Falsas explicaciones de los fenómenos
V.
–Los fenómenos provocados son especialmente los que más se critican.
Pasemos por alto toda suposición de charlatanismo, y admitamos una
completa buena fe.
¿No podríamos pensar que los médiums son juguete de una alucinación?
A. K. –Que yo sepa, aún no se ha explicado claramente el mecanismo de la
alucinación. Tal como se la conoce es, sin embargo, un efecto muy raro y
muy digno de
estudio. ¿Cómo, pues, los que pretenden darse cuenta, por este medio, de
los fenómenos
espiritistas, no pueden explicar su aplicación? Por otra parte, hay
hechos que rechazan
esta hipótesis, cuando una mesa u otro objeto se mueve, se levanta y
golpea; cuando a
nuestra voluntad se pasea por la sala sin el contacto de nadie; cuando
se separa del suelo y
se mantiene en el espacio sin punto de apoyo; cuando, en fin se rompe al
caer, no son
ciertamente estos efectos producidos por una alucinación. Suponiendo que
el médium, a
consecuencia de su imaginación, crea ver lo que no existe, ¿Es probable
que toda una
sociedad padezca el mismo vértigo, que se repita esto en todas partes y
en todos los países?
La alucinación, en semejante caso, sería más prodigiosa que el hecho
mismo.
V. –Admitiendo la realidad del fenómeno de las mesas giratorias y
golpeadoras,
¿No es más racional atribuirlo a la acción de un fluido cualquiera, del
magnético, por
ejemplo?
A. K. –Tal fue el primer pensamiento, y yo, como otros, lo tuve. Si los
efectos se
hubiesen limitado a efectos materiales, sin duda alguna podrían
explicarse por este
medio. Pero cuando los movimientos y golpes dieron pruebas de
inteligencia, cuando se
reconoció que respondían con entera libertad al pensamiento, se sacó
esta consecuencia:
Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente tiene una causa
inteligente. ¿Puede
ser esto efecto de un fluido, a menos que no se diga que éste es
inteligente? Cuando usted
ve que los brazos del telégrafo hacen señas y que transmiten el
pensamiento, usted sabe
perfectamente que no son esos brazos de madera o de hierro los
inteligentes, sino que es
una inteligencia quien los hace mover. Lo mismo sucede con las mesas.
¿Hay o no efectos
inteligentes? Esta es la cuestión. Los que lo niegan son personas que no
lo han visto todo
y que se apresuran a fallar según sus propias ideas, y partiendo de una
observación
superficial.
V. –A esto se responde que, si hay un efecto inteligente, no es otro que
la propia
inteligencia, ya del médium, ya del interrogador, ya de los asistentes,
porque, se dice, la
respuesta está siempre en el pensamiento de alguno.
A. K. –También esto es un error producido por una falta de observación.
Si los
que piensan de este modo se hubiesen tomado el trabajo de estudiar el
fenómeno en
todas sus fases, hubieran reconocido a cada paso la independencia
absoluta de la
inteligencia que se manifiesta. ¿Cómo puede conciliarse esta tesis con
las respuestas que
están fuera del alcance intelectual y de la instrucción del médium, que
contradice sus
ideas, sus deseos y sus opiniones, o que difieren completamente de las
previsiones de los
asistentes? ¿Cómo conciliarla con los médiums que escriben en un idioma
que no
conocen, o en el suyo propio sin saber leer ni escribir? A primera
vista, esta opinión no
tiene nada de irracional, convengo en ello, pero está desmentida por
hechos tan
numerosos y concluyentes, que hacen imposible la duda.
Por lo demás, admitida esta teoría, el fenómeno, lejos de simplificarse,
sería por
el contrario prodigioso. ¡Qué! ¿Se reflejaría el pensamiento en una
superficie, como la luz,
el sonido, el calor? Ciertamente mucho tendría que ver en esto la
sagacidad de la ciencia.
