodiga en su
legislación. Sin razón, pues, se acude a la severidad del castigo para
probar el grado de
culpabilidad que hay en la evocación de los muertos.
Sin la prohibición de evocar a los muertos procede del mismo Dios, como
pretende la Iglesia, debe haber sido Dios quien ha dictado la pena de
muerte contra los
delincuentes.
La pena, pues, tiene un origen tan sagrado como la prohibición; ¿Por qué
no se
la ha conservado? Todas las leyes de Moisés son promulgadas en nombre de
Dios y por su
orden. Si se cree que Dios es el autor de ella, ¿Por qué no están ya en
observación? Si la
ley de Moisés es para la Iglesia artículo de fe sobre un punto, ¿Por qué
no lo es sobre
todo? ¿Por qué recurrir a ella cuando se la necesita y rechazarla cuando
no conviene? ¿Por
qué no seguir todas sus prescripciones, la circuncisión entre ellas, que
sufrió Jesús y no
abolió?
Dos partes había en la ley mosaica: 1º La ley de Dios, es divina, y
Cristo no hizo
más que desarrollarla; 2º La ley civil o disciplinaria, apropiada a las
costumbres de la
época y que Jesús abolió.
Hoy las circunstancias no son las mismas, y la prohibición de Moisés
carece de
motivo. Por otra parte, si la Iglesia prohíbe llamar a los espíritus,
¿Puede prohibirles a
ellos que vengan sin que se les llame? ¿No se ve todos los días que
tienen manifestaciones
de todos géneros personas que nunca se han ocupado del Espiritismo, y no
las había que
las tenían mucho antes de que se tratase de él?
Otra contradicción. Cuando Moisés prohibió evocar los espíritus de los
muertos
es porque podían venir, pues de otro modo su prohibición hubiera sido
inútil. Si podían
venir en su época, lo pueden también hoy, y si son los espíritus de los
muertos, no son,
pues, exclusivamente los demonios. Ante todo es preciso ser lógico.
S. –La Iglesia no niega que puedan comunicarse los buenos espíritus,
pues
reconoce que los santos han tenido manifestaciones, pero nunca puede
considerar como
buenos a los que contradicen sus principios inmutables. Cierto es que
los espíritus
enseñan las penas y recompensas futuras, pero no como ella, y por esto
únicamente ella
puede juzgar sus enseñanzas y discernir los buenos de los malos.
A. K. –He aquí la gran cuestión. Galileo fue acusado de hereje y de
recibir
inspiraciones del demonio, porque venía a revelar una ley de la
Naturaleza, probando el
error de una creencia que se miraba como inatacable, por lo cual fue
condenado y
excomulgado. Si sobre todos los puntos hubiesen abundado los espíritus
en el sentido
exclusivo de la Iglesia, si no hubiesen proclamado la libertad de
conciencia y combatido
ciertos abusos, hubieran sido bienvenidos y no se les hubiese calificado
de demonios. Tal
es la razón por la que todas las religiones, lo mismo los musulmanes que
los católicos, creyéndose en posesión exclusiva de la verdad absoluta,
miran como obra del demonio
cualquier doctrina que no sea enteramente ortodoxa desde su punto de
vista. Los
espíritus no vienen a derribar la religión, sino a revelar, como
Galileo, nuevas leyes de la
Naturaleza. Si algunos puntos de fe se sienten lastimados, es porque
están en
contradicción con dichas leyes, lo mismo que la creencia en el
movimiento del Sol. La
cuestión está en saber si un artículo de fe puede anular una ley de la
Naturaleza que es
obra de Dios; y reconocida esta ley, ¿No es más prudente interpretar el
dogma en el
sentido de aquella que atribuirla al demonio?
S. –Pasemos por alto la cuestión de los demonios; sé que es diversamente
interpretada por los teólogos, pero me parece más difícil de conciliar
con los dogmas el
sistema de la reencarnación, porque no es otra cosa que la renovación de
la
metempsicosis de Pitágoras.
