Diversidad de los espíritus
V. –Usted habla de espíritus buenos o malos, serios o ligeros, y le
confieso que
no me explico esta diferencia. Me parece que, al dejar su envoltura
corporal, deben despojarse de las imperfecciones inherentes a la
materia; que debe para ellos hacerse la luz
sobre todas las verdades que nos están ocultas, y que deben verse libres
de las
preocupaciones terrestres.
A. K. –Sin duda alguna se encuentran libres de las imperfecciones
físicas, es
decir, de las enfermedades y flaquezas del cuerpo, pero las
imperfecciones morales se
refieren al Espíritu y no al cuerpo. Entre ellos los hay que están más o
menos adelantados
intelectual y moralmente. Sería erróneo creer que los espíritus, al
dejar su cuerpo material
reciben súbitamente la luz de la verdad. ¿Cree usted, por ejemplo que
cuando muera no
habrá ninguna diferencia entre el Espíritu de usted y el de un salvaje o
el de un
malhechor? Si así fuera, ¿De qué le serviría haber trabajado para
instruirse y mejorarse,
puesto que un cualquiera sería tanto como usted después de la muerte?
Sólo gradual, y
algunas veces muy lentamente, se verifica el progreso de los espíritus.
Entre ellos,
dependiendo esto de su purificación, los hay que ven las cosas bajo un
punto de vista
más exacto que durante su vida. Otros, por el contrario, tienen aún las
mismas pasiones,
las mismas preocupaciones y los mismos errores, hasta que el tiempo y
nuevas pruebas les
hayan permitido perfeccionarse.
Note usted bien que lo dicho es el resultado de la experiencia, porque
del modo
indicado se nos presenta en sus comunicaciones. Es, pues, un principio
elemental de
Espiritismo que entre los espíritus los hay de todos los grados de
inteligencia y moralidad.
V. –Pero entonces, ¿Por qué no son perfectos todos los espíritus? ¿Dios,
pues,
los crea de todas categorías?
A. K. –Eso vale tanto como preguntar, porque todos los discípulos de un
colegio
no cursan filosofía. Todos los espíritus tienen el mismo origen y el
mismo destino. Las
diferencias que entre ellos existen no constituyen diferentes especies,
sino grados diversos
de adelanto.
Los espíritus no son perfectos, porque son las almas de los hombres, y
los
hombres no son perfectos, porque son la encarnación de espíritus más o
menos
adelantados. El mundo corporal y el mundo espiritual alternan
incesantemente; por la
muerte del cuerpo, el mundo corporal ofrece su contingente al mundo
espiritual; por el
nacimiento, el espiritual alimenta a la humanidad. En cada nueva
existencia, el Espíritu
realiza un progreso más o menos grande, y cuando ha adquirido en la
Tierra la suma de
conocimientos y de elevación moral de que es susceptible nuestro globo,
lo deja para
pasar a otro mundo más elevado, donde aprende cosas nuevas.
Los espíritus que forman la población invisible de la Tierra son hasta
cierto
punto reflejo del mundo corporal. Se encuentran en ellos los mismos
vicios y las mismas
virtudes; los hay sabios, ignorantes, falsos sabios, prudentes y
atolondrados; filósofos,
razonadores y sistemáticos; no habiéndose desprendido todos de sus
preocupaciones,
todas las opiniones políticas y religiosas tienen entre ellos sus
representantes; cada uno
habla según sus ideas, y a menudo lo que dicen no es más que su opinión
personal, y he
aquí por qué no se debe dar ciegamente crédito a todo lo que dicen los
espíritus.
V. –Si esto es así, descubro una inmensa dificultad, pues en semejante
conflicto
de opiniones diversas, ¿Cómo distinguir el error de la verdad? No
comprendo que nos
sirvan de mucho los espíritus ni lo que ganamos con sus conversaciones.
A. K. –Aunque sólo sirviesen los espíritus para enseñarnos que los hay
que son
las almas de los hombres, ¿No sería ya esto muy importante para los que
dudan de si la
tienen, y que ignoran lo que será de ellos después de la muerte?