Y por otra parte, lo que no es menos maravillo es que de veinte personas
reunidas, se
reflejara precisamente el de tal, y no el de cual. Semejante sistema es
insostenible. Es
verdaderamente curioso ver a los contradictores buscar causas cien veces
más
extraordinarias y difíciles de comprender que las que se les señalan.
V. -¿Y no podría admitirse, según la opinión de algunas personas, que el
médium se encuentra en un estado de crisis, gozando de una lucidez que
le da la
percepción sonambúlica o una especie de doble vista, lo cual explicaría
la extensión
momentánea de las facultades intelectuales, y que, como se dice, las
comunicaciones
obtenidas a través de los médiums no sobre pujan a las que se obtienen
por medio de los
sonámbulos?
A. K. –Tampoco resiste semejante sistema a un examen profundo. El médium
no está en crisis, ni duerme, sino que se halla perfectamente despierto,
obrando y
pensando como otro cualquiera, sin experimentar nada extraordinario.
Ciertos efectos
particulares han podido dar lugar a esta equivocación. Pero cualquiera
que no se limite a
juzgar las cosas por la observación de uno solo de sus aspectos,
reconocerá, sin trabajo,
que el médium está dotado de una facultad particular que no permite
confundirle con el
sonámbulo, y la completa independencia de su pensamiento está probada
por los hechos
de todo punto evidentes. Haciendo abstracción de las comunicaciones
escritas, ¿Cuál es el
sonnámbulo que ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Cuál
es el que
ha producido apariciones visibles y hasta tangibles? ¿Cuál el que ha
podido mantener un
cuerpo sólido suspendido en el espacio sin punto de apoyo? ¿Acaso por un
efecto
sonambúlico, en mi casa, y en presencia de veinte testigos, un médium
dibujó el retrato
de una joven, muerta hacía dieciocho meses y a quien no había conocido,
retrato en el
cual reconoció a aquélla su padre, que estaba presente en la sesión?
¿Acaso por un efecto
sonambúlico responde con precisión una mesa a las preguntas que se le
dirigen,
preguntas mentales en ciertas ocasiones? Seguramente, si se admite que
el médium se
encuentra en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa
sea sonámbula.
Se dice también de los médiums que sólo hablan con claridad de las cosas
conocidas. ¿Pero cómo explicar entonces el hecho siguiente y cien otros
del mismo
género? Un amigo mío, excelente, médium escribiente, preguntó a un
Espíritu si una
persona, a quien no había visto hacía quince años, estaba aún en el
mundo. “Sí, vive aún
–se le respondió-. Se encuentra en París, calle tal, número tal.” Mi
amigo fue, y encontró a
la persona en cuestión en el mismo sitio que se le había indicado. ¿Es
esto una ilusión? Su
pensamiento podía sugerirle quizá esta respuesta, porque dada la edad de
la persona, las
probabilidades inducían a pensar que ya no existía. Si en ciertos casos
se ha encontrado
que las respuestas estaban conformes con el pensamiento, ¿Es racional
concluir que sea esto una ley general? En esto, como en todo, los
juicios precipitados son peligrosos,
porque pueden ser contrariados por hechos no observados.
Los incrédulos no pueden ver para convencerse
V. –Hechos positivos son los que quisieran ver los incrédulos, los
cuales piden y
la mayor parte de las veces no pueden proporcionárseles. Si todos
pudiesen ser testigos de
semejantes hechos, no sería lícito dudar. ¿Cómo es, pues, que tantas
personas, a pesar de
su buena voluntad, nada han podido ver? Se les opone, según dicen, la
falta de fe, y a esto
contestan con razón que no le es posible tener una fe anticipada, y que
si se quiere que
crean, es preciso darles los medios de creer.
A. K. –La razón es muy sencilla. Quieren sujetar los hechos a su
mandato, y los
espíritus no obedecen semejante mandato, es preciso esperar su buena
voluntad.