Nuestro primer viaje al servicio del Espiritismo, realizado en
1860, se limitó a visitar Lyón y algunas otras ciudades que se
encontraban en nuestro trayecto. Al año siguiente sumamos
Bordeaux al itinerario, y finalmente ahora, además de esas
ciudades principales, durante el trayecto de una excursión que duró
siete semanas y un recorrido de ciento noventa y tres leguas,
visitamos una veintena de localidades y asistimos a más de
cincuenta reuniones. Nuestro propósito no es el hacer una
descripción anecdótica de ese viaje. En el recorrido del mismo
hemos recogido, es verdad, toda una serie de episodios que tal vez
un día tendrán su interés, dado que pertenecerán a la historia. Hoy,
mientras tanto, nos limitamos a resumir las observaciones que
hicimos sobre la situación en que se encuentra la Doctrina Espírita y
a llevar al conocimiento general las orientaciones que nos fue
permitido ofrecer a los organizadores de los diferentes centros.
Sabemos que los verdaderos espíritas apreciarán tal iniciativa; en
cuanto a nosotros, nuestra intención es, por sobre todo, la de
atender a éstos y no a quienes andan a la búsqueda de motivos
para diversión. Además, en esta narrativa nuestro amor propio
estará muchas veces puesto en juego, y este es un motivo
preponderante para un retraimiento de nuestra parte. También es
esta la razón que nos impide el publicar los numerosos discursos
que nos fueron dedicados y que guardamos con bellos recuerdos.
Lo que no podríamos dejar de consignar, sin correr el riesgo de
pasar por ingrato, es el acogimiento tan benevolente y simpático
que recibimos y que, sólo él, bastaría para recompensarnos por
todas las fatigas.
Debemos particular reconocimiento a los espiritas de Provins,
Troyes, Sens, Lyón, Aviñón, Montpellier, Séte, Toulouse,
Marmande, Albi, Saint Gemme, Bordeaux, Royan, MarcherssurGaronne,
Marennes, St. Pierre d'Oléron, Rochefort, St. Jean
d'Angély, Angouléme, Tours y Orleáns, así como a todos cuantos
no se detuvieron ante la perspectiva de un viaje de diez y hasta
veinte leguas para ir a reunirse con nosotros en las ciudades donde
nos habíamos detenido. Esa acogida podría ser, realmente, un gran
motivo para considerarnos importantes, si no supiéramos que tales
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demostraciones fueron dirigidas, en mucha mayor medida que a
nosotros, como persona, a la Doctrina Espírita, como prueba de la
simpatía que ella goza, puesto que, de no ser por ella, nada
seríamos y nadie se preocuparía de nosotros.
El primer resultado que pudimos comprobar fue el inmenso
progreso realizado por la creencia espírita. Un único hecho puede
dar de esto una idea. En ocasión de nuestro primer viaje a Lyón, en
1860, existían allí, como mucho, algunas centenas de adeptos. Al
año siguiente alcanzaban la suma de cinco a seis mil. Este año el
cálculo se hizo imposible. Sin embargo, se puede evaluarlos entre
veinticinco y treinta mil. En Bordeaux, el año pasado, no llegaban a
mil. En el lapso de un año ese número fue decuplicado. Este es un
hecho constante que nadie puede refutar.
Otro hecho que nos fue dado verificar, y que nos parece notable, es
que en una innumerable cantidad de localidades donde era
desconocido, el Espiritismo penetró gracias a las prédicas
contrarias que, haciéndolo notar, inspiraron en las personas el
deseo de investigar sobre él. Seguidamente, al comprobarse su
carácter racional, naturalmente adquirió partidarios. Podríamos
citar, entre otras, una muy pequeña ciudad del departamento de
Indre-et-Loire, en la cual hace más o menos seis meses jamás se
había oído hablar de Espiritismo. Fue cuando se le ocurrió a un
predicador la idea de fulminar, desde el púlpito, lo que él
denominaba, falsa e impropiamente, la religión del siglo diecinueve
y el culto a Satán. La población, sorprendida, se interesó por saber
de qué se trataba. Se solicitaron libros y hoy, allí, un grupo de
adeptos ya organizó un centro. Ese hecho es tanto más significativo
porque prueba la razón que tenían los Espíritus cuando nos decían,
hace algunos años, que nuestros adversarios, sin quererlo, servirían
a nuestra causa.
