Si el Espiritismo hace mejores a los hombres y conduce a los incrédulos a la creencia en Dios, en el alma y en la vida futura, sólo puede realizar el bien. ¿Por qué, entonces, él tiene enemigos y por qué aquellos que todo eso niegan no se cansan de atacarlo?
El Espiritismo tiene enemigos como toda otra idea nueva los tiene. Una idea que se estableciese sin oposición, sería un hecho milagroso. Además, cuanto más falsa y absurda fuera, menos adversarios hallaría, mientras que los tendría en cantidad mayor si ella fuera verdadera, justa y útil. Esta es una consecuencia natural del estado actual de la humanidad. Toda idea nueva viene, necesariamente, a reemplazar a una idea vieja. Si ella es falsa, ridícula o impracticable, nadie le da importancia, puesto que se comprende que no tiene vitalidad. La dejan morir de muerte natural. Si es justa y fecunda, ella ; atemoriza a aquellos que, por cualquier motivo, por orgullo o interés material, estuvieren interesados en mantener la idea vieja. Éstos la combatirán con tanto mayor ardor cuanto mejor perciban el peligro que representa para sus intereses. Observad la historia, las industrias, las ciencias y las religiones, y por todas partes encontraréis la aplicación de este principio. Pero la historia también os dirá que contra la verdad nadie y nada puede prevalecer. Ella se establece, quiérase o no, cuando los hombres están lo suficientemente maduros para aceptarla. Es absolutamente necesario, entonces, que sus adversarios se sepan adecuar a esta circunstancia, pues esto es lo único que les cabe. Con todo, es curioso y digno de resaltar que, en muchas oportunidades, éstos han sido los primeros en vanagloriarse de ser los padres de la idea que hasta entonces combatieron.
En términos generales, se puede juzgar la importancia de una idea por la oposición que ella genera. Suponed que al llegar a un país tomáis conocimiento de que el pueblo allí se prepara para rechazar a un enemigo que intenta invadir su territorio. Pues bien, si percibiereis que son enviados a sus fronteras apenas cuatro soldados y un cabo, consideraréis que el enemigo no es tan temible. En cambio, otra será vuestra reacción si vierais movilizar contra él a numerosos batallones pertrechados con toda la artillería de guerra. De idéntica manera sucede con relación a las ideas nuevas. Divulgad una doctrina totalmente ridícula e irreal que afecte todos los intereses mayores de la sociedad. ¡Nadie intentará molestarse en combatirla! Si esa concepción, por el contrario, estuviese fundamentada sobre la lógica y el buen sentido, si reuniera entre sus adherentes a personas de inteligencia que fueran por ella impresionadas, todos cuantos viven bajo el amparo del orden vigente dirigirán contra ella sus más poderosas baterías. Tal es la historia del Espiritismo. Los que lo combaten con más encarnizamiento no lo hacen, en realidad, porque él constituya una idea falsa, pues -sería el caso de preguntar- ¿por qué dejan tantas otras ideas sin preocuparse de ellas? Es que el Espiritismo les inquieta y atemoriza. Además, no se teme a un mosquito, aunque muchas veces se haya visto a un mosquito tirar por tierra a un león.
Observad la sabiduría de la Providencia en todas las cosas: nunca una idea nueva, de cierta importancia, se presenta súbitamente con toda su fuerza. Ella crece gradualmente infiltrándose en los hábitos. Lo mismo ocurre con el Espiritismo, al cual podemos considerar, sin presunción alguna, como la idea capital del siglo diecinueve. Más adelante se podrá verificar si nos hemos engañado, a partir del inocente fenómeno de las mesas danzantes y parlantes. Fueron ellas una criatura con la cual jugaron hasta sus más implacables enemigos. Y, valiéndose de ese pasatiempo, ella penetró en todos los ambientes. Con todo, muy de prisa creció. Hoy es adulta y ocupó su lugar en el mundo de la filosofía. Ya no se juega con ella, la discuten y la combaten. Si fuese una mentira o una utopía, no habría salido de sus faldas.