Medios de comunicación
V.
–Me ha hablado usted de medios de comunicación; ¿Podría darme una idea
de ellos, puesto que es difícil comprender cómo esos seres invisibles
pueden conversar
con nosotros?
A. K. –Con mucho gusto. Seré, sin embargo, breve, porque este punto
exigiría
largas digresiones que encontrará usted especialmente en El Libro de los
Médiums. Pero
lo poco que le diré bastará para indicarle el mecanismo, y, sobre todo,
para hacerle
comprender mejor algunos experimentos a que podría asistir, mientras
espera su
completa iniciación.
La existencia de esa envoltura semimaterial, el periespíritu, es ya una
clave que
explica muchas cosas y demuestra la posibilidad de ciertos fenómenos. En
cuanto a los
medios, son muy variados, y dependen, ya de la naturaleza más o menos
pura del Espíritu,
ya de las disposiciones particulares de las personas que le sirven de
intermediarios. El más
vulgar, el que puede llamarse universal, consiste en la intuición, es
decir, en las ideas y
pensamientos que nos sugieren; pero este medio es muy poco apreciable en
la generalidad
de los casos, y hay otros más materiales. Ciertos espíritus se comunican
por medio de golpes, respondiendo por sí o por no, o designando las
letras que deben formar las
palabras. Los golpes pueden obtenerse por el movimiento bascular de un
objeto, una
mesa, por ejemplo, que golpea con uno de sus pies. A menudo se producen
en la
sustancia misma de los cuerpos, sin movimiento de éstos. Este modo
primitivo es
prolongado y se presta con dificultad a los desenvolvimientos de cierta
extensión: le ha
reemplazado la escritura, que se obtiene de diferentes maneras. Al
principio se empleó, y
a veces se emplea aún, un objeto móvil, como una planchita, una caja, a
la cual se adapta
un lápiz cuya punta corre por el papel. La naturaleza y la sustancia del
objeto son
indiferentes. El médium pone la mano sobre aquél, al cual transmite la
influencia que
recibe del Espíritu, y el lápiz traza los caracteres. Pero este objeto,
propiamente hablando,
no es más que una especie de apéndice de la mano, como un lapicero. Más
tarde se
reconoció la utilidad de semejante intermediario, que no es más que una
complicación
del mecanismo, cuyo único mérito es el de evidenciar de una manera más
material la
independencia del médium, que puede escribir tomando él mismo el lápiz.
Los espíritus
se manifiestan también y pueden transmitir sus pensamientos por sonidos
articulados que
retumban bien en el espacio, bien en el oído; por la voz del médium, por
la vista, por el
dibujo, por la música y por otros medios que un completo estudio hace
conocer. Los
médiums tienen para esto diferentes aptitudes especiales procedentes de
su organización.
Así pues tenemos médiums para efectos físicos, es decir, aptos para
producir fenómenos
materiales, como golpes, movimientos de cuerpos, etcétera; médiums
auditivos, parlantes,
dibujantes, músicos, escribientes. Esta última facultad es la más común,
la que mejor se
desarrolla con el ejercicio, y también es la más preciosa, porque
permite comunicaciones
más seguidas y más rápidas.
El médium escribiente presenta numerosas variedades, de las cuales dos
son
muy notables. Para comprenderlas, es preciso darse cuenta del modo como
se opera el
fenómeno. A veces el Espíritu obra sobre la mano del médium, a la cual
da un impulso
completamente independiente de la voluntad, y sin que éste tenga
conciencia de lo que
escribe: este es el médium escribiente mecánico. Otras veces, obra sobre
el cerebro; su
pensamiento penetra el del médium, quien, aunque escribiendo
involuntariamente, tiene
conciencia más o menos clara de lo que obtiene: este es el médium
intuitivo; su papel es
exactamente el de un intérprete que transmite un pensamiento que no es
el suyo,
pensamiento que, sin embargo, debe comprender. Aunque, en este caso, el
pensamiento
del Espíritu y el del médium se confunden a veces, la experiencia enseña
a distinguirlos
fácilmente. Por ambos géneros de mediumnidad se obtiene buenas
comunicaciones. La
ventaja de los mecánicos es para las personas que no están aún
convencidas. Por lo
demás, la cualidad esencial de un médium está en la naturaleza de los
espíritus que le
asisten y las comunicaciones que recibe, más que en los medios de
ejecución.