A. K. –No es éste el momento de discutir una cuestión que exigiría
amplio
desarrollo; la encontrará expuesta en El Libro de los Espíritus y en El
Evangelio según el
Espiritismo: sólo diré, pues, dos palabras.
La metempsicosis de los antiguos consistía en la transmigración del alma
humana a los animales, lo que implicaba una degradación. Por lo demás,
esta doctrina no
era lo que vulgarmente se cree. La transmigración de los animales no era
considerada
como una condición inherente a la naturaleza del alma humana, sino como
un castigo
temporal. Así, las almas de los asesinos pasaban al cuerpo de las fieras
para recibir en él
su castigo, la de los impúdicos a los cerdos y jabalíes, la de los
inconscientes y aturdidos a
las aves, la de los perezosos e ignorantes a los animales acuáticos;
después de algunos
miles de años, más o menos según la culpabilidad, de esta especie de
prisión, volvía el
alma a entrar en la Humanidad. La encarnación animal no era, pues, una
condición
absoluta, y se ligaba, como se ve, a la reencarnación humana, y es
prueba de esto el que el
castigo de los hombres tímidos consistía en pasar al cuerpo de las
mujeres expuestas al
desprecio y a las injurias. (4) Era una especie de espantajo para los
cándidos, más bien que
un artículo de fe para los filósofos. De la misma manera que se dice a
los niños: “Si sois
malos, se os comerá el lobo”, los antiguos decían a los criminales: “Os
convertiréis en
lobos”. En la actualidad se les dice: “El diablo os cogerá y os llevará
al infierno”.
La pluralidad de existencias, según el Espiritismo, difiere
esencialmente de la
metempsicosis, porque no admite la encarnación del alma en los animales,
ni siquiera
como castigo. Los espíritus enseñan que el alma no retrocede nunca, sino
que progresa
siempre. Sus diferentes existencias corporales se realizan en la
Humanidad, y cada
existencia es para ellos un paso hacia delante en la senda del progreso
moral e intelectual,
lo que es muy diferente. No pudiendo adquirir un desarrollo completo en
una sola
existencia, abreviada frecuentemente por causas accidentales, Dios le
permite continuar,
en una nueva encarnación, la tarea que no pudo concluir o volver a
empezar la que
desempeñó mal. La expiación en la vida corporal consiste en las
tribulaciones que
durante ella sufrimos.
Para saber si la pluralidad de existencias es o no contraria a ciertos
dogmas de la
Iglesia, me limito a decir lo siguiente:
Una de dos, o la encarnación existe o no existe. Si ocurre lo primero,
es prueba
que está en las leyes de la Naturaleza. Para probar que no existe, sería
preciso probar que
es contraria, no a los dogmas, sino a aquellas leyes, y que se pudiese
encontrar otra que
explicara más clara y lógicamente las cuestiones que sólo ella puede
resolver.
4. véase la Pluralidad del alma, por Pezzani. Por lo demás, es fácil
demostrar que ciertos dogmas encuentran en la
reencarnación una sensación racional que los hace aceptables a los que
los rechazaban
porque no los comprendían. No se trata, pues, de destruir, sino de
interpretar lo cual
tendrá lugar más tarde por la fuerza de las cosas. Los que no quieran
aceptar la
interpretación será libres de hacerlo, como todavía lo son hoy de creer
que es el Sol el que
gira. La idea de la pluralidad de existencias se vulgariza con una
rapidez maravillosa, en
razón de su extrema lógica y de su conformidad con la justicia de Dios.
Cuando sea
reconocida como verdad natural y aceptada por todo el mundo, ¿Qué hará
la Iglesia?
En resumen, la reencarnación no es un sistema imaginado para el
sostenimiento
de una causa ni una opinión personal. ¿Es o no es un hecho? Si está
demostrado que
ciertas cosas que existen son materialmente imposibles sin la
reencarnación, es preciso
admitir que son consecuencias de la reencarnación; y si está en la
Naturaleza, no podrá
ser anulada por una opinión contraria.
S. -¿Los que no creen en los espíritus y en sus manifestaciones llevan,
al decir de
los espíritus, la peor parte en la vida futura?