Es una constante el hecho de que, por todas partes, la
propagación de las ideas espíritas se realizó en razón de los
ataques. Ahora bien, para que una idea se difunda por tal proceso,
es preciso que ella satisfaga y que las personas la juzguen más
racional que aquella otra que se le opone. Uno de los resultados de
nuestro viaje fue, pues, el de constatar con nuestros propios ojos lo
que ya sabíamos a través de nuestra correspondencia.
Es preciso confesar, no obstante, que ese progreso ince-
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sante está lejos de ser uniforme. Si hay localidades donde la idea
espírita parece germinar a medida que la sembramos, existen otras,
en contraposición, en las que penetra muy difícilmente por razones
de tipo local, tales como el carácter de sus habitantes y, sobre todo,
por la naturaleza de sus ocupaciones. En esos lugares los espíritas
realizan sus estudios individualmente. Pero en esas como en otras
partes, las raíces ya se afirmaron, por lo que, tarde o temprano han
de surgir sus retoños, tal como hemos visto en estos días en las
ciudades donde los espíritas ya son muy numerosos.
En distintos lugares la idea espírita comienza a ser difundida,
partiendo de las clases más esclarecidas o de mediana cultura. En
ninguna parte ella toma impulso en las clases-incultas. De la clase
media ella se extiende a las más altas y más bajas de la escala
social. En muchas ciudades los grupos de estudios están
constituidos casi exclusivamente por miembros de los tribunales, de
la magistratura y de altos funcionarios. La aristocracia tiene también
su contingente de adeptos, pero, hasta el presente ellos se han
conformado con ser simpatizantes y, en Francia por lo menos, poco
se reúnen. Grupos de este tipo son más comunes en España,
Rusia, Austria y Polonia, países en los que el Espiritismo tiene
brillantes representantes, aun en las clases sociales más elevadas.
Un hecho tal vez más importante que el de la constatación de la
cantidad, y comprobado también en nuestras observaciones, es el
de la seriedad con que se encara al Espiritismo. Donde quiera que
se investigue -y podemos decirlo: con avidez- se busca el aspecto
filosófico, moral e instructivo. En ningún lugar vimos la práctica
espírita reducida a un motivo para distracciones ni a las
experiencias ser tomadas como diversión. Invariablemente las
preguntas fútiles y las simples curiosidades son puestas de lado. En
su mayoría los grupos son muy bien dirigidos, algunos incluso de
una manera notable, ajustándose plenamente a la utilización de los
verdaderos principios de la Ciencia Espírita. Los propósitos son
idénticos a los que caracterizan a la Sociedad Parisiense de
Estudios Espíritas y no se tiene otra bandera que la de los principios
enseñados por "El Libro de los Espíritus". En esos grupos reina, de
un modo general, un orden y un recogimiento perfectos. Vimos
algunos, en Lyón y Bordeaux, que reúnen habitualmente de cien a
doscientas personas y en los que la actitud general es tan edificante
como lo puede ser dentro de una iglesia. Fue en Lyón que tuvimos
la reunión más importante. Se componía de más de seiscientos
delegados de diferentes grupos, y todo transcurrió de una manera
admirable.
Debemos agregar que en ninguna de las localidades visitadas
las reuniones espíritas sufrieron la más leve restricción, por lo
que manifestamos nuestro agradecimiento a las autoridades civiles
por la cortesía de que fuimos objeto en más de una ocasión.
Los médiums igualmente se multiplican y son pocos los centros que
no cuentan con el concurso de varios de ellos, sin hablar de la
cantidad mucho más considerable de aquellos que no pertenecen a
ningún núcleo y que sólo emplean sus facultades aisladamente o en
pequeños grupos de amigos. En este número predominan los
psicógrafos de diferentes géneros, y entre éstos, en gran mayoría
abundan los médiums moralistas, poco divertidos para los curiosos,
que mejor harán yendo a procurar distracciones a otros lugares que
a las reuniones espíritas verdaderamente serias. Lyón cuenta con
varios médiums pintores notables, uno de los cuales emplea el óleo
sin que jamás haya recibido lecciones de diseño o de pintura, como
también varios médiums videntes cuyas facultades pudimos
constatar. En Marennes hay también una señora, médium dibujante,
que es a la vez una excelente médium psicógrafa, tanto para
disertaciones espontáneas como para evocación. En St. Jean
d'Angély vimos una médium psicógrafa mecánica que podemos
considerar excepcional. Se trata de una señora que escribe largas y
hermosas comunicaciones mientras lee el periódico o conversa con
los presentes, y esto sin mirar para nada su propia mano. Sucede
muchas veces que, distraída, no se da cuenta que la comunicación
llegó a su fin. Los médiums iletrados son numerosos, y muchos son
los que psicografían sin jamás haber aprendido a escribir. Esto no
es más sorprendente que el ver a un médium pintar sin haber sido
iniciado en ese arte. Pero lo que es significativo, es la evidente
disminución de los médiums de efectos físicos en la medida en que
se multiplican los de comunicaciones inteligentes. Es que, como los
Espíritus lo han afirmado, la fase de la curiosidad pasó y ya vivimos
un segundo período, el de la filosofía. El tercero, que comenzará
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dentro de poco, será el de su aplicación, o sea el de la reforma de la
humanidad.
