El Espiritismo ofrece un fenómeno desconocido en la historia de la filosofía: La rapidez de su propagación. Ninguna otra doctrina presenta un caso similar. Cuando se advierte el progreso que se viene conquistando año tras año, sin ninguna presunción se puede prever la época en que ella será la creencia universal.
La mayoría de los países participan del movimiento: Austria, Polonia, Rusia, Italia, España, Turquía, etcétera, cuentan con una numerosa cantidad de adeptos y sociedades muy bien organizadas. Mantengo correspondencia con grupos que funcionan en más de cien ciudades. Entre ellas, Lyón y Bordeaux ocupan el primer lugar. Honremos, pues, a estas dos ciudades que van al frente por su población y su cultura y donde tan alto y tan firmemente se ha levantado la bandera del Espiritismo. Muchas otras ambicionan caminar detrás de sus pasos. A ese mismo respecto conversé con varios viajeros. Todos están de acuerdo en manifestar que cada año se registran progresos en la opinión pública. Los escarnecedores disminuyen en forma evidente. Pero a las burlas ha sucedido la cólera. Ayer se reían, hoy se irritan. De acuerdo con un viejo proverbio, eso es de buen augurio y lleva a los incrédulos a concluir en que la cuestión debe tener implícito un motivo serio.
Un hecho no menos característico es que todo cuanto los adversarios del Espiritismo han hecho para trabar su marcha, lejos de detenerlo, impulsó su progreso. Y se puede afirmar que, por todas partes, ese progreso está en relación con los ataques sufridos. ¿La prensa lo enalteció? Todos sabemos que, lejos de extenderle las manos, ella le puso los pies encima; y con eso no consiguió otra cosa que hacerlo avanzar. Lo mismo ocurrió con los ataques que generalmente le fueron dirigidos.
Existe, pues, con referencia al Espiritismo, un fenómeno que constituye una constante: Es que, sin el concurso de cualquiera de esos medios habitualmente empleados para alcanzar lo que se denomina un suceso, y a pesar de los inconvenientes que se le han opuesto, él no cesa de ganar terreno todos los días, como para dar un desmentido a aquellos que predicen su próximo fin. ¿Será esto una presunción o una fanfarronada de nuestra parte? No; se trata de un hecho imposible de ser negado. El extrajo la fuerza de sí mismo, lo que prueba el poder arrollador de esta idea. Aquellos, pues, a quienes eso contraría, harán mejor cambiar de objetivo o dejar el paso libre a lo que no pueden detener. El caso es que el Espiritismo es una idea, y en cuanto idea, él camina y derrumba todos los obstáculos; no se la puede detener en las fronteras como un paquete de mercaderías. Se queman libros, pero no se pueden incinerar ideas; mas las mismas cenizas de aquéllos, llevadas por el viento hacen fecundar la tierra donde ella debe fructificar.
Sin embargo, no es suficiente lanzar una idea al mundo para que ella eche raíces. (No, seguramente) No se crean a voluntad opiniones y hábitos. Lo mismo ocurre con relación a los descubrimientos y las invenciones: aun el más útil se pierde si no llega a su tiempo, si la necesidad que está destinado a satisfacer no existe todavía. Igual cosa acontece con las doctrinas filosóficas, políticas, religiosas y sociales: Es preciso que los Espíritus estén maduros para aceptarlas. Si llegan muy temprano, permanecen en estado latente, y, como las semillas plantadas fuera de tiempo, ellas no prosperan.
Si el Espiritismo, pues, encuentra tan grandes simpatías, es que su tiempo ha llegado y que los Espíritus están maduros para recibirlo; es que él responde a una necesidad, a una aspiración. Tenéis de ello la prueba por el número, hoy inimaginable, que lo acoge sin extrañeza, como algo muy natural, a partir del momento que se les habla por primera vez de él. Confiesan que todo siempre les pareció así, pero que no eran capaces de precisar sus ideas. Se percibe el vacío moral que la incredulidad y el materialismo van creando en torno del hombre; se comprende que esas doctrinas cavan un abismo para la sociedad; que destruyen los vínculos más sólidos: Los de la fraternidad. Y además, porque el hombre tiene instintivamente horror a la nada, así como la Naturaleza tiene horror al vacío. Esta es la razón por la que el hombre recibe con alegría la prueba de que la nada no existe.
