V. –Convengo en que entre los detractores del Espiritismo haya personas
inconsecuentes, como la de que acaba usted de hablar. Pero, al lado de éstas, ¿No hay
hombres de valía real y de opiniones de peso?
A. K. –No lo niego, y respondo a ello que el Espiritismo cuenta con sus filas con
un buen número de hombres de valía no menos real. Digo más aún, y es que la inmensa
mayoría de los grupos espiritistas se compone de hombres de inteligencia y de estudio, y
sólo la mala fe puede decir que sólo creen en él las mujerzuelas y los ignorantes.
Por otra parte, hay un hecho perentorio que responde a esa objeción, y es el de
que, a pesar de su saber y de su posición oficial, ninguno ha conseguido detener la
marcha del Espiritismo, y sin embargo, no existe uno solo, desde el más humilde
folletinista, que no se haya hecho la ilusión de asestarle el golpe mortal, consiguiendo
todos sin excepción ayudarle, sin quererlo, en su expansión. Una idea que resiste a tantos
esfuerzos, que avanza, sin titubear, a través de la lluvia de dardos que se le asestan, ¿No
reclama este fenómeno la atención de los pensadores serios? Por eso más de uno se dice
hoy que algo debe haber en el Espiritismo, quizá uno de esos movimientos irresistibles
que, de tiempo en tiempo, remueven las sociedades para transformarlas.
Siempre ha sucedido lo mismo con las nuevas ideas llamadas a revolucionar el
mundo. Encuentran por fuerza obstáculos, porque han de luchar con los intereses, con
las preocupaciones y con los abusos que vienen a destruir, pero como forman parte de los
designios de Dios para realizar la ley del progreso de la Humanidad, nada puede
detenerlas cuando les llega su hora, lo cual prueba que son la expresión de la verdad.
Manifiesta desde luego, según tengo dicho, la impotencia de los adversarios del
Espiritismo, la ausencia de buenos razones, ya que las que le ponen no convencen. Pero
depende también esa impotencia de otra causa que burla todas sus combinaciones. Se
maravillan de sus progresos a pesar de todo lo que hacen para detenerlo, y ninguno
encuentra la causa, porque la buscan donde existe. Los unos la ven en el gran poderío del
diablo que, de ser cierta esta explicación, sería más fuerte que ellos, y hasta más que el
mismo Dios; los otros, en el desarrollo de la locura humana. El error de todos está en
creer que la fuente del Espiritismo es única y que se basa en la opinión de un hombre. De
aquí la idea de que, destruyendo la opinión de un hombre, destruirán el Espiritismo. De
aquí que busquen el origen en la Tierra, y estando ésta en el espacio, no se encuentra en
un punto solo sino en todas partes, porque en todas partes, en todos los países, se
manifiestan los espíritus, lo mismo en los palacios que en las cabañas. La verdadera causa
está, pues, en la naturaleza misma del Espiritismo, que no recibe el impulso de un solo
hombre, sino que permite a cada uno recibir comunicaciones de los espíritus,
confirmándose así en la realidad de los hechos. ¿Cómo persuadir a millones de individuos
que todo eso no es más que charlatanismo, escamoteo y habilidades son ellos los que
obtienen el resultado sin el concurso de nadie? ¿Se les hará creer que son ellos sus propios
ayudantes, y que se entregan al charlatanismo y al escamoteo para sí mismos
únicamente? Esta universalidad de las manifestaciones de los espíritus, que acuden a todas las
partes del globo a desmentir a los detractores y a confirmar los principios de la doctrina,
es una fuerza tan incomprensible para los que no conocen el mundo invisible, como la
rapidez y la transmisión de un telegrama para los que no conocen las leyes de la
electricidad. Y contra esta fuerza se estrellan todas las negaciones, porque equivale a decir
a personas que están recibiendo los rayos del sol, que el sol no existe.
Haciendo abstracción de las cualidades de la doctrina, que satisfacen más que
las que se le oponen, la indicada es la causa de las derrotas que sufren los que intentan
detenerla en su marcha. Para conseguirlo, les sería necesario encontrar el medio de
impedir a los espíritus que se manifiesten. He aquí por qué los espiritistas se cuidan tan
poco de sus maquinaciones. La experiencia y la autoridad de los hechos están de su parte.