Médiums interesados
V. –Antes de consagrarse a un largo estudio, ciertas personas quisieran tener la
certeza de no perder el tiempo, certeza obtenida por un hecho concluyente, y que
comprarían a peso de oro. A. K. –El que no quiere tomarse el trabajo de estudiar, tiene más curiosidad que
deseo real de instruirse, y los espíritus no aprecian más que yo a los curiosos. Por otra
parte, la codicia les es esencialmente antipática, y no se prestan a nada que puede
satisfacerla. Sería preciso sería formarse de ellos una idea muy falsa para creer que
espíritus superiores, como Fenelón, Bossuet, Pascal y San Agustín, por ejemplo, se ponga
a las órdenes de un advenedizo, a tanto por hora. No caballero, las comunicaciones de
ultratumba son muy serias y requieren mucho respeto para ser puesta en exhibición.
Sabemos, por otra parte, que los fenómenos espiritistas no marchan como las
ruedas de un mecanismo, puesto que dependen de la voluntad de los espíritus. Aun
admitiendo la aptitud medianímica, nadie puede responder de obtenerlos en un
momento determinado. Si los incrédulos son dados a sospechar de la buena de los
médiums en general, peor sería si se notase en ellos el estímulo del interés. Y con razón
podría sospecharse que el médium retribuido simularía el fenómeno cuando no lo
produjese el Espíritu, porque ante todo le sería preciso ganar su dinero. Puesto que el
desinterés más absoluto es la mejor garantía de sinceridad, repugnaría a la razón el hacer
venir por interés a las personas que nos son queridas, suponiendo que consintiesen en
ello, lo cual es más que dudoso: en todo caso, sólo se prestarían a este cálculo espíritus de
baja ralea, poco escrupuloso acerca de los medios e indignos de confianza, y aun éstos se
gozan en el censurable placer de burla las combinaciones y los cálculos de sus panegiristas.
La naturaleza de la facultad medianímica se opone, pues, a que se la convierta
en una profesión, porque depende de una voluntad extraña al médium que podría
faltarle en el momento en que más la necesitase, a menos que no se la suplicase por la
astucia. Pero aun admitiendo una completa buena fe, desde el momento en que los
fenómenos no se obtienen a voluntad, sería efecto de la casualidad el que, en la sesión
retribuida, se produjese precisamente el hecho deseado para el convencimiento. Bien
puede usted dar cien mil francos a un médium, seguro de que no obtendrá de los
espíritus lo que éstos no quieran hacer. Este cebo, que desnaturalizaría la intención,
transformándola en un violento deseo de lucro, sería, por el contrario, un motivo de que
no lo obtuviese. Si se está bien persuadido de la verdad de que el afecto y la simpatía son
los más poderosos móviles de atracción para los espíritus, se comprenderá que no pueden
ser solicitados por el pensamiento de emplearlos en el lucro.
Aquel, pues, que tenga necesidad de hechos para convencerse, debe probar a los
espíritus su buena voluntad con una observación seria y paciente, si quiere ser secundado
por ellos. Pero si es verdad que la fe no se impone, no lo es menos que tampoco se
compra.
V. –Comprendo este razonamiento desde el punto de vista moral; ¿Pero no es
justo que el que emplea su tiempo en interés de la causa sea indemnizado, impidiéndole
aquel empleo el trabajo para vivir?
A. K. –Ante todo, ¿Lo hace precisamente en interés de la causa o en interés
propia? Si ha dejado su estado, es porque no estaba satisfecho de él y porque esperaba
ganar más con el nuevo oficio o trabajar menos. Ningún mérito tiene emplear el tiempo
cuando se hace para lograr provecho. Esto es absolutamente como decir que el panadero
fabrica el pan en provecho de la humanidad. La mediumnidad no es el único recurso, y
de no existir ella, los médiums interesados se verían obligados a ganarse la vida de otro
modo. Los médiums verdaderamente formales y desinteresados buscan los medios de vivir
en el trabajo cotidiano, y no abandonan sus ocupaciones cuando necesitan de éstas para
subsistir: sólo consagran a la mediumnidad el tiempo que sin perjuicio puedan ocuparle;
si se dedican a ella en sus ratos de ocio y de reposo, existe entonces verdadero desinterés,
por el cual se les ve agraciados y son objeto de aprecio y respeto.
Por otra parte, la multiplicidad de médiums en las familias hace inútiles los de
profesión, aun suponiendo que estos últimos ofreciesen todas las garantías apetecibles, lo
cual es muy raro. Sin el descrédito en que ha caído esta clase de explotación, y yo me
felicito de haber contribuido grandemente a ello, hubieránse visto pulular los médums
mercenarios, y abundar sus reclamaciones en los periódicos, y por uno que hubiese
podido ser leal hubiéranse encontrado cien charlatanes que, abusando de una facultad
real o simulada, hubiesen perjudicado enormemente al Espiritismo. Es, pues, un
principio, que todos los que ven en el Espiritismo algo más que una exhibición de
fenómenos curiosos, que comprenden y aprecian la dignidad, la consideración y los
verdaderos intereses de la doctrina, reprueban toda especie de especulación bajo
cualquier forma o disfraz con que se presente. Los médiums serios y sinceros, y doy este
nombre a los que comprenden la santidad del mandato que Dios les ha confiado, evitan
hasta las apariencias de lo que pudiera hacer recaer sobre ellos la menor sospecha de
codicia: la acusación de obtener un provecho cualquiera de su facultad sería considerada
por tales médiums como una injuria. Convenga usted, caballero, por incrédulo que sea,
en que un médium en semejantes condiciones le impresionaría de muy distinto modo
que si hubiese pagado su localidad para verle trabajar o, aunque hubiese obtenido una
entrada gratis, si supiese que detrás de todo ello había una cuestión de interés. Convenga
usted en que viendo el primero animado de un verdadero sentimiento religioso,
únicamente estimulado por la fe y no por el cebo de la ganancia, involuntariamente le
impondría respeto, aunque fuese el más humilde proletario, inspirándole también más
confianza, porque no tendría motivos para sospechar de su lealtad. Pues bien, caballero,
como el médium indicado encontrará usted mil por uno, y ésta es una de las causas que
han contribuido más poderosamente al crédito y propagación de la doctrina, mientras
que si no hubiese tenido más que intérpretes interesados, no contaría ni con la cuarta
parte de los adeptos con que hoy cuenta.