Los Espíritus, que todo lo conducen con gran sabiduría,
lograron despertar, inicialmente, la atención hacia un nuevo orden
de fenómenos y demostrar con ellos la posibilidad de la
comunicación con los seres del Mundo Invisible. Acicateando la
curiosidad lograron interesar a las gentes, al paso que si hubiesen
presentado al comienzo una filosofía abstracta no alcanzarían a ser
comprendidos sino por un pequeño número, más el agravante de
que el origen de esa filosofía habría sido difícilmente admitido.
Optando por un proceso gradual, mostraron lo que podían realizar.
Con todo, como en definitiva las consecuencias morales constituyen
su finalidad esencial, dieron a las manifestaciones su aspecto
normal de seriedad cuando juzgaron suficiente el número de
personas dispuestas a oírlos, preocupándose poco de los
recalcitrantes. Cuando la Ciencia Espírita esté sólidamente
constituida y liberada de todas las interpretaciones personales y
erróneas que caen día a día ante el examen serio, ellos se
ocuparán de establecerla en todos los ámbitos terrenos, para lo cual
utilizarán poderosos medios. Mientras esperan, siembran la idea por
todo el mundo a fin de que, cuando ese momento haya llegado, ella
encuentre en todas partes el terreno preparado. Y sabrán bien la
manera de superar todos los obstáculos, pues, ¿que podrán contra
ellos y contra la voluntad de Dios las trabas de los humanos?
Esa marcha racional y prudente se manifiesta en todo, aun
hasta en las más sutiles enseñanzas que gradualmente proporcionan
conforme al transcurrir del tiempo, a los lugares y a los
hábitos de los hombres. Una luz intensamente brillante y repentina,
no ilumina, encandila. Es por ello que los Espíritus la van brindando
en forma paulatina. Quien siga el progreso de la Ciencia Espírita
tendrá que reconocer que ella crece en importancia en la medida en
que penetra en los más profundos misterios. El Espiritismo discute,
hoy en día, ideas sobre las cuales no se tenía duda alguna hace
algunos años, y conste que él no ha dicho la última palabra, puesto
que reserva otras muchas revelaciones.
Podemos constatar esa marcha progresiva de la enseñanza
por la naturaleza de las comunicaciones obtenidas en los diferentes
grupos que visitamos y que comparamos con otras anteriormente
logradas. Ellas no se distinguen sólo por su extensión, su amplitud
de miras, la facilidad de obtenerlas y su alta moralidad, sino, sobre todo, por la naturaleza de las ideas discutidas y, frecuentemente,
por su estilo magistral. Eso, sin duda, depende mucho del médium,
pero no exclusivamente. No basta tener un buen instrumento, es
necesario disponer de un buen músico para de él lograr buenos
sonidos, y, además, es preciso que el ejecutante disponga de una
audiencia capaz de comprenderlo y de apreciarlo. ¿Quién se
brindaría al trabajo de ejecutar delante de sordos?
Ese progreso, convengamos, no es general. Haciendo abstracción
de los médiums, nosotros lo hemos verificado en relación al
carácter de los grupos. Él logra su más amplio desenvolvimiento en
aquellos donde reina, junto a la fe más activa, los sentimientos
puros, el desinterés moral más intenso. Los Espíritus saben muy
bien en quien depositar su confianza al referirse a problemas que
no pueden ser comprendidos por todas las personas. En los grupos
que se hallan en condiciones menos elevadas, la enseñanza es
buena, siempre moral, pero limitada a generalidades sin
profundidad.