V. –El procedimiento me parece de los más sencillos. ¿Me será posible
experimentarlo?
A. K. –Sin ningún inconveniente, y añado que si usted estuviese dotado
de la
facultad medianímica, sería éste el mejor medio para convencerse, porque
no podría
usted sospechar de su propia buena fe. Tan sólo le recomiendo vivamente
que no se
entregue a ninguna prueba antes de haber estudiado con detención. Las
comunicaciones
de ultratumba están rodeadas de más dificultades de las que generalmente
se cree. No
están exentas de inconvenientes ni de peligros para los que no tienen la
experiencia
necesaria. Sucede a éste lo que al que quisiera hacer manipulaciones
químicas sin saber
química: correría riegos de quemarse los dedos.
V. -¿Puede conocerse esta aptitud por alguna señal?
ALLAN KARDEC
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A. K. –Hasta el presente ningún diagnóstico se conoce para la
mediumnidad.
Todos los que se habían considerado como tales carecen de valor. Por lo
demás, los
médium son muy numerosos, y es muy raro que, si no lo es uno mismo, no
se encuentre
alguno entre su familia o conocidos. El sexo, la edad y el temperamento
son indiferentes:
se encuentran médiums entre hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y
enfermos.
Si la mediumnidad se tradujese por una señal exterior cualquiera,
implicaría
esto la permanencia de la facultad, mientras que ésta es esencialmente
móvil y fugitiva. Su
causa física está en la asimilación, más o menos fácil, de los fluidos
periespirituales del
encarnado y del Espíritu desencarnado. Su causa moral es la voluntad del
Espíritu en
comunicarse cuando le place y no a nuestro antojo, de donde resulta: 1º
Que todos los
espíritus no pueden comunicarse indiferentemente; y 2º Que todo médium
puede perder,
o tener suspendida, la facultad cuando menos la espera. Estas palabras
bastan para
demostrar a usted que este punto es un vasto campo de estudio, para
poderse dar cuenta
de las variaciones que presentan el fenómeno.
Sería, pues, erróneo el creer que todo espíritu puede venir al
llamamiento que
se le hace, y comunicarse con el primer médium que se presente. Para que
un Espíritu se
comunique, es preciso, ante todo, que le convenga hacerlo; en segundo
lugar, que su
posición a sus ocupaciones se lo permita; y tercero, que encuentre en el
médium un
instrumento propicio, apropiado a su naturaleza.
El principio, se puede comunicar con los espíritus de todos los órdenes,
con sus
parientes y amigos, tanto con los espíritus más vulgares como los más
elevados. Pero
independientemente de las condiciones individuales de posibilidad,
vienen más o menos
voluntariamente según las circunstancias, y sobre todo en razón de sus
simpatías hacia las
personas que les llaman, y no al llamamiento del primer antojadizo que
tuviese al
capricho de evocarlos por un sentimiento de curiosidad. En semejante
caso, no se hubiese
molestado durante la vida, y tampoco lo hace después de la muerte.
Los espíritus serios sólo concurren a las reuniones formales, donde son
llamados
con recogimiento y por motivos formales. No se prestan a ninguna
pregunta de
curiosidad, de prueba fútil, ni ningún experimento.
Los espíritus ligeros se encuentran en todas partes, pero en las
reuniones
formales guardan silencio y se mantienen ocultos para oír, como lo haría
un estudiante en
una asamblea ilustrada. En las reuniones frívolas toman la revancha, se
divierten con
todos, se burlan con frecuencia de los concurrentes y responden a todo
sin cuidarse de la
verdad.
Los espíritus que se llaman golpeadores, y por regla general todos los
que
producen manifestaciones físicas, son de orden inferior, sin que por
ello sean
esencialmente malos: tienen en cierta manera una aptitud especial para
los efectos
materiales. Los espíritus superiores no se ocupan de semejantes asuntos,
como nuestros
sabios no se ocupan de sutilezas: si tienen necesidad de aquellos
efectos, emplean esta
clase de espíritus, como nosotros nos servimos del jornalero para la
parte material de la
obra.