A. K. –Si esta creencia fuera indispensable para la salvación de los
hombres,
¿Qué sería de los que, desde que el mundo existe, no estaban en
condiciones de poseerla
y de los que, por mucho tiempo aún, morirán sin tenerla? ¿Puede Dios
cerrarles las
puertas del porvenir? No, los espíritus que nos instruyen son más
lógicos, y nos dicen:
Dios es soberanamente justo y bueno, y no hace depender la suerte futura
del hombre de
condiciones independientes de su voluntad. No dicen: Fuera del
Espiritismo no hay
salvación, sino como Cristo: Fuera de la caridad no hay salvación
posible.
S. –Permítame entonces que le diga que, desde el momento que los
espíritus no
enseñan otros principios que los de la moral que encontramos en el
Evangelio, no
comprendo la utilidad del Espiritismo, puesto que podíamos conseguir
nuestra salvación
antes de él y puesto que sin él podemos conseguirla aún. No sucedería lo
mismo si los
espíritus viniesen a enseñar algunas grandes y nuevas verdades, alguno
de esos principios
que cambian la faz del mundo, como hizo Cristo. Este por lo menos era
solo, su doctrina
única, mientras que hay millares de espíritus que se contradicen,
diciendo blanco los
unos y los otros negro, de donde se ha seguido que, desde un principio,
sus partidarios
forman ya muchas sectas. ¿No sería mejor dejar tranquilos a los
espíritus y atenernos a lo
que poseemos?
A. K. –Usted incurre, caballero, en el error de no salir de su punto de
vista, y de
tomar siempre a la Iglesia como único criterio de los conocimientos
humanos. Si Cristo
dijo la verdad, no podía decir otra cosa distinta el Espiritismo, y en
vez de rechazarlo, se le
debería acoger como un poderoso auxiliar que viene a confirmar, por las
voces de
ultratumba, las verdades fundamentales de la religión minadas por la
incredulidad. Que
le combata el materialismo, se comprende; pero que la Iglesia se alíe
contra él con el
materialismo, es menos concebible. Lo que también es tan inconsecuente
como lo dicho,
es que la Iglesia califica de demoníaca una enseñanza que se apoya en la
misma autoridad,
y que proclama la misión divina del fundador del cristianismo.
¿Pero Cristo lo dijo todo? ¿Podía revelarlo todo? No, porque Él dijo:
“Muchas
cosas tengo aún que deciros, pero no las comprenderíais, por eso os
hablo en parábolas”.
El Espiritismo viene hoy que el hombre está más adelantado para
comprenderlo, a
completar y explicar lo que Cristo intencionalmente esbozó tan sólo, o
dijo bajo forma
alegórica. Indudablemente dirá usted que esta explicación pertenecía a
la Iglesia. ¿Pero a
cual? ¿A la romana, a la griega, a la protestante? Puesto que no están
acordes, cada una
hubiese dado la explicación a su modo y reivindicado el privilegio de
darla. ¿Cuál hubiese sido la que hubiera armonizado todos los puntos
disidentes? Dios, que es prudente,
previendo que a tal explicación mezclarían los hombres sus pasiones y
sus
preocupaciones, no han querido confiarles esta nueva revelación, y ha
encargado a sus
semejantes los espíritus que la proclamen en todos los puntos del globo,
sin miramiento a
ningún culto particular, a fin de que pudiese aplicarse a todos y que
ninguna la emplee en
provecho propio.
Por otra parte, ¿Los diversos cultos cristianos no se han separado en
nada de la
vía trazada por Cristo? ¿Sus preceptos de moral son escrupulosos
observados? ¿No se han
torturado sus palabras para apoyar en ellas la ambición y las pasiones
humanas, siendo así
que son la condenación de las mismas? El Espiritismo, pues, por la voz
de los espíritus
enviados por Dios, viene a traer a la estricta observación de sus
preceptos a los que de
ellos se ha separado. ¿No será especialmente este último motivo el que
le trae el
calificativo de obra satánica?
