Algunas personas ven en el Espiritismo un peligro para las clases poco cultivadas que, sin poderlo comprender en su pura esencia, podrían desnaturalizar su espíritu y hacerlo degenerar en una superstición. ¿Qué se les podría responder?
Eso es posible que suceda con todo cuanto juzgamos de la mayor utilidad, y si fuésemos a suprimir las cosas de las que se puede hacer un mal uso, yo no sé qué es lo que quedaría, comenzando por la prensa, con cuyo auxilio se pueden difundir doctrinas perniciosas que envenenan el alma de los pueblos. También sería el caso de preguntarnos al respecto por qué Dios concedió la lengua a ciertas personas. Se abusa de todo, aun de las cosas más sagradas. Si el Espiritismo hubiese surgido de las clases menos esclarecidas, sin ninguna duda que él podría estar afectado de muchas supersticiones. Él, sin embargo, nació en medios cultos y sólo después de haberse elaborado y depurado en ellos fue que penetró, en los días que corren, en los sectores menos cultivados de la sociedad, a los cuales llegó liberado, por la experiencia y la observación, de todas las inconveniencias espúreas. Lo que podría tornarse realmente peligroso para el vulgo, sería el charlatanismo. Por ello es que nunca estará demás combatir, de manera cuidadosa y constante, y por todos los medios lícitos a nuestro alcance, la explotación, por ser una fuente inagotable de abusos.
Ya no estamos en el tiempo de los parias en que, con relación a los conocimientos, se decía: ¡Esto es bueno para éstos y esto otro para aquéllos! La luz penetra ahora constantemente en el taller del obrero, así como en la humilde choza, en la medida que el sol de la inteligencia se levanta en el horizonte y proyecta sus rayos con intensidad. Las ideas espíritas siguen el mismo proceso. Ellas están en el aire y no le es dado a nadie poder detenerlas. Lo único necesario es dirigir su curso. El punto capital del Espiritismo es su aspecto moral. Esto es lo importante que hay que hacer comprender -aun a costa de todo y cualquier esfuerzo-, y téngase presente que es de tal manera como él es visto hasta por los sectores menos esclarecidos. Por esa razón es grande y manifiesto, también, su efecto moralizador. Este es un ejemplo de ello, entre otros muchos:
En un grupo del cual participaba durante mi estancia en Lyón, en el fondo del salón se levantó un hombre vestido con ropas de trabajador, expresando lo siguiente: "Señor, hace seis meses yo no creía ni en Dios ni en el diablo, como tampoco en que tuviese un alma. Estaba persuadido que cuando morimos todo se acaba. No temía a Dios, pues le negaba; no me atemorizaban las penas futuras, dado que, según mi parecer, todo concluía con la vida. Será bueno decir que no oraba, pues desde mi primera comunión no había vuelto a poner los pies en una iglesia. Además de eso, era violento y arrebatado. Para resumir: yo no creía en nada, ni siquiera en la justicia humana. ¡Hace seis meses yo era así! Fue entonces que me acerqué al Espiritismo. Durante dos meses sostuve una lucha. Mientras tanto, yo leía y comprendía sin poder negar lo evidente. Una verdadera revolución se operó en mí. Hoy ya no soy el mismo hombre. Oro todos los días y frecuento la iglesia. En cuanto a mi carácter, preguntad a mis amigos si yo cambié. ¡Antes me irritaba con todo, una insignificancia me exasperaba! Hoy soy tranquilo y feliz y bendigo a Dios por haberme enviado sus luces".
¿Comprendéis de lo que es capaz un hombre que llega al punto de no creer ni en la justicia de los hombres? ¿Será posible negar el efecto saludable del Espiritismo sobre este hermano? Y hay millares como él. Aunque iletrado, no por eso dejó de comprender. Ello porque el Espiritismo no es una teoría abstracta que se dirige sólo a los sabios; él habla también al corazón, y para hablar el lenguaje del corazón no hay necesidad de poseer diplomas. ¡Hacedlo penetrar por este camino en las mansiones y en las chozas, y él hará milagros!