Sociedad espiritista de París
V. –Sé que dirige usted una sociedad que se ocupa en estos estudios; ¿Me sería
posible ingresar en ella?
A. K. –Por ahora ciertamente que no: porque si para ingresar en la misma no se
necesita ser doctor en Espiritismo, es preciso por lo menos tener sobre este particular
ideas más fijas que las de usted. Como no quiere ser turbada en sus estudios, no puede
admitir a los que le harían perder el tiempo en cuestiones elementales, ni a los que, no
simpatizando con sus principios y convicciones, introducirían el desorden con
discusiones intempestivas o por Espíritus de contradicción. Ella es una sociedad
científica, como otras muchas, que se ocupa en profundizar los diferentes puntos de la
ciencia espiritista, procurando esclarecerlos. Es el centro donde convergen las enseñanzas
de todas las partes del mundo, y donde se elaboran y coordinan las cuestiones que se
refieren al progreso de la ciencia, pero no una escuela, ni una enseñanza elemental, más
tarde, cuando las convicciones de usted están formadas por el estudio, se verá si hay lugar
a admitirle. En el ínterin, podrá usted como máximo asistir una o dos veces como oyente,
con la condición de no hacer reflexión alguna que pueda ofender a nadie, pues de lo
contrario, yo, que le abría presentado a usted, sufriría los reproches de mis colegas, y a
usted se le cerraría la puerta para siempre. Verá usted una reunión de hombres serios y de
buen trato, cuya mayor parte se recomienda por la superioridad de su saber y de su
posición social, y que no permitirían que aquellos a quienes admite la sociedad se
separasen lo más mínimo de los buenos modales; porque no se figura usted que ella invite
al público, y que llame a sus sesiones al primer transeúnte. Como no hace demostraciones
para satisfacer la curiosidad, huye cuidadosamente de los curiosos. Los que creyesen,
pues, encontrar en ella una distracción o un espectáculo, se llevarían chasco y harían muy
bien en no presentarse a la misma. He aquí por qué no admite, ni siquiera como simples
oyentes, a los que no conocen o a aquellos cuyas disposiciones hostiles son notorias.