87. En tanto que el médium imperfecto se enorgullece de los nombres ilustres
apócrifos, la mayoría de las veces, que figuran en las comunicaciones que recibe, y se cree
intérprete privilegiado de los poderes celestes, el buen médium no se cree nunca digno de
semejante favor; abriga siempre una saludable desconfianza de lo que obtiene, y no lo
refiere nunca a su propio juicio.
No siendo más que un instrumento pasivo, comprende que si es bueno no
puede hacerse de ello un mérito personal, como tampoco puede ser responsable de lo
malo que obtenga, y que sería ridículo tomar el hecho y la causa por la identidad absoluta
de los espíritus que se le manifiestan; y deja que juzguen la cuestión terceras personas
desinteresadas, sin que su amor propio se resienta de un juicio desfavorable, como el
actor de la censura dirigida a la pieza de que es intérprete. Su carácter distintivo es la
sencillez y la moralidad, considera una felicidad la facultad que posee, no para lo que
hace voluntariamente cuando se le presenta ocasión sin molestarse porque no se le da el
primer puesto. Los médiums son los intermediarios e intérpretes de los espíritus.
Importa, pues, al evocador, y hasta al simple observador, poder apreciar el mérito del
instrumento.