Locura, suicidio, obsesión
V. –Ciertas personas consideran las ideas espiritistas
como capaces de turbar las
facultades mentales, y por este motivo encuentran prudente detenerlas en
su curso.
A. K. –Ya sabe usted conocer el proverbio: achaques quiere la muerte. No
es,
pues, de sorprender que los enemigos del Espiritismo procuren apoyarse
en todos los
pretextos. El indicado les ha parecido a propósito para despertar
temores y
susceptibilidades, y se han apoderado de él con solicitud. Pero
desaparece ante el más
ligero examen. Oiga usted, pues, sobre esta locura, el razonamiento de
un loco.
Todas las grandes preocupaciones del Espíritu pueden ocasionar la
locura; las
ciencias, las artes, la misma religión, ofrecen su contingente. La
locura tiene por principio
un estado patológico del cerebro, instrumento del pensamiento:
desorganizado el cerebro
queda alterado el pensamiento. La locura es, pues, un efecto
consecutivo, cuya causa
primera es una predisposición orgánica que hace al cerebro más o menos
accesible a
ciertas impresiones, y esto es tan cierto que verá usted personas que
piensan muchísimo
sin volverse locos, y otros que pierden el juicio bajo la influencia de
la más pequeña
sobreexcitación. Dada la predisposición a la locura, ésta tomará el
carácter de la
preocupación principal, que se convertirá entonces en una idea fija.
Ésta podrá ser la de
los espíritus en quien de ellos se haya ocupado, como pudiera ser la de
Dios, de los
ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una
ciencia, de la maternidad,
de un sistema político o social.
Es problema que el loco religioso lo hubiera sido espiritista, si el
Espiritismo
hubiese sido su preocupación dominante. Cierto es que un periódico ha
dicho que en
una sola localidad de América, cuyo nombre no recordamos, se contaban
cuatro mil casos
de locura espiritista. Pero ya sabemos que en nuestros adversarios es
una idea fija el
creerse dotados exclusivamente de razón, lo cual no deja de ser una
manía como otra
cualquiera.
Para ellos, todos nosotros somos dignos de un manicomio, y por
consiguiente,
los cuatro mil espiritistas de la localidad en cuestión deben ser otros
tantos locos. Bajo
este concepto, los Estados Unidos cuentan con centenares de miles, y un
mayor número
aún todos los países del mundo. Esta broma pesada comienza a caer en
desuso desde que
la indicada locura se hace paso en las más elevadas esferas de la
sociedad. Mucho ruido se
hace con un ejemplo conocido, el de Víctor Hennequín; pero se echa al
olvido que, antes
de ocuparse de los espíritus, había dado ya pruebas de excentricidad en
las ideas. Si las
mesas giratorias no hubiesen aparecido –las cuales, según un ingenioso
juego de palabras
de nuestros adversarios, le hicieron perder el juicio,- su locura
hubiera tomado otro
carácter.
Digo, pues, que el Espiritismo no goza de ningún privilegio en este
punto, y aún
más, bien comprendido, preserva de la locura y del suicidio.
Entre las más numerosas causas de sobreexcitación cerebral, deben
contarse las
decepciones, las desgracias, los afectos contrarios, causas que son
también las más
frecuentes de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas
de este mundo desde
un punto de vista tan elevado, que las tribulaciones no son para él más
que incidentes
desagradables. Lo que en otros produciría una violenta emoción, le
afecta medianamente.
Sabe por otra parte que los pesares de la vida son pruebas que conspiran
a su adelanto si
los sufre sin murmurar, porque será recompensado según el valor con que
las haya
soportado. Estas convicciones le dan, pues, una resignación que le
preserva de la
desesperación, y por consiguiente, de una causa incesante de locura y de
suicidio. Sabe, además, por el espectáculo que le dan las
comunicaciones de los espíritus, la deplorable
suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es
bastante para hacerle
reflexionar, por lo cual es considerable el número de los que por él han
sido detenidos en
la funesta pendiente. Este es uno de los resultados del Espiritismo.
En el número de las causas de locura, debe colocarse también el miedo, y
el que
se tiene al diablo ha descompuesto a más de un cerebro. ¿Se sabe por
ventura el número
de víctimas producidas al impresionar las imaginaciones débiles con este
cuadro que se
procura hacer más horroroso por medio de horribles pormenores? Se dice
que el diablo
no espanta más que a los chiquillos, que es un freno para hacerles
prudentes; sí, como la
bruja y el coco, pero cuando no les tienen ya miedo, son peores que
antes. Y por este
magnífico resultado, se olvida el número de epilepsias acusadas a un
cerebro delicado.
No debe confundirse la locura patológica, con la obsesión. Ésta no
procede de
ninguna lesión cerebral, sino de la subyugación ejercida por los
espíritus maléficos sobre
ciertos individuos, y tiene, a veces, las apariencias de la locura
propiamente dicha. Esta
afección, que es muy frecuente, es independiente de la creencia en el
Espiritismo y ha
existido en todos los tiempos. En este caso, la medicina general es
impotente y hasta
nociva. El Espiritismo, haciendo conocer esta nueva causa de turbación
en el estado del
ser, ofrece, al mismo tiempo, el medio de curarla obrando no en el
enfermo, sino en el
Espíritu obsesor. Es el remedio y no la causa de la enfermedad.