Como todas las ciencias filosóficas, la espiritista requiere largos
estudios y
minuciosas observaciones. Así es como se aprende a distinguir la verdad
de la impostura, y como se obtienen los medios de alejar a los espíritus
mentirosos. Por encima de la turba
de baja ralea, están los espíritus superiores, que no tienen otra mira
que el bien, y cuya
misión es conducir a los hombres por el buen sendero. Nos corresponde a
nosotros saber
apreciarlos y comprenderlos. Éstos nos enseñan magníficas cosas; pero no
crea usted que
el estudio de los otros sea inútil, dado que para conocer un pueblo es
preciso estudiarlo
bajo todas sus fases.
Usted mismo es prueba de esta verdad: creía usted que bastaba a los
espíritus el
dejar su envoltura corporal para despojarse de sus imperfecciones, y las
comunicaciones
con ellos nos han enseñado lo contrario, haciéndonos conocer el
verdadero estado del
mundo espiritual, que a todos nos interesa en extremo, ya que a él
debemos ir todos. En
cuanto a los errores que pueden nacer de la divergencia de opinión entre
los espíritus,
desaparecen por sí mismos a medida que aprendemos a distinguir los
buenos de los
malos, los sabios de los ignorantes, los sinceros de los hipócritas, ni
más ni menos que
entre nosotros. Entonces el sentido común hace justicia a las falsas
doctrinas.
V. –Mi observación subsiste siempre respecto de las cuestiones
científicas y de
otras que pueden someterse a los espíritus. La divergencia de sus
opiniones sobre las
teorías que separan a los sabios nos deja en la incertidumbre. Comprendo
que, no
estando todos en el mismo grado de instrucción, no pueden saberlo todo;
pero entonces,
¿De qué peso puede ser para nosotros la opinión de los que saben, si no
podemos
evidenciar quién tiene razón y quién no? Tanto vale, pues, dirigirse a
los hombres como a
los espíritus.
A. K. –También esta reflexión es una consecuencia de la ignorancia del
verdadero carácter del Espiritismo. El que crea encontrar en él un medio
fácil de saberlo y
descubrirlo todo, está en un grave error. Los espíritus no están
encargados de traernos la
ciencia perfecta; esto sería en efecto muy cómodo, no tener más que
pedir para ser
servidos, evitándonos así el trabajo de las investigaciones. Dios quiere
que trabajemos,
que nuestro pensamiento se ejercite: sólo a este precio adquirimos la
ciencia. Los espíritus
no vienen a librarnos de esa necesidad: son lo que son: el Espiritismo
tiene por objeto el
estudio, a fin de saber, por analogía, lo que seremos algún día, y no de
hacernos conocer
lo que nos debe estar oculto, o revelarnos las cosas antes de tiempo.
Tampoco son los espíritus los anunciadores de la buenaventura, y
cualquiera
que se haga la ilusión de obtener de ellos ciertos secretos, se prepara
extrañas decepciones
de parte de los espíritus burlones; en una palabra, el Espiritismo es
una ciencia de
observación y no una ciencia de adivinación o de especulación. La
estudiamos para
conocer el estado de las individualidades del mundo invisible, las
relaciones que entre
ellos y nosotros existen, su acción oculta sobre el mundo visible, y no
por la utilidad
material que de ella podemos obtener. Bajo este punto de vista, no hay
Espíritu cuyo
estudio no sea útil. Con todos aprendemos algo; sus imperfecciones, sus
defectos, su
insuficiencia, su misma ignorancia son otros tantos asuntos de
observación que nos
inician en la naturaleza íntima de ese mundo, y cuando no son ellos los
que nos instruyen
con sus enseñanzas, somos nosotros los que nos instruimos estudiándolos,
como sucede
cuando observamos las costumbres de un pueblo que no conocemos.
Respecto de los espíritus ilustrados, nos enseñan mucho, pero en los
límites de
las cosas posibles, y no debe preguntárseles lo que no pueden o no deben
revelar; hemos
de contentarnos con lo que nos dicen; querer ir más allá es exponerse a
las mistificaciones
de los espíritus ligeros, dispuestos siempre a responder a todo. La
experiencia nos enseña
a juzgar el grado de confianza que podemos concederles.