Por desinterés moral entendemos la abnegación, la humildad,
la ausencia de toda pretensión orgullosa, de todo pensamiento
personalista puesto al servicio del Espiritismo. Sería prejuicios
terrestres. No obstante, los motivos de convicción varían conforme
a los individuos. Para algunos son necesarias las pruebas
materiales; para otros son suficientes las razones morales e
intelectuales. También hay individuos que no son convencidos ni
por unas ni por otras. Esos matices posibilitan un diagnóstico de su
Espíritu. Mas es preciso tener en cuenta que muy poco se puede
esperar de aquellos que dicen: "Sólo admitiré si me hicieren
presenciar tal o cual cosa", y nada de los que juzgan indigno de
ellos estudiar y observar. En cuanto a los que afirman: "Aunque yo
vea no lo admitiré, porque sé que es imposible", es del todo inútil
mencionarlos y más inútil aún el perder con ellos nuestro tiempo.
Sin ninguna duda, ya es mucho el creer; pero la creencia sola no
brinda resultados buenos, y eso, desdichadamente, ha sucedido en
muchos casos. Me refiero a aquellos a quienes el Espiritismo no
pasa de un simple hecho, de una bella teoría, de una letra muerta
que ningún provecho deja en la estructura íntima de las personas,
ninguna transformación en su carácter ni en sus hábitos. Pero, junto
a los espíritas simplemente creyentes o simpáticos a la idea, están
los espiritas de corazón, por quienes nos confesamos felices de
haberlos encontrado en gran número. Vimos transformaciones que
podrían ser consideradas milagrosas, recogimos admirables
ejemplos de celo, de abnegación y devoción, innumerables casos
de caridad verdaderamente evangélica que podríamos denominar,
con toda justicia: Los bellos indicios del Espiritismo. Conviene
recordar aquí que las reuniones integradas exclusivamente por
verdaderos y sinceros espiritas, aquellos en quienes habla el
corazón, ofrecen un aspecto muy especial: Todas las fisonomías
reflejan franqueza y cordialidad. Nosotros nos hallamos a voluntad
en esos ambientes simpáticos, verdaderos templos donde reina la
fraternidad. Tanto como los hombres, los Espíritus allí se complacen,
y es entonces que se revelan más expansivos y ofrecen
orientaciones de carácter más íntimo. Por el contrario, en los
ambientes donde existen divergencias de sentimientos, donde las
intenciones no son puras o se observa una sonrisa irónica o
desdeñosa en ciertos rostros, donde se percibe el orgullo y la
malquerencia y se teme a cada instante herir la susceptibilidad de la
vanidad, hay siempre desconfianza, embarazo y reserva. En tales
medios los mismos Espíritus son más reservados y los médiums
muchas veces se ven paralizados por la influencia de los malos
fluidos que sobre ellos actúan como un manto de hielo. Tuvimos la
dicha de asistir a numerosas reuniones que se encuadran en la
primera categoría, y las registramos con gran alegría en nuestras
anotaciones y como los más agradables recuerdos que
conservamos de nuestro viaje. Reuniones de esta naturaleza se
multiplicarán, sin ninguna duda, a medida que la verdadera finalidad
del Espiritismo sea mejor comprendida. Ellas son, igualmente, las
que hacen la más fructífera y sólida propaganda, puesto que reúnen
a personas bien intencionadas y preparan la reforma moral de la
humanidad mediante la prédica del ejemplo.
Es notable verificar que las criaturas educadas en los
principios espíritas adquieren una capacidad de raciocinio precoz, lo
que las convierte infinitamente más fáciles de conducir. Nosotros las
hemos visto en gran número, de todas las edades y de ambos
sexos en las diversas familias donde fuimos recibidos, y pudimos
hacer esa observación personalmente. Eso no las priva de la
natural alegría ni de la jovialidad. Sin embargo, no existe en ellas
esa turbulencia, esa mala intención, esos caprichos que las hacen
tantas veces insoportables. Por el contrario, revelan un fondo de
docilidad, de ternura y respeto filiales que las lleva a obedecer sin
esfuerzo y las convierte responsables en los estudios. Esto es lo
que pudimos notar, y esa observación es generalmente confirmada.
Si podemos analizar aquí los sentimientos que la creencia
espírita tiende a desarrollar en las criaturas, es fácil concebir los
resultados que ella puede lograr. Diremos apenas que la convicción
que tienen de la presencia de sus abuelos, que están allí, a su lado,
y pueden verlos permanentemente, los impresiona más vivamente
que la presencia del diablo, al cual terminan negándolo, mientras
que no pueden dudar de lo que tienen el testimonio todos los días
en el seno de la propia familia. Hay, pues, una generación espírita
que crece y que va constantemente aumentando. Esos niños, a su
vez, educarán a sus hijos en los mismos principios y, cuando esto
suceda, los viejos preconceptos irán desapareciendo
paulatinamente con las viejas generaciones. Es evidente, por tanto,
que la idea espírita ha de ser un día la creencia universal.