Pero, se podrá decir, ¿no se le enseñó diariamente que la nada no existe? ¡Sin duda, ello le fue enseñado) Mas, entonces, ¿cómo entender que la incredulidad y la indiferencia hayan crecido incesantemente en este último siglo?
Es que las pruebas ofrecidas no satisfacen más en la actualidad, puesto que no responden a las exigencias de la inteligencia. El progreso científico e industrial convirtió al hombre en un ser positivo. Él quiere darse cuenta de todo. Quiere saber el porqué y el cómo de cada cosa. Comprender para creer se tornó una necesidad imperiosa. Este es el motivo por el cual la fe ciega ya no tiene dominio sobre él. Y eso, para unos, es un mal, y para otros, un bien. Sin entrar a discutir la cuestión, apenas diremos que así lo establece una ley de la Naturaleza. La humanidad, en forma colectiva, así como los individuos, tiene su infancia y su edad madura. Cuando se encuentra en la madurez, arroja a la distancia sus pañales y quiere hacer uso de sus medios, esto es, de su inteligencia. Querer hacerla retroceder es tan imposible, como obligar a un río a remontarse hasta su fuente.
Atacar el mérito de la fe ciega -se podrá decir- es una impiedad, puesto que Dios quiere que su palabra sea aceptada sin examen. La fe ciega tuvo su razón de ser, y aun mismo su necesidad, pero en un cierto período de la historia de la humanidad. Si hoy ella no es suficiente para fortalecer la creencia, es porque está en la naturaleza de la humanidad que así debe ser. Ahora bien, ¿quién creó las leyes de la Naturaleza? ¿Dios o Satanás? Si fue Dios, no habrá ninguna impiedad en seguir sus leyes. Si en la actualidad es una necesidad de la inteligencia comprender para creer, como beber y comer es una necesidad del cuerpo físico, señala que Dios quiere que el hombre haga uso de su inteligencia: De otro modo no se la habría dado. Hay personas que no experimentan esa necesidad, que se conforman con creer sin examen. No las recriminamos, y lejos está de nosotros el pensamiento de perturbarles su tranquilidad. El Espiritismo, evidentemente, no está destinado a ellas: Si tienen todo lo que necesitan, nada hay a ofrecerles. No se obliga a comer a la fuerza a quienes manifiestan no tener hambre. El Espiritismo está destinado a aquellos que el alimento intelectual que les es brindado no les satisface, y el número de estas personas es tan grande que el tiempo no alcanza para que nos ocupemos de las otras.
Entonces, ¿por qué se quejan que no andemos detrás de sus pasos? El Espiritismo no procura a nadie en especial, no se impone a nadie y se limita a decir: Aquí me tenéis, esto es lo que soy, esto es lo que traigo. Los que juzguen tener necesidad de mí, aproxímense; los demás, permanezcan donde se encuentran. No es mi propósito perturbarles la conciencia ni injuriarlos. La única cosa que pido es la reciprocidad. Entonces, ¿por qué el materialismo tiende a sustituir a la fe? ¿Acaso porque hasta el presente la fe no raciocina? ¿Porque ella dice: ¡Creed!, al tiempo que el materialismo expresa: ¡Raciocina!? Convengo en que éstos son sofismas. Con todo, buenas o malas son razones que, según la opinión de muchos, tienen ventaja sobre aquellos que ninguna ofrecen. Agregad a esto que el materialismo satisface a quienes se complacen en la vida material, quieren eludir las consecuencias del futuro y esperan, de tal modo, escapar a la responsabilidad de sus actos, teniendo por miras, en suma, que él es eminentemente proclive a la satisfacción de todos los apetitos brutales. Ante la inseguridad del futuro el hombre se dice: Aprovechemos el presente. ¿Qué beneficio me proporcionan mis semejantes? ¿Por qué me he de sacrificar por ellos? Son mis hermanos, se dice. Mas, ¿de qué me pueden servir hermanos que yo los perderé para siempre, que mañana estarán muertos como yo mismo? Finalmente, ¿qué somos unos para con los otros? Muy poco, si una vez muertos nada queda de nosotros. ¿De qué servirá que me imponga privaciones? ¿Qué compensación por ellas obtendré si todo terminará conmigo?