Esto se ha comprendido también, que los médiums profesionales son
excesivamente raros, en Francia por lo menos, y desconocidos en la mayor parte de los
centros espiritistas de provincia, donde la reputación de mercenarios bastaría para
excluirlos de todos los grupos serios, en los cuales no les sería lucrativo el oficio, a
consecuencia del crédito que sobre ellos recaería y de la competencia de los médiums
desinteresados, que se encuentran en todas partes.
Para suplir, ya la facultad que les falta, ya la insuficiencia de la clientela, existen
médiums sedicentes, que la obtienen con el juego de cartas, la bola de cristal, etcétera, a
fin de satisfacer todos los gustos, esperando por este medio atraer, a falta de espiritistas, a
los que creen aún en esas estupideces. Si no se perjudicasen más que a sí mimos, el mal
sería poca cosa: pero hay personas que sin profundizar más confunden el abuso con la
realidad, aparte de los mal intencionados que de ello se aprovechan para decir que en eso
consiste el Espiritismo. Ya ve usted, caballero, que conduciendo la explotación de la
mediumnidad a abusos perjudiciales para la doctrina, el Espiritismo serio tiene razón de
rechazarla y repudiarlas como auxiliar.
V. –Convengo en que todo esto es muy lógico, pero los médiums desinteresados
no están a la disposición de todos, y no puede uno permitirse incomodarlos, mientras
que no se tiene reparo en los retribuidos, porque de sabe que no se les hace peder el
tiempo. La existencia de médiums públicos sería una ventaja para las personas que
quisieran convencerse.
A. K. –Pero si los médiums públicos, como usted los llama, no ofrecen las
garantías apetecidas, ¿Qué utilidad pueden prestar para el convencimiento? El
inconveniente que usted señala no destruye los otros más serios que yo he presentado. Se
recurriría a ellos más por diversión o por conocer la buenaventura que para instruirse. El
que verdaderamente desea convencerse, tarde o temprano encuentra medios si tiene en
ello perseverancia y buena voluntad; pero si no está preparado, no se convencerá con
asistir a una sesión. Si a ella acude con impresión desfavorable, con peor impresión
saldrá, y quizá se sentirá disgustado de proseguir un estudio en el que nada formal habrá
visto, hecho probado ya por la existencia.
Pero al lado de las condiciones morales, los progresos de la ciencia espiritista
nos patentizan hoy una dificultad material en la que no se pensaba al principio,
haciéndonos conocer mejor las condiciones en que se producen las manifestaciones. Esta
dificultad se refiere a las afinidades fluídicas que deben existir entre el Espíritu evocado y
el médium.
Paso por alto los pensamientos de fraude y superchería, suponiendo la más
completa lealtad. Para que un médium de profesión pudiese ofrecer perfecta seguridad a
las personas que fuesen a consultarle, sería preciso que apoyase una facultad permanente
y universal, es decir, que pudiese comunicarse fácilmente con cualquier Espíritu y en
cualquier momento, para estar así constantemente a disposición del público, como un
médico, y satisfacer a todas las evocaciones que se pidieran. Y esto no sucede con ningún
médium, tanto en los interesados como en los otros, por acusas independientes de la
voluntad del Espíritu, causas que no puedo desarrollar en este momento, porque no estoy
dando a usted un curso de Espiritismo. Me limitaré a decirle que las afinidades fluídicas,
que son el principio de las facultades medianímicas, son individuales y no generales, que
pueden existir en un médium para con tal Espíritu y no para con tal otro; que sin esas
afinidades, cuyos matices son muy variados, las comunicaciones son incompletas, falsas o
imposibles; que, con mucha frecuencia, la asimilación fluídica entre el Espíritu y el
médium no se establece más que con el tiempo, y que sólo una de cada diez veces se
establece completamente desde el primer momento. La mediumnidad, como usted ve,
caballero, está subordinada a las leyes, hasta cierto punto, orgánicas, a las cuales obedece
todo médium, y no puede negarse que no sea esto un escollo para la mediumnidad
profesional, ya que la posibilidad y exactitud de las comunicaciones se relacionan con
causas independientes del médium y del Espíritu. (Véase más, cap. II, De los Médiums.)
Si rechazamos, pues, la explotación de la mediumnidad, no es por capricho ni
por sistema, sino porque los mismos principios que rigen las relaciones con el mundo
invisibles se componen a la regularidad y a la precisión necesarias al que se pone a la
disposición del público, y porque el deseo de satisfacer a una clientela que paga, conduce
al abuso. No deduzco de aquí que todos los médiums sean charlatanes, pero digo que el
cebo de la ganancia conduce al charlatanismo y autoriza, si no justifica, la sospecha de
fraude. El que quiere convencerse debe buscar ante todo elementos de sinceridad.