Sin razón llama usted sectas a algunas divergencias de opiniones
respecto de los
fenómenos espiritistas. No es de extrañar que al principio de una
ciencia, cuando para
muchos las observaciones eran incompletas teorías contradictorias. Pero
estas teorías
estriban en puntos de desarrollo y no en los principios fundamentales.
Pueden constituir
escuelas que explican ciertos hechos a su manera, pero no sectas, como
no lo son los
diferentes sistemas que dividen a nuestros sabios sobre las ciencias
exactas, la medicina, la
física, etc. Suprima usted la palabra secta, que es impropia en el caso
presente. Y por otra
parte, ¿El mismo cristianismo no ocasionó, desde su origen, una multitud
de sectas? ¿Por
qué no ha sido la palabra de Cristo bastante poderosa para poner
silencio a todas las
controversias? ¿Por qué es susceptible de interpretaciones que, aun en
nuestros días,
dividen a los cristianos en diferentes Iglesias que pretenden todas
tener exclusivamente la
verdad necesaria a la salvación, detestándose cordialmente y
anatematizándose en nombre
de su Maestro, que el amor y caridad predicó únicamente? La debilidad de
los hombres,
contestará usted: sea en buena hora; ¿Y por qué quiere usted que el
Espiritismo triunfe
súbitamente de esa debilidad y transforme a la humanidad como por
encanto?
Vamos a la cuestión de utilidad. Dice usted que el Espiritismo nada
nuevo nos
enseña. Esto es un error, pues enseña, por el contrario, mucho a los que
no se detienen
en la superficie. Aunque no hubiese hecho más que sustituir con la
máxima: Fuera de la
caridad no hay salvación posible, que une a los hombres, a la de: Fuera
de la Iglesia no
hay salvación posible, que los separa, hubiese señalado una nueva era de
la humanidad.
Dice usted que podíamos pasar sin él, conformes; como pudiéramos pasar
sin
una multitud de descubrimientos científicos. Seguramente los hombres se
encontraban
tan bien antes como después del descubrimiento de todos los nuevos
planetas, del cálculo
de los eclipses, del conocimiento del mundo microscópico y de otras cien
cosas. El
labrador, para vivir y cultivar el trigo, no necesita saber lo que es un
cometa, y nadie
niega, sin embargo, que todas esas cosas dilatan el círculo de las ideas
y nos hacen
penetrar más y más las leyes de la naturaleza. El mundo de los
espíritus, es pues, una de
esas leyes que nos hacen conocer el Espiritismo, enseñándonos la
influencia que ejerce en
el mundo corporal. Aun suponiendo que a esto se limitase su utilidad,
¿No sería mucho
ya la revelación de semejante poder?
Vamos ahora su influencia moral. Admitamos que no enseña nada nuevo
sobre
este particular, ¿Cuál es el mayor enemigo de la religión? El
materialismo, porque el
materialismo nada cree, y el Espiritismo es la negación del
materialismo, que no tiene ya
razón de ser. No ya por el razonamiento, no por la fe ciega se dice al
materialismo que
todo no acaba con el cuerpo, sino por los hechos: se le demuestra, se le
hace tocar con el
dedo y ver con el ojo. ¿Es acaso pequeño este servicio que hace a la
Humanidad y a la
religión? Pero no es esto todo; la certeza de la vida futura, el cuadro
viviente de los que
ella nos han precedido demuestran la necesidad del bien y las
consecuencias inevitables
del mal. He aquí por qué, sin ser una religión, conduce esencialmente a
las ideas
religiosas, desarrollándolas en los que no las tienen y fortificándolas
en aquellos en
quienes son vacilantes. La religión encuentra, pues, en él un apoyo, no
para esas personas
miopes de inteligencia que ven toda la religión en la doctrina del fuego
eterno, en la letra
más que en el Espíritu, sino para los que la contemplan con arreglo a la
grandeza y
majestad de Dios.