¿Consideráis posible fundar una sociedad sobre las bases de la fraternidad con semejantes ideas? El egoísmo es la consecuencia natural de una posición como ésa. Y de acuerdo con él, cada uno trata de lograr lo mejor para sí; pero esa parte mejor es siempre el más fuerte el que se la lleva. El débil, por su parte, pensará: Seamos egoístas, puesto que los demás lo son. Pensemos sólo en nosotros, dado que los demás no piensan más que en ellos mismos.
Tal es, convengamos, el mal que tiende a invadir a la sociedad moderna; y ese mal, cual gusano dañino, puede resentir sus mismas bases. ¡Oh! ¡La culpa es de quienes la llevan por ese triste camino! ¡De los que se esfuerzan por rechazar la creencia! ¡De los que pregonizan el presente en perjuicio del futuro! ¡Ellos tendrán una terrible deuda que rescatar por el uso que han hecho de su inteligencia!
Mientras tanto, la incredulidad deja como rastro un mar de inquietud. Si es cómodo al hombre entregarse a las ilusiones, no puede evitar el pensar, en algún momento, sobre lo que le deparará el futuro. Con aversión hacia ella, la idea de la nada lo conturba. Querría tener la certeza, pero no la encuentra. Entonces fluctúa, hesita, duda y la incertidumbre lo mortifica. Se siente desgraciado en medio de los placeres materiales que no pueden salvarlo del abismo de la nada que se abre ante sus pies y al cual, supone, va a ser precipitado.
Es en ese momento que llega el Espiritismo como áncora salvadora, como un faro encendido en las tinieblas de su alma. Viene a sacarlo de la duda, viene a llenar el horroroso vacío de la incertidumbre, no como una vaga esperanza, sino con pruebas irrecusables resultantes de la observación de hechos. Viene a reanimar su fe, no manifestando: ¡Creed, pues eso os ordeno!, sino: ¡Ved, tocad, comprended y creed! Él no podría, pues, llegar en momento más oportuno, ya sea para detener el mal antes de que él sea incurable, o bien para satisfacer las necesidades del hombre que ya no cree en simples palabras y tiene aspiraciones de raciocinar sobre aquello que cree. El materialismo lo había seducido con sus falsos raciocinios; a sus sofismas era preciso oponer raciocinios sólidos, apoyados sobre pruebas materiales. Para esa lucha, la fe ciega se había mostrado impotente. Por esa razón es que digo que el Espiritismo vino a su tiempo.
¡Lo que falta al hombre es, pues, la fe en el futuro! La idea que se le brinda no satisface su apetito por lo positivo. Es extremadamente vaga, por demás abstracta. Los lazos que lo unen al presente no son lo suficientemente definidos. El Espiritismo, por el contrario, nos presenta al alma como un Ser circunscripto, semejante a nosotros, con la sola excepción de la envoltura corporal de la que se desprendió, mas revestida de otra envoltura fluídica, lo que la hace más comprensible y lleva a concebir mejor su individualidad. Pero, además de esto, él prueba, por la experiencia, las relaciones incesantes del mundo visible con el Mundo Invisible, que se convierten, así, recíprocamente solidarios. Las relaciones del alma con el ambiente terreno no cesan con la vida física. El alma en estado de Espíritu constituye uno de los engranajes, una de las fuerzas vivas de la Naturaleza. Ya no es un ser inútil que no piensa y que no tuvo más que una corta trayectoria en la eternidad. Es siempre, y por todas partes, un agente activo de la voluntad de Dios para la ejecución de sus obras. Así, conforme a la Doctrina Espírita, todo se concatena, todo se eslabona en el Universo, y en ese gran proceso, admirablemente armonioso, los afectos sobreviven. Lejos de extinguirse, ellos se fortifican y se depuran.
