Fenómenos espiritistas simulados
V. -¿Y no se ha probado que sin el Espiritismo podían producirse
esos
fenómenos, de donde puede deducirse que no tienen el origen que les
atribuyen los
espiritistas?
A. K. –Por el hecho de que se puede imitar una cosa, ¿Hemos de creer que
no
exista? ¿Qué diría usted de la lógica, del que pretendiese que, porque
no se hace vino de
champagne con agua de seltz, todo el vino de champagne no es más que
agua de seltz? Es
privilegio de todas las cosas notables el originar falsificaciones.
Algunos prestidigitadores
han creído que la palabra Espiritismo, a causa de su popularidad y de
las controversias de
que era objeto, podía apropiarse a la explotación, y para llamar al
público, han simulado
más o menos groseramente algunos fenómenos de mediumnidad, como
simularon en
otro tiempo la clarividencia sonambúlica, viendo lo cual aplauden los
burlones,
exclamando: ¡Ahí tenemos el Espiritismo! Cuando apareció en la escena la
ingeniosa
producción de los espectros, ¿No decían en todas partes que era el golpe
de gracia del
Espiritismo? Antes de pronunciar un fallo tan decisivo, hubieran debido
reflexionar que
las aseveraciones de un escamoteador no son el Evangelio y asegurarse de
si existía
identidad real entre la imitación y la cosa imitada. Nadie compra un
brillante antes
cerciorarse de que no es falso. Un estudio algo detenido les hubiese
convencido de que
los fenómenos espiritistas se presentan en muy distintas condiciones, y
hubieran sabido,
además, que los espiritistas no se ocupan en hacer aparecer espectros,
ni en decir la
buenaventura.
La malevolencia y una insigne mala fe podían sólo asimilar el
Espiritismo a la
magia y a la hechicería, porque él repudia los objetos, las prácticas,
las fórmulas y las
palabras místicas de éstas. Otros no vacilan en comparar las reuniones
espiritistas a las
asambleas del sábado, en que se espera la hora fatal de medianoche para
hacer aparecer
los fantasmas.
Un amigo mío, espiritista, se encontraba un día viendo el Macbeth al
lado de
un periodista a quien no conocía. Llegada la escena de las brujas, oyó
que éste último
decía a su amigo: “¡Bueno! Ahora vamos a asistir a una reunión de
espiritista;
precisamente me falta tema para mi próximo artículo y ahora voy a saber
cómo se verifica
esas cosas. Si hubiese por aquí uno de esos locos, le preguntaría si se
reconoce en ese
cuadro”. “Yo soy uno de ellos –le contestó el espiritista-, y puedo
asegurarle que estoy muy
lejos de reconocerme en él, porque, aunque he asistido a centenares de
reuniones
espiritistas, jamás he visto en las mismas nada semejante, y si es aquí
donde viene usted a
buscar los datos para su artículo, no brillará éste por la veracidad”.
Muchos críticos no cuentan con base más segura. ¿Y sobre quién, sino
sobre los
que se lanzan sin fundamento, cae el ridículo? En cuanto al Espiritismo,
su crédito, lejos de resentirse, ha aumentado por la boga en que lo han
puesto todas esas maquinaciones,
llamando la atención de las personas que no lo conocían. Así han
inducido al examen del
mismo y aumentado el número de los adeptos, porque se ha reconocido que,
en vez de
ser un pasatiempo, es un asunto serio.