En una palabra, el Espiritismo dilata y eleva las ideas; combate los
abusos
engendrados por el egoísmo, la codicia y la ambición; ¿Quién se atreverá
a defenderlos y a
declararse campeón suyo? Si no es indispensable para la salvación, la
facilita
fortificándonos en el camino del bien. ¿Cuál será, por otra parte, el
hombre sensato que
se atreve a sentar que la falta de ortodoxia es más reprensible a los
ojos de Dios que el
ateísmo y el materialismo? Propongo claramente las siguientes preguntas a
todos los que
combaten el Espiritismo bajo el aspecto de sus consecuencias religiosas:
1ª Entre el que nada cree, o el que creyendo en las verdades generales
no
admite ciertas partes del dogma, ¿Quién tendrá la peor parte en la vida
futura?
2ª ¿El protestante y el cismático están confundidos en la misma
reprobación que
el ateo y el materialista?
3ª El que no es ortodoxo, en el rigor de la palabra, pero que hace todo
el bien
que puede, que es bueno e indulgente para con su prójimo y leal en sus
relaciones
sociales, ¿Está menos seguro de la salvación que el creyendo en todo es
duro, egoísta y
falto de caridad?
4ª ¿Qué es preferible a los ojos de Dios, la práctica de las virtudes
cristianas sin
la de los deberes de la ortodoxia, a la práctica de estos últimos sin la
de la moral?
He respondido, señor sacerdote, a las preguntas y objeciones que me ha
dirigido
usted, pero como le dije al empezar, sin intención preconcebida de
atraerle a nuestras
ideas y de cambiar sus convicciones, limitándome a hacerle considerar al
Espiritismo bajo
su verdadero punto de vista. Si no hubiese usted venido, no hubiera yo
ido a buscarle. No
quiere esto decir que despreciemos su adhesión a nuestros principios, si
ella hubiese de
tener lugar, muy lejos de eso. Seremos felices muy felices, por el
contrario, como con
todas las adquisiciones que hacemos, y que son para nosotros tanto más
valiosas en
cuento son libres y voluntarias. No sólo no tenemos derecho alguno para
ejercer coacción
sobre cualquiera que sea, sino que sería para nosotros un escrúpulo el
turbar la
conciencia de los que, teniendo creencias que les satisfacen, no vienen
espontáneamente.
Hemos dicho que el mejor medio de ilustrarse sobre el Espiritismo era
el de
estudiar la teoría; los hechos vendrán después naturalmente y se les
comprenderá,
cualquiera que sea el orden en que los traigan las circunstancias.
Nuestras publicaciones
han sido hechas con objeto de favorecer este estudio. He aquí el orden
que aconsejamos.
Lo primero que debe leerse es este resumen, que ofrece el conjunto y los
puntos
cardinales de la ciencia; con él puede ya formarse una idea y
convencerse de que en el
fondo del Espiritismo hay algo serio. En esta rápida exposición nos
hemos propuesto
indicar los puntos que debe fijar particularmente la atención del
observador. La
ignorancia de los principios fundamentales es causa de las falsas
apreciaciones de la mayor
parte de los que juzgan lo que no comprenden, o que lo hacen con arreglo
a ideas
preconcebidas. Si esta primera ojeada despierta el deseo de aprender
más, se leerá el Libro
de los Espíritus, donde están completamente desarrollados los principios
de la doctrina, después El Libro de los Médiums para la parte
experimental, destinado a servir de guía a
los que por sí mismo quieren operar, como a los que deseen darse cuenta
de los
fenómenos. Inmediatamente siguen las obras donde están desarrolladas las
aplicaciones y
consecuencias de la doctrina, tales como: El Evangelio según el
Espiritismo, El cielo y el
Infierno, El Génesis, los milagros y las predicciones, etc.
La Revista espiritista es en cierto modo un curso de aplicaciones, por
los
numerosos ejemplos e instrucciones que contiene, sobre la parte teórica
experimental. A
las personas serias, que han estudiado anticipadamente, les damos,
verbalmente y con
mucho gusto, las explicaciones que necesitan sobre los puntos que no
hayan
comprendido suficientemente.