Aunque esto no fuese más que teoría, ésta tendría, sobre las demás, la ventaja de ser más seductora, aunque no ofreciese la certeza. Con todo, es el mismo Mundo Invisible que vino a revelársenos a nosotros, a probarnos que está, no en regiones del espacio inaccesibles aun para el pensamiento, sino aquí, a nuestro lado, en torno de nosotros, y que vivimos en medio de ellos como un pueblo de ciegos lo puede estar en medio de otro de videntes. Esto puede perturbar a ciertas ideas, estoy de acuerdo. Pero ante un hecho, nos guste o no, tenemos que inclinarnos. Se podrá negar todo, se querrá probar que no puede ser así. Pero ante pruebas palpables, sería necesario oponer pruebas más palpables aún. No obstante, ¿qué es lo que se ofrece? ¡Sólo la negación!
El Espiritismo se apoya sobre hechos. Y los hechos, de acuerdo con el raciocinio y la lógica rigurosamente aplicados, dan a él el carácter de positivismo que conviene a nuestra época. El materialismo vino a minar todas las creencias y a socavar sus cimientos, sustituyendo a la moral por la razón de ser y a echar por tierra los mismos fundamentos de la sociedad, proclamando el reino del egoísmo. Los hombres serios, entonces, al preguntarse adónde nos lleva tal estado de cosas, vislumbraron un abismo. Y esto es lo que vino a detener el Espiritismo, diciéndole al materialismo: No irás muy lejos, pues aquí están los hechos que demuestran la falsedad de tus raciocinios.
El materialismo amenazaba hacer caer en tinieblas a la sociedad, afirmando a los hombres: El presente lo es todo, el futuro es incierto.
El Espiritismo, por el contrario, corrige esta deformidad concluyendo: El presente es efímero, mas el porvenir lo es todo. Y esto él lo prueba.
Un contradictor escribió en cierta oportunidad en un periódico que el Espiritismo está lleno de seducciones. No pudo él dirigirle, contra su voluntad, un elogio mayor, al tiempo que se condenaba de la manera más concluyente. Decir que una cosa es seductora, es decir que ella satisface. Pues bien, este es el gran secreto de la propagación del Espiritismo. Para sustituirlo, ¿por qué no le oponen algo mejor? Si ello no se hace, es porque no se dispone para ofrecer nada que satisfaga más que él. ¿Por qué agrada? Ello es muy fácil de explicar:
Él agrada por lo siguiente:
1. porque satisface la aspiración instintiva del hombre relacionada con su futuro;
2. porque presenta al futuro bajo un aspecto que la razón puede admitir;
3. porque la certeza de la vida futura hace que el hombre enfrente con paciencia las miserias de la vida presente;
4. porque, con la doctrina de la pluralidad de existencias, esas miserias expresan una razón de ser, son explicables, y, en lugar de ser atribuidas a la Providencia con carácter de acusación, pasan a ser justificadas, comprendidas y aceptadas sin rebeldía;
5. porque es un motivo de felicidad saber que los seres que amamos no los hemos perdido para siempre, que los habremos de encontrar y que están constantemente junto a nosotros;
6. porque las orientaciones dadas por los Espíritus tienden a convertir mejores a los hombres en sus relaciones recíprocas.
Además de éstos, existen otros muchos motivos que sólo los espíritas tienen los medios para comprender.
En contraposición a ellos, ¿qué ofrece el materialismo? ¡La nada! Éste es el consuelo que ofrece para enfrentar las miserias de la vida.
Con tales elementos, el futuro del Espiritismo no puede ser incierto. Lejos de ello, si debemos sorprendernos de algo, ha de ser del hecho de que haya franqueado tan rápidamente un camino lleno de preconceptos. Cómo y por qué medios logrará la transformación de la humanidad, es lo que nos resta analizar.