Un hecho no menos característico del estado actual del
Espiritismo es el desarrollo de una opinión valiente. Si existen
aún adeptos reprimidos por el miedo, el número de éstos es
poco considerable hoy en día comparado con el de aquellos
que confiesan con voz firme sus convicciones y no se sustraen a
manifestarse espíritas, como no se callarían de decirse cató-
licos, judíos o protestantes. El arma del ridículo, a fuerza de ser
esgrimida sin abrir brechas y ante la existencia de tantas
personalidades notables que proclaman abiertamente la nueva
filosofía, terminó por convertirse inútil, haciéndosela de lado.
Una sola arma permanece en ristre: la idea del diablo. Pero, en
este caso, es al propio ridículo que se hace justicia. Con todo,
no fue sólo este género de coraje que verificamos, sino también
aquel de la acción, de la dedicación, del sacrificio, esto es, el
coraje de aquellos que resueltamente se ponen al frente en la
promoción de las ideas nuevas en ciertas localidades, poniendo
en riesgo sus personas y enfrentando amenazas y
persecuciones. Ellos saben que, si los hombres les hicieren mal
en esta corta vida, Dios no los dejaría abandonados.
La obsesión es, como se sabe, uno de los grandes
escollos del Espiritismo. No podríamos dejar de lado, pues, una
cuestión de importancia tan capital. Recogimos a este respecto
importantes observaciones que constituirán el tema principal de
un artículo especial en la Revista Espírita. En él trataremos de
los poseídos de Morzine, que visitamos en la Alta Saboya. Aquí,
simplemente diremos que los casos de obsesión son muy raros
entre aquellos que hicieron un estudio previo y atento de El
Libro de los Médiums y se identificaron con los principios que él
contiene, manteniéndose vigilantes y dispuestos a descubrir la
menor señal que indique la presencia de un Espíritu
sospechoso. Vimos algunos grupos que, sin ninguna duda, se
hallaban bajo una influencia obsesiva. Mas es evidente que se
complacen con ella, convirtiéndose en fácil presa por una
confianza ciega y excesiva, y, además, por ciertas predisposiciones
morales. Otros, por el contrario, tienen tal temor
de ser engañados, que llevan la desconfianza a límites excesivos,
por así decirlo, analizando con cuidado escrupuloso todas las
palabras y todos los pensamientos, prefiriendo rechazar lo dudoso a
correr el riesgo de admitir lo que pudiera ser malo. De tal manera,
los Espíritus mentirosos, viéndose combatidos de esa forma,
terminan por retirarse, yendo junto a aquellos a quienes los saben
menos vigilantes y en quienes encuentran flaquezas y grandes
motivos para explotar.
El exceso en todo es perjudicial, pero, ante tales casos vale
más pecar por exceso de prudencia que por demasiada confianza.
Otro resultado de nuestro viaje fue el de permitirnos sopesar
la opinión que hay formada respecto a ciertas publicaciones que, no
compartiendo nuestros principios, en mayor o menor grado,
manifiestan hacia ellos una franca hostilidad.
Diremos, también, que encontramos unánime aprobación
relacionada con nuestro silencio frente a los ataques personales
que se nos han dirigido. Es relevante que todos los días recibamos
cartas de felicitaciones relacionadas con esta actitud. En los
numerosos discursos que escuché se aplaudía de un modo general
muy significativo nuestra moderación. Uno de ellos, entre otros,
contiene el siguiente pasaje: "La maledicencia de vuestros
enemigos produce un resultado enteramente contrario al que
persiguen, y es el de engrandeceros ante los ojos de vuestros
numerosos discípulos y estrechar los lazos que os unen a vos. Por
vuestra indiferencia mostráis que tenéis conciencia de vuestra
fuerza. Oponiendo la mansedumbre a las injurias ofrecéis un
ejemplo que sabremos aprovechar. La historia, querido maestro, de
igual manera que vuestros contemporáneos, y mejor aun que éstos,
contabilizará en vuestro crédito esa moderación cuando constate,
por vuestras obras, que a las provocaciones de la envidia y la mala
fe opusiste solamente la dignidad del silencio. Entre ellas y vos, la
posteridad ha de juzgar".
