Identidad de los espíritus
93. Puesto que se encuentran entre los espíritus todas las fases de la humanidad,
se hallan también la astucia y la mentira, y los hay que no tienen escrúpulo alguno en
darse los nombres más respetables para inspirar mayor confianza. Es preciso, pues,
desconfiar de una manera absoluta de la autenticidad de todas las firmas.
94. La identidad es una de las grandes dificultades del Espiritismo práctico, a
menudo es imposible evidenciarla, sobre todo cuando se trata de los espíritus superiores,
antiguos con relación a nosotros. Entre los que se manifiestan, muchos no tienen nombre
para nosotros, y para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un Espíritu conocido
perteneciente a la misma categoría; de modo que si un Espíritu se comunica con el
nombre de San Pablo, por ejemplo, nada prueba que sea precisamente el apóstol de este
nombre, puede ser él o un Espíritu del mismo orden, o uno enviado por él.
La cuestión de identidad es en este caso completamente secundaria y sería pueril
atribuirle importancia, lo que importa es la naturaleza de la enseñanza. ¿Es buena o mala,
digna o indigna del personaje cuyo nombre lleva, la aceptaría éste o la rechazaría? He aquí
toda la cuestión.
95. La identidad es más fácil de evidenciar cuando se trata de espíritus
contemporáneos cuyo carácter y costumbres son conocidos; por las costumbres y las
particularidades de la vida privada se revela la identidad del modo más seguro y a menudo
de manera incontestable. Cuando se evoca a un pariente o amigo lo que interesa es la
personalidad, y es muy natural que se procure evidenciar la identidad; pero los medios
que para esto emplea generalmente los que sólo imperfectamente conocen el Espiritismo,
son insuficientes y pueden inducir a error.
96. El Espíritu revela su identidad por una multitud de circunstancias que se
encuentran en las comunicaciones, donde se reflejan sus hábitos, su carácter, su lenguaje,
y hasta sus locuciones familiares. Se revela también por pormenores íntimos en los que
entra espontáneamente con las personas a quienes aprecia: éstas son las mejores pruebas,
pero es raro que conteste a las preguntas directas que le son dirigidas acerca de este
particular, sobre todo si las hacen personas que le son indiferentes por curiosidad y para
probarle. El Espíritu prueba su identidad como quiere, o como puede, según la facultad
de su intérprete, y a menudo las pruebas son abundantes; la falta está en querer que las dé
a gusto del evocador. Entonces el Espíritu se resiste a someterse a tales exigencias. (El
Libro de los Médiums, cáp. XXIV, “Identidad de los espíritus”.)