Cualidades de los médiums
79. La facultad medianímica depende del organismo. Es independiente de las
cualidades morales del médium, y se la encuentra desarrollada tanto en los más indignos
como en los más dignos. No sucede lo mismo con la preferencia que dan los buenos
espíritus al médium.
80. Los buenos espíritus que se comunican más o menos voluntariamente por
tal o cual médium, según la simpatía que sienten por él. Lo que constituyen la cualidad
de un médium, no es la facilidad con que obtiene comunicaciones, sino su aptitud para
recibirlas buenas y no ser juguete de espíritus ligeros y mentirosos.
81. Los médiums que desde el punto de vista moral dejan más que desear
reciben a veces muy buenas comunicaciones que sólo pueden venir de espíritus buenos,
de lo cual algunos se maravillan sin razón, porque a menudo son de interés para el
médium y para darle sabias advertencias. Si no las aprovecha, aumenta su culpabilidad,
porque escribe su condenación. Dios, cuya bondad es infinita, no puede negar asistencia
a los que más necesitan de ella. El virtuoso misionero que va a moralizar a los criminales
hace lo mismo que los buenos espíritus con los médiums imperfectos.
Por otra parte, los buenos espíritus, queriendo dar una enseñanza útil a todo el
mundo, se sirven del instrumento que les viene a mano; pero le abandonan cuando
encuentran otro que les es más simpático y que aprovecha sus lecciones. Retirándose los
buenos espíritus, los inferiores, poco cuidadosos de las cualidades morales, que les
molestan, tienen entonces libre el campo.
De aquí resulta que los médiums imperfectos moralmente, y que no se
enmiendan, son tarde o temprano, presa de malos espíritus, que a menudo los conducen
a su ruina y a las mayores desgracias incluso en este mundo. En cuanto a su facultad, de
bella que era y que hubiera continuado siendo, se pervierte al principio por el abandono
de los buenos espíritus y concluye por extinguirse.
82. los médiums más meritorios no están al abrigo de las mistificaciones de los
espíritus mentirosos. En primer lugar, porque no hay nadie lo bastante perfecto que no
tenga un punto vulnerable para que pueda dar acceso a los malos espíritus, y en segundo
lugar, porque los buenos espíritus le permiten a veces, para ejercitar el raciocinio, enseñar
a discernir la verdad del error y mantener la desconfianza, a fin de que no se acepte nada
ciegamente y sin comprobación; pero nunca procede la mentira de un buen Espíritu, y
todo nombre respetado, continuado al pie de un error, es necesariamente apócrifo.
Puede también ser este accidente una prueba de la paciencia y perseverancia del
espiritista, médium o no. El que se desanimase por algunas decepciones probaría a los
buenos espíritus que no pueden contar con él.
83. De la misma forma que en la Tierra vemos a personas malévolas
encarnizarse con hombres de bien, no ha de sorprendernos que malos espíritus obsesen a
personas honradas.
Es de notar que, desde la publicación de El Libro de los Médiums, son menores
los obsesados, porque estando prevenidos, se mantiene en guardia y analizan los detalles
más insignificante, que pueden revelar la presencia de un Espíritu mentiroso. La mayoría
de los obsesados, o no han estudiado anticipadamente, o no han aprovechado los
consejos.
84. Lo que constituye un médium propiamente dicho es la facultad, y bajo este
aspecto, puede estar más o menos formado, más o menos desarrollado. Lo que constituye
el médium seguro, el que verdaderamente puede calificar de buen médium, es la
aplicación de la facultad, la aptitud para poder servir de intérprete a los buenos espíritus.
Dejando a un lado la facultad, la potencia del médium para atraer a los buenos espíritus y
rechazar a los malos, está en razón de su superioridad moral; ésta es proporcional a la
suma de cualidades que constituyen el hombre de bien. De este modo se concilia la
simpatía de los buenos y ejerce ascendiente sobre los malos.
85. Por la misma razón, aproximándole a la naturaleza de los malos espíritus, la
suma de imperfecciones morales del médium le quita la influencia necesaria para
alejarlos; en vez de ser él quien se impone a ellos, son ellos lo que se imponen a él.
Aplíquese esto no sólo a los médiums, sino a cualquier persona, porque ninguna deja de
recibir la influencia de los espíritus. (Véanse los núm. 74 y 75.)
86. Para imponerse a los médiums, los malos espíritus saben explotar,
hábilmente, todas las imperfecciones morales, y la que les es más propicia es el orgullo, y
por esto es el sentimiento que domina en el mayor número de médiums obsesados y
sobre todo en los que están fascinados.
El orgullo les hace creer en su inhabilidad y rechazar las advertencias.
Desgraciadamente, este sentimiento es excitado por los elogios de que son objeto los
médiums. Cuando tienen una facultad algo notable, se les busca, se les adula y acaban por
creer en su importancia, juzgándose indispensables, lo cual les pierde.
87. En tanto que el médium imperfecto se enorgullece de los nombres ilustres
apócrifos, la mayoría de las veces, que figuran en las comunicaciones que recibe, y se cree
intérprete privilegiado de los poderes celestes, el buen médium no se cree nunca digno de
semejante favor; abriga siempre una saludable desconfianza de lo que obtiene, y no lo
refiere nunca a su propio juicio.
No siendo más que un instrumento pasivo, comprende que si es bueno no
puede hacerse de ello un mérito personal, como tampoco puede ser responsable de lo
malo que obtenga, y que sería ridículo tomar el hecho y la causa por la identidad absoluta
de los espíritus que se le manifiestan; y deja que juzguen la cuestión terceras personas
desinteresadas, sin que su amor propio se resienta de un juicio desfavorable, como el
actor de la censura dirigida a la pieza de que es intérprete. Su carácter distintivo es la
sencillez y la moralidad, considera una felicidad la facultad que posee, no para lo que
hace voluntariamente cuando se le presenta ocasión sin molestarse porque no se le da el
primer puesto. Los médiums son los intermediarios e intérpretes de los espíritus.
Importa, pues, al evocador, y hasta al simple observador, poder apreciar el mérito del
instrumento.
88. La facultad medianímica es un don de Dios, como todas las otras facultades,
que pueden emplearse en bien y en mal, y de la cual puede abusarse. Tiene por objeto
ponernos en comunicación directa con las almas de los que han vivido, a fin de recibir
sus enseñanzas y de iniciarnos en la vida futura. Así como la vista nos pone en
comunicación con el mundo visible, así la mediumnidad nos relaciona con el invisible. El
que de ella se sirve, de un modo útil, para su adelanto y el de sus semejantes, cumple una
verdadera misión, por la que recibirá recompensa. El que abusa de ella y la emplea en
cosas fútiles o para su interés material, la aleja de su fin providencial, y sufre tarde o
temprano la pena, como aquel que emplea mal cualquier otra facultad.