EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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El Dr. Vignal

Antiguo miembro de la Sociedad de París, muerto el 27 de marzo de 1865. La víspera de su entierro, un sonámbulo muy lúcido que ve muy bien los espíritus, a quien se rogó se transportase cerca del expresado doctor y dijese si le veía, respondió:


“Veo un cadáver en el cual se verifica un trabajo extraordinario; se diría una masa que se agita, y como algo que hace esfuerzos para desprenderse de ella, pero le cuesta trabajo vencer la resistencia. No distingo forma de espíritu bien determinada.”


Fue evocado en la Sociedad de París el 31 de marzo.


P. Querido Sr. Vignal. todos vuestros antiguos colegas de la Sociedad de París os han conservado el mejor recuerdo, y yo en particular el de las excelentes relaciones que no han cesado entre nosotros. Llamándoos, tenemos desde luego por objeto daros un testimonio de simpatía, y seremos muy felices si queréis o podéis comunicaros con nosotros.


R. Querido amigo y digno maestro, vuestro buen recuerdo y vuestra simpatía me son muy gratos. Si puedo venir a vosotros en el día de hoy y asistir libre y desprendido a esta reunión de todos nuestros buenos amigos y hermanos espiritistas, lo debo a vuestro buen pensamiento y a la asistencia de vuestras oraciones. Como decía con exactitud mi joven secretario, estaba impaciente por comunicarme. Desde el principio de esta reunión he empleado todas mis fuerzas espirituales en dominar este deseo. Vuestras conversaciones y las importantes cuestiones que habéis sacado a colación me interesan vivamente, han hecho mi espera menos penosa. Perdonad, querido amigo, pero mi reconocimiento desea manifestarse.


P. ¿Queréis decirnos, desde luego, cómo os encontráis en el mundo de los espíritus? ¿Queréis, al mismo tiempo, describirnos el trabajo de la separación, vuestras sensaciones en ese momento, y decirnos al cabo de cuánto tiempo os habéis reconocido?


R. Soy tan dichoso como se puede serlo cuando se ven confirmados plenamente todos los pensamientos secretos que se pueden haber emitido sobre una doctrina consoladora y reparadora. ¡Soy feliz! Sí, lo soy, porque ahora veo sin ningún obstáculo desenvolverse ante mí el porvenir de la ciencia y de la filosofía espiritista.


Pero apartemos por hoy estas digresiones inoportunas. Vendré otra vez a hablaros sobre este objeto, sabiendo que mi presencia os proporcionará tanto placer como yo mismo siento en visitaros.


El desprendimiento ha sido rápido, más rápido de lo que podía esperar de mi escaso mérito. Con vuestro concurso he sido ayudado poderosamente, y vuestro sonámbulo os ha dado una idea bastante clara del fenómeno de la separación como para que insista en ello. Ésta era una especie de oscilación discontinua, una especie de arrastramiento en dos sentidos opuestos. El espíritu ha triunfado, puesto que estoy aquí. No he dejado completamente el cuerpo hasta el momento en que ha sido colocado en tierra. Entonces os he vuelto a ver.


P. ¿Qué pensáis del oficio divino que se celebró en vuestros funerales? He considerado un deber asistir a ellos. En aquel momento, ¿estabais bastante desprendido para verlo? Y las oraciones que os he dicho (no ostensiblemente, bien entendido), ¿han llegado hasta vos?


R. Sí. Como os he dicho, vuestra asistencia, en cierto modo, lo ha hecho todo, y he venido hacia vos, abandonando completamente mi vieja crisálida. Las cuestiones materiales me mueven poco, ya lo sabéis. No pensaba sino en el alma y en Dios.


P. ¿Os acordáis que a petición vuestra, hace cinco años, en el mes de febrero de 1860, hicimos un estudio sobre vos mismo estando todavía vivo? (5) En aquel momento vuestro espíritu se desprendió para venir a conversar con nosotros. ¿Queréis describirnos en lo posible la diferencia que existe entre vuestro desprendimiento actual y el de entonces?


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(5). Véase la Revista Espiritista de París del mes de marzo de 1860.


R. Sí, ciertamente me acuerdo de eso, ¡pero qué diferencia entre mi estado de entonces y el de hoy! Entonces la materia me estrechaba todavía con su red inflexible, quería descartarme de una manera más absoluta, y no podía. Hoy soy libre, un vasto campo, el de lo desconocido, se abre ante mí, y espero, con vuestra ayuda y la de los buenos espíritus, a los cuales me recomiendo, avanzar y penetrarme lo más rápidamente posible de los sentimientos que es preciso experimentar y de los actos que es preciso cumplir, para cruzar el sendero de la prueba y merecer el mundo de las recompensas. ¡Qué majestad! ¡Qué grandeza! Es casi un sentimiento de espanto el que domina cuando, débiles como somos, queremos fijarnos en las sublimes claridades.


P. En otra ocasión tendremos el mayor gusto en continuar esta conversación, cuando tengáis a bien venir entre nosotros.


R. He contestado sucintamente y sin orden a vuestras diversas preguntas. No pidáis demasiado incluso a vuestro fiel discípulo. No estoy enteramente libre. Hablaros siempre sería mi mayor placer. Mi guía modera mi entusiasmo, y he podido apreciar lo bastante su bondad y su justicia para dejar de someterme enteramente a su decisión, por más que sienta que me interrumpan.


Me consuelo cuando pienso que podré venir a menudo de incógnito a asistir a vuestras reuniones. Algunas veces os hablaré, os amo y quiero probároslo. Pero otros espíritus más adelantados que yo reclaman la preferencia, y debo retirarme ante ellos, que han querido permitir a mi espíritu la mayor expansión al cúmulo de ideas que tenía reunidas.


Os dejo, amigos, y os debo estar doblemente agradecido, no sólo a los espiritistas que me habéis llamado, sino también a este espíritu que ha tenido la bondad de permitir que ocupara su puesto, y que en su vida llevaba el nombre ilustre de Pascal.


El que fue y será siempre el más apasionado de vuestros adeptos.
Dr. Vignal