Los ataques personales jamás nos conmovieron. Muy distinto
fue, sin embargo, con aquellos que eran dirigidos a la Doctrina.
Algunas veces respondimos directamente a ciertas críticas, cuando
eso nos pareció necesario y con el fin de probar que, si es preciso,
también sabemos luchar. Y eso habríamos hecho muchas veces,
sin duda, si nos cercioráramos que esos ataques llevaban un
perjuicio verdadero al Espiritismo. Pero, cuando quedó demostrado
por los hechos que lejos de desprestigiarlo beneficiaban y
defendían su causa, loamos la sabiduría de los Espíritus que
utilizaban a los propios enemigos para propagar el Espiritismo y
transformar a la infamia en resultados provechosos, haciendo
penetrar a la idea combatida en lugares donde jamás hubiera
penetrado por medio del elogio. Este es un hecho que nuestro viaje
nos demostró de una manera concluyente, dado que, en esos
mismos círculos el Espiritismo logró reunir numerosos partidarios.
Cuando las cosas marchan por sí solas, ¿por qué, entonces,
entablar luchas y disputas infructuosas? Cuando un ejército verifica
que las balas del enemigo no le alcanzan lo deja tirar a voluntad y
desperdiciar sus municiones, seguro de obtener de ello una ventaja
después. En semejantes circunstancias el silencio es, muchas
veces, un recurso inteligente. El adversario al cual no se responde,
considera no haber herido suficientemente o no logrado el punto
vulnerable. Entonces, confiando en el éxito, al que supone fácil, él
se descubre y cae por sí mismo. Una respuesta inmediata lo habría
puesto en guardia. El mejor general no es aquel que se lanza con el
pecho descubierto en medio del fragor de la batalla, sino el que
sabe estudiar y esperar la forma y el momento de actuar. Y esto fue
lo que sucedió con algunos de nuestros antagonistas: Observando
el camino que tomaban, era fácil notar que se comprometían cada
vez más. Los dejamos actuar a voluntad. Y ellos, más temprano de
lo esperado, desacreditaron lo que defendían en razón de sus
propias exageraciones, resultado éste que no habríamos alcanzado
por medio de nuestra argumentación.
"Entretanto -dicen los que se presentan como críticos de
buena fe- nuestra única preocupación es la de esclarecer, y si
atacamos, no es absolutamente por hostilidad, partidismo o
maledicencia, sino para que de la discusión pueda nacer la luz".
Entre esos críticos existen, verdaderamente, los que son
sinceros. Pero es preciso notar que los que tienen sólo en miras
cuestiones de principios discuten con calma y guardan siempre el
decoro. Pues bien, ¿cuántos de esta clase hemos podido encontrar?
¿Qué contiene la mayor parte de los artículos que la grande o la
pequeña prensa ha dirigido contra el Espiritismo? Diatribas, libelos,
mentiras e ironías y muchas veces injurias que se caracterizan por la
grosería y la trivialidad. ¿Serán esos críticos serios dignos de una
respuesta? Existen los que se ponen al descubierto con tanta
inhabilidad que se hace inútil desenmascararlos, puesto que
cualquier persona percibe sus intenciones. En realidad, sería darles
demasiada importancia, valiendo más, pues, dejar que se den las
manos en sus pequeños círculos que ponerlos en evidencia a través
de polémicas sin objetivo, ya que no los convencerían. Si la
moderación no estuviese en nuestros principios -puesto que
constituye una consecuencia de la Doctrina Espírita, que prescribe el
olvido y el perdón de las ofensas- seríamos inducidos a emplearla
por la simple verificación del efecto producido por esos ataques y
reconociendo que la opinión pública ha de reparar esas injusticias en
mejor forma que lo podrían hacer nuestras palabras.
En cuanto a los críticos honestos, de buena fe, que demuestran
su arte de vivir con la urbanidad de sus expresiones, éstos
colocan a la ciencia por encima de las cuestiones personales. A ellos
muchas veces respondimos, cuando no directamente, por lo menos a
través de nuestros artículos, en los que fueron abordadas cuestiones
puestas en controversia. Y eso de tal forma que -consideramos- para
quien quiera que se dé al trabajo de leer esos artículos, no hay una
única objeción que no haya sido refutada. Para responder a cada
una, individualmente, sería preciso repetir incesantemente la misma
cosa, y, en cada oportunidad, dirigirla a una única persona. El
tiempo, además, no nos habría permitido tal tarea, en tanto que,
mientras aprovechamos una cuestión que se nos presenta para refutarla o dar a su respecto una explicación, logramos, las más de las
veces, colocar el ejemplo al lado de la teoría, lo cual es de provecho
general.
