Escollos de los médiums
70. Uno de los mayores escollos de la mediumnidad es la obsesión, es decir, el
dominio que pueden ejercer ciertos espíritus sobre los médiums, imponiéndoseles con
nombres apócrifos e impidiéndoles comunicar con otros espíritus. Es al mismo tiempo un
escollo para el observador novicio e inexperto que, no conociendo los caracteres de este
fenómeno, puede ser engañado por las apariencias, como el que, no sabiendo medicina,
puede hacerse ilusiones sobre la causa y la naturaleza del mal. Si en este caso es inútil el
estudio anticipado al observador, al médium le es indispensable, porque le proporciona
medios de prevenir un inconveniente que podría tener para él consecuencias
desagradables. Por esta razón no recomendaremos nunca bastante el estudio, antes de
entregarse a la práctica. (El Libro de los Médiums, cap. XXIII.)
71. La obsesión presenta tres grados bien caracterizados: la obsesión simple, la
fascinación y la subyugación. En la primera, el médium tiene conciencia perfecta de que
no obtiene nada bueno; no se hace ilusión alguna sobre la naturaleza del Espíritu que se
obstina en manifestársele y de quién desea deshacerse. Este caso no ofrece ninguna
gravedad: es un sencillo contratiempo y el médium queda libre cesando de escribir
momentáneamente. El Espíritu, cansado de que no se le oiga, acaba por retirarse.
La fascinación obsesional es mucho más grave, porque el médium está
completamente fascinado. El Espíritu que le domina se apodera de su confianza hasta
paralizar su propio juicio respecto de las comunicaciones, y hasta hacerle encontrar
sublime lo más absurdo.
El carácter distintivo de este género de obsesión es el de provocar en el médium
una excesiva susceptibilidad, haciéndole que no encuentre bueno, justo y verdadero, más
que lo que él escribe, y rechazar, hasta tomar con desagrado, todo consejo u observación
crítica. Le induce también a malquistarse con sus amigos antes de convenir en que es
engañado, a concebir celos de los otros médiums, cuyas comunicaciones son juzgadas
mejores que las suyas, a querer imponerse en las reuniones espiritistas, de las que se aleja
cuando no puede dominar. Llega en fin a sufrir una dominación tal, que el Espíritu
puede arrastrarle a las más ridículas y comprometedoras determinaciones.
72. Uno de los caracteres distintivos de los malos espíritus es el de imponerse;
dan órdenes y quieren ser obedecidos. Los buenos no se imponen nunca: dan consejos, y
si no se les escucha, se retiran. De esto resulta que la impresión de los malos espíritus es
casi siempre penosa, fatiga y produce una especie de malestar; a menudo provoca una
agitación febril, movimientos bruscos y desenfrenados; la de los buenos espíritus es, por el
contrario, apacible, suave y produce un verdadero bienestar.
73. La subyugación obsesional, designada en otro tiempo con el nombre de
posesión, es una coacción física producida siempre por espíritus de la peor especie y que
puede hasta neutralizar el libre albedrío. Se limita, a menudo, a simples impresiones
desagradables; pero provoca a veces movimientos desordenados; actos de insensatez,
gritos y palabras incoherentes o injuriosas cuya ridiculez conoce de vez en cuando,
aunque sin poder evitarlas, aquel que es victima de semejante situación. Este estado
difiere esencialmente de la locura patológica, con la cual se la confunde sin motivo,
porque no presentan ninguna lesión orgánica, y siendo diferente la causa, los medios
curativos deben ser otros. Aplicando gárgolas y tratamientos corporales, se logra hacer a
menudo una verdadera locura de lo que era una causa moral.
74. En la locura propiamente dicha la causa del mal es interior. Es preciso, pues,
procurar restablecer el organismo a su estado normal; en la subyugación la causa del mal
es exterior, y es preciso librar al enfermo de un enemigo invisible, oponiéndole no
remedios, sino una fuerza moral superior a la suya. La experiencia prueba que en
semejante caso los exorcismos no han producido nunca ningún resultado satisfactorio, y
que más bien han agravado que mejorado la situación. Indicando la verdadera causa del
mal, sólo el Espiritismo puede dar los medios para combatirlos. Es preciso, en cierto
modo, educar moralmente al espíritu obsesor, y por consejos sabiamente dirigidos se
logra hacerle mejor y renunciar voluntariamente a atormentar al enfermo, quedando así
libre el paciente. (El Libro de los Médiums, núm. 279.)
75. Ordinariamente la subyugación obsesional es individual; pero cuando una
muchedumbre de malos espíritus se cierne sobre una población, puede tener un carácter
epidémico. Un fenómeno de esta naturaleza tuvo lugar en tiempo de Cristo. Sólo una
poderosa superioridad moral podía abatir aquellos seres malhechores, designados
entonces con el nombre de demonios, y devolver la calma a sus víctimas. (1)
76. Un hecho importante, que debemos considerar, es que la obsesión es
independiente de la mediumnidad, y que se la encuentra en todos los grados,
principalmente en el último, en una multitud de individuos que nunca han oído hablar
de Espiritismo. En efecto, habiendo existido en todo tiempo los espíritus, han debido
ejercer en todo tiempo la misma influencia. La mediumnidad no es una causa, sino una
manera de manifestarse aquélla, por lo cual puede decirse con certeza, que todo el
médium obsesado ha debido sufrir de algún modo, y a menudo en los actos más vulgares
de la vida, los resultados de esta influencia, y que sin la mediumnidad se traduciría por
otros efectos atribuidos a menudo a esas enfermedades misteriosas, que resisten a todas
las investigaciones de la medicina. Por la mediumnidad el Espíritu malhechor descubre su
presencia; sin la mediumnidad es un enemigo oculto del que no se sospecha.
77. Los que no admiten nada fuera de la materia no pueden admitir causas
ocultas; pero cuando la ciencia haya salido de la vía materialista, reconocerá en la acción
del mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos, una potencia que
reacciona tanto sobre las cosas físicas como sobre las morales. Este será un nuevo sendero
abierto al progreso y la clave de una multitud de fenómenos mal comprendidos.
78. Como la obsesión no puede ser nunca producto de un buen Espíritu, es
punto esencial el de saber conocer la naturaleza de los que se presentan. El médium no
instruido puede ser engañado por las apariencias, mientras que el que está prevenido
espía las señales menos sospechosas, y el Espíritu concluye por alejarse cuando ve que
nada consigue. El conocimiento anticipado de los medios de distinguir los buenos de los
malos espíritus es, pues, indispensable al médium que no quiere exponerse a ser cogido
en el lazo. No lo es menos para el simple observador, que puede por este medio apreciar
el valor de lo que ve u oye. (El Libro de los Médiums, cap. XXIV.)