Lo maravilloso y lo sobrenatural
V. –El Espiritismo tiende, evidentemente, a resucitar las
creencias fundadas en
lo maravilloso y lo sobrenatural, lo que me parece difícil en nuestro
siglo positivista,
porque equivale a defender las supersticiones y los errores populares
que la razón rechaza.
A. K. –Las ideas son supersticiosas porque son falsas, y cesan de serlo
desde el
momento en que se las reconoce exactas. La cuestión está, pues, en saber
si hay o no
manifestaciones de espíritus, y usted no puede calificarlas de
supersticiones hasta que
haya probado que no existen. Pero usted dirá: mi razón las rechaza; pero
todos los que
creen y que no son unos tontos, invocan también su razón y además los
hechos. ¿Cuál de
las dos razones es superior? El juez supremo en esto es el porvenir,
como lo ha sido en
todas las cuestiones científicas o industriales, calificadas en su
origen de absurdos y de
imposibles. Usted juzga a priori según su razón; nosotros no juzgamos
sino después de
haber visto y observado por mucho tiempo. Añadimos que el Espiritismo
ilustrado, como
el de hoy, tiende, por el contrario, a destruir las ideas
supersticiosas, porque demuestra la
verdad a la falsedad de las creencias populares, y todos los absurdos
que la ignorancia y las
preocupaciones han mezclado con ellos.
Voy más lejos aún, y digo que, precisamente, el positivismo del siglo es
el que
hace adoptar el Espiritismo y a quien debe éste, en parte, su rápida
propagación, y no,
según pretenden algunos, a un recrudecimiento del gusto de lo
maravilloso y
sobrenatural.
Lo sobrenatural desaparece a la luz de la ciencia, de la filosofía y de
la razón,
como los dioses del paganismo desaparecieron a la del cristianismo.
Lo sobrenatural es lo que está fuera de las leyes de la Naturaleza. El
positivismo
nada admite fuera de éstas. ¿Pero las conoce todas? En todos tiempos los
fenómenos cuya
causa era desconocida han sido reputados sobrenaturales. Cada nueva ley
descubierta por
la ciencia ha alejado los límites de aquél, y el Espiritismo viene a
revelar una ley según la
cual la conversación con el Espíritu de un muerto reposa en una ley tan
natural como la
que la electricidad permite establecer entre los individuos, distantes
quinientas leguas el
uno del otro, y así con todos los otros fenómenos espiritistas. El
Espiritismo repudia, en
lo que le concierne, todo efecto maravilloso, es decir, fuera de las
leyes de la Naturaleza.
No hace milagros ni prodigios, pero explica, en virtud de una ley,
ciertos efectos
reputados hasta hoy como milagrosos y prodigiosos, demostrando al mismo
tiempo su
posibilidad. Ensancha así el dominio de la ciencia, bajo cuyo aspecto es
también una
ciencia. Pero originado el descubrimiento de esta nueva ley
consecuencias morales, el
código de aquéllas, hace del Espiritismo una doctrina filosófica. Bajo
este último punto de vista, responde a las aspiraciones del hombre
respecto
del porvenir; pero como apoya la teoría de éste en bases positivas y
racionales, se amolda
al espíritu positivista del siglo, lo que comprenderá usted cuando se
haya tomado el
trabajo de estudiarlo. (El Libro de los Médiums, cap. II de esta obra).