Anunciamos la edición de un pequeño volumen intitulado
Refutaciones. Éste no fue publicado hasta hoy porque nos pareció
que nadie se mostraba interesado en él. Y esa impresión se
justificó. Antes de responder a ciertos opúsculos que deberían -
conforme a las afirmaciones de sus autores- provocar el
desmoronamiento de los fundamentos del Espiritismo, preferimos
esperar y verificar el efecto que tendrían. ¡Pues bienl Nuestro
viaje nos convenció de una cosa: ¡Ellos nada lograron destruir! El
Espiritismo está más vivo que nunca y, en contraposición, en la
actualidad apenas si se mencionan esas publicaciones. Es fácil
suponer que en los círculos donde tuvieron origen y a los que
eran dirigidas, ellas son tenidas de irrefutables. Seguros, afirman
que nuestro silencio es la prueba de nuestra imposibilidad de
responderlas. Por tal motivo, concluyen en que fuimos duramente
derrotados, fulminados y abatidos. Pero, ¿qué nos puede
importar eso si no fuimos alcanzados? ¿Esos escritos hicieron
disminuir el número de espíritas? ¡No! ¿En qué radica, pues, la
utilidad de refutarlas? Por el contrario, había una ventaja en dejar
que nuestros adversarios disparasen el primer tiro.
Cuando Sófocles fue acusado por sus hijos, que exigían su
encarcelamiento, él escribió su Edipo Rey y ganó la causa. No
somos capaces de escribir un Edipo, pero otros se encargarán de
responder por nosotros: ¡Nuestro editor, en primer lugar,
lanzando en el mercado libre la novena edición de El Libro de los
Espíritus (la primera data de 1857) * y la cuarta de El Libro de los
Médiums, en menos de dos años; duplicado el número de los
suscriptores de la Revista Espírita, lo cual nos puso en la
obligación de hacer una nueva publicación de los años anteriores,
dos veces agotados; la Sociedad Parisiense de Estudios
Espíritas, que ve crecer su reputación; los espíritas que se
multiplican año a año, fundando por todas partes, en Francia y en
el extranjero, grupos de adherentes bajo la orientación de la
Sociedad de París; el Espiritismo, finalmente, que avanza por el
mundo con paso decidido consolando a los afligidos, brindando
energías a los abatidos, sembrando la esperanza en los desanimados y la confianza en el futuro en lugar del miedo! Estas
respuestas, creemos, valen mucho más que las otras, puesto que
son los hechos que por sí hablan. Así como un rápido corcel, el
Espiritismo levanta a su paso el polvo del orgullo, del egoísmo, de
la envidia y de la maledicencia, cayendo ante su marcha la
incredulidad, el fanatismo y los preconceptos y convoca a todos
los hombres, además, a vivir la ley de Cristo, esto es, la caridad y
la fraternidad. Vosotros, quienes juzgáis que él avanza con
excesiva rapidez y que no podéis detenerlo, ¿por qué no
adelantáis más que él? ¡El medio de lograrlo es tan sencillo!
Consiste solamente en hacer mejor todo lo que él hace. Dad más
de lo que él da, haced a los hombres mejores, más felices, más
fuertes y seguros en la creencia de lo que él logra y el mundo lo
abandonará para seguiros. Pero, mientras lo ataquéis sólo con
palabras y no con mejores resultados morales; mientras no
sustituyáis la caridad que él enseña por una caridad mayor,
tendréis que resignaros a dejarlo pasar. Es que el Espiritismo no
es apenas una cuestión de hechos más o menos interesantes o
auténticos destinados a divertir a los curiosos. Todo él es,
fundamentalmente, una cuestión de principios. Su fuerza,
principalmente, reside en sus consecuencias morales; se lo
acepta, no porque cierre los ojos, sino porque toca los corazones.
Llegad vosotros a los corazones más profundamente de lo que él
lo hace, y seréis aceptados. Mas tened en cuenta que nada
sensibiliza menos al corazón que la aspereza y las injurias.
Si todos nuestros partidarios se agrupasen alrededor de
nuestra persona tendríamos bajo la mirada a una multitud, y en ella
no sería posible contar a los millares de adhesiones que nos llegan
de todas partes del globo, de personas que nunca vimos y que
apenas nos conocen por nuestros escritos. Estos son hechos
positivos que se expresan por la voluminosidad de las cifras, las
que no pueden ser atribuidas ni a los efectos de la propaganda ni a
la protección del periodismo, razón por la cual es preciso deducir
que, si las ideas que profesamos, de las que no somos sino el
humildísimo editor-responsable, encuentran tan grandes simpatías,
es que, al ser examinadas, no se las encuentra desprovistas de
sentido común.
Si bien la utilidad de la refutación, a la que nos referimos en
líneas precedentes, no nos ha sido hasta hoy demostrada
claramente, ya que los ataques se refutan por sí mismos y por la
insignificancia de sus resultados, mientras que los adeptos del
Espiritismo crecen en número, incluso así estábamos dispuestos a
llevarla a efecto. Con todo, las observaciones que hicimos en
nuestro viaje modificaron nuestros planes, puesto que muchas
cosas se nos mostraron inútiles, al tiempo que nuevas ideas nos
han sido sugeridas. Por tanto, dispondremos todo para que esa
tarea retarde lo menos posible los trabajos mucho más importantes
que nos resta cumplir para completar la obra por la cual nos hemos
responsabilizado.
En resumen: Nuestro viaje tenía una doble finalidad: Ofrecer
orientaciones donde hubiese necesidad de ellas y, al mismo tiempo,
instruirnos nosotros mismos. Deseábamos ver las cosas con
nuestros propios ojos, para conocer el estado verdadero de la
Doctrina y el grado en que ella es comprendida; estudiarlas causas
locales, favorables o desfavorables, para su progreso; sondar las
opiniones; apreciar los efectos de la oposición y de la crítica e
informarnos del concepto que hay formado de ciertas obras.
Estábamos deseosos, muy especialmente, de estrechar la mano de
nuestros hermanos espiritas y expresarles personalmente nuestra
sincera y viva simpatía, retribuyendo sentidas demostraciones de
afecto que nos llegan permanentemente a través de sus cartas;
brindar, en nombre de la Sociedad de París y en el nuestro propio,
en particular, un testimonio especial de gratitud y admiración a esos
divulgadores de la obra espírita que, por su iniciativa, su celo
desinteresado y su devoción constituyen para ella los primeros y
más firmes sustentáculos; a esos que caminan siempre al frente sin
inquietarse por las piedras que les arrojan y colocan el interés de la
causa espírita por encima de sus intereses personales. Su mérito es
tanto mayor puesto que trabajan en un suelo ingrato, viven en un
medio refractario y no esperan de este mundo ni fortuna, ni gloria, ni
honores. Su júbilo, no obstante, es inmenso cuando en medio de los
abrojos ven abrirse algunas flores. Llegará el día en que tendremos
la felicidad de ver erigido un panteón a la devoción de los espíritas.
Aguardando que esta oportunidad se presente, no queremos
silenciar el mérito de su modestia: Ellos se hacen conocer y
apreciar por sus propias obras.
Desde todos esos diversos ángulos nuestro viaje fue muy
satisfactorio y, sobre todo, muy instructivo, en razón de las
observaciones que nos fue permitido recoger. Si nos quedase
cualquier duda relativa al grado de progreso de la Doctrina Espírita,
en cuanto a la impotencia de los ataques, a la influencia
moralizadora que ella tiene y a su futuro, lo que vimos nos bastaría
para disiparla. Hay, ciertamente, mucho por realizar aún, y en gran
cantidad de localidades ella recién esparce los primeros pimpollos,
pero esos pimpollos son vigorosos y preanuncian frutos. Sin duda
alguna, la rapidez con que se propagan las ideas espiritas es
prodigiosa y sin precedentes en los anales de las filosofías, pero
aún nos encontramos en el comienzo de la marcha y falta andar la
mayor parte del recorrido. Que la certeza de lograr el objetivo sea,
pues, para todos los espiritas, un motivo de fortalecimiento para
perseverar en el rumbo que les fue trazado.
Publicamos, seguidamente, el discurso principal que pronunciamos
en las grandes reuniones de Lyón, Bordeaux y algunas
otras ciudades, y a continuación de él insertamos las instrucciones
especialmente ofrecidas, conforme a las circunstancias, a los
grupos particulares, respondiendo a algunas de las preguntas que
nos